Bruselas estudia crear una escuela europea para formar por primera vez a sus propios diplomáticos
Un proyecto piloto del Parlamento Europeo aspira a instaurar una carrera diplomática que supere la visión nacional de los funcionarios del Servicio Europeo de Acción Exterior
La Comisión Europea ha dado el visto bueno inicial para estudiar la creación de una Escuela Diplomática europea que, por primera vez en la historia de la UE, se encargaría de reclutar y formar a los diplomáticos del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) desde una perspectiva eminentemente comunitaria. El objetivo del proyecto, impulsado desde el Parlamento Europeo, es superar el sesgo nacional que todavía prima en muchos de los miembros del SEAE. La iniciativa coincide con la orientación geoestratégica que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, quiere imprimir a su mandato y con el empeño del Alto Representante de Política Exterior, Josep Borrell, de dotar a la UE de una voz potente en la escena mundial.
La futura escuela o academia diplomática europea “permitiría la selección y formación de los diplomáticos con una perspectiva europea desde el primer minuto”, señala el eurodiputado socialista Nacho Sánchez Amor, el principal impulsor de un proyecto que fue sometido en abril a la revisión de la Comisión. El organismo comunitario es el encargado de evaluar la viabilidad de los proyectos planteados por el Parlamento Europeo y señalar los que pueden ser llevados a cabo y dotarse con financiación comunitaria.
A finales de julio, la Comisión Europea otorgó al proyecto de la Escuela diplomática la máxima calificación (una A de un rango de cuatro hasta D), lo que podría abrir el camino para iniciar en 2022 los estudios previos a la creación de la posible escuela. De obtener la luz verde definitiva, esta primera fase podría contar con una financiación de hasta dos millones de euros.
“Es necesario que haya una carrera diplomática europea”, celebra Sánchez Amor ante el visto bueno inicial a su propuesta. El eurodiputado español cree que el servicio exterior europeo “se ha dejado hasta ahora arrastrar por las lógicas nacionales y repite los formatos y los esquemas de las embajadas de los países sin plantearse un verdadero interés europeo”.
Sánchez Amor apunta, por ejemplo, la tendencia al reparto geográfico por nacionalidades. “Los españoles suelen ir a las delegaciones en Latinoamérica, los franceses a África y cada uno lleva incorporados sus propios condicionantes nacionales y las tendencias de su país”, señala. “Antes era inevitable, pero ahora hay que superar ya esa lógica”, añade.
El SEAE cumplió el pasado 1 de enero sus primeros 10 años, pero sigue nutriéndose de funcionarios de las instituciones comunitarias (un tercio de la Comisión y otro tercio del Consejo) o de diplomáticos nacionales (otro tercio) asignados de manera temporal a la diplomacia comunitaria.
Pol Morillas, director del centro de estudios CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs) cree que esas oleadas de funcionarios y diplomáticos de diversa procedencia “no han logrado amalgamarse en un cuerpo conjunto y no se ha generado una visión unificada de la diplomacia europea”. Morillas señala que los funcionarios comunitarios no se han acostumbrado a trabajar en un órgano híbrido como el SEAE, que depende de la Comisión pero donde los Gobiernos tienen la última palabra en política exterior. En cuanto a los diplomáticos nacionales trasladados temporalmente a Bruselas, Morillas sostiene que “muchos de ellos siguen pendientes de sus respectivos ministerios de Exteriores porque es donde seguirán los siguientes pasos de su carrera diplomática”.
“Para que la UE avance hacia la madurez en sus relaciones exteriores necesita desarrollar su propia escuela diplomática, en la que se formen los diplomáticos europeos y converjan hacia intereses y valores comunes de la Unión”, describe la ficha del proyecto sometida a evaluación de la Comisión. Desde el Parlamento Europeo subrayan que el proceso de revisión “es exigente y la Comisión sigue un enfoque que es el de menos cantidad, más calidad”.
De los 353 proyectos piloto presentados en 2020, el organismo de Von der Leyen solo otorgó la máxima calificación al 10%, la B al 7% y dejó al resto con una C y D que les deja sin apenas posibilidades de prosperar. El año pasado solo salieron adelante finalmente 59 proyectos, incluidos los que fueron renovados para un segundo año del ejercicio anterior.
En el caso de la escuela diplomática, el proyecto levantará previsiblemente reticencias entre los grandes países (Alemania y Francia, sobre todo) que siempre han preferido mantener su propia voz en los asuntos de envergadura de la escena internacional. Y Morillas advierte de que la resistencia también puede llegar “desde diplomáticos nacionales de los países de cualquier tamaño porque en la mayoría de los casos se trata de cuerpos de alto nivel, muy elitistas y en los que suele haber incluso una tradición familiar de pertenencia”.
La batalla ya se dio hace una década cuando se creó el Servicio Europeo de Acción Exterior, nacido entre las reticencias de las capitales por temor a que Bruselas invadiese una competencia nacional como es la política exterior. Poco a poco, el SEAE ha logrado abrirse un pequeño hueco desde su sede en la capital comunitaria, donde cuenta con cuatro edificios y más de 2.000 empleados, y su presencia en 148 países con otros 2.300 empleados y 3.800 funcionarios de apoyo de la Comisión Europea.
En 2020, a raíz de que la pandemia de covid-19 paralizase el transporte mundial y desencadenase un cierre de fronteras casi generalizado, el SEAE se anotó el éxito de gestionar la repatriación conjunta de más de 625.000 europeos en cinco meses. Pero a pesar de la envergadura de su infraestructura y de sus recursos humanos, la mayoría de los observadores coinciden en que la UE no ha logrado aún un peso internacional a la altura de su importancia económica y estratégica.
La diversidad de intereses internacionales de los 27 Estados miembro y la necesidad de aprobar por unanimidad los pronunciamientos sobre política exterior son factores que a menudo alimentan la imagen de un club lento en la reacción y proclive a adoptar posiciones de mínimos.
Pero la propia vulnerabilidad de cada uno de los Veintisiete por sí solos también ayuda a forjar respuestas comunes conjuntas que hace años hubieran parecido impensables. Las sanciones a Rusia por la anexión a Crimea se renuevan por unanimidad desde hace más de un lustro sin ninguna fisura. Las sanciones a Bielorrusia tras el secuestro de un vuelo comercial por parte del régimen de Alexandr Lukashenko también fueron inmediatas. Solo un socio, la Hungría de Viktor Orbán, se permite usar a menudo los asuntos de política exterior como parte de su campaña para sabotear la imagen de Bruselas.
Aparte de esa dificultad innata en la toma de decisiones, Sánchez Amor considera que la mayor carencia del SEAE es la falta de un servicio de inteligencia propio que, a su juicio, llevó a Bruselas a cometer errores y despistes de bulto como la gestión de Ucrania en 2014. La Comisión alentaba los amagos de Kiev para acercarse a la UE sin percatarse del zarpazo que Rusia preparaba para anexionarse Crimea y desestabilizar el país. “Normal que los estadounidenses no nos tomen en serio en algunos asuntos internacionales”, apunta Sánchez Amor, que tras el proyecto piloto de la escuela diplomática no descarta impulsar otro para un servicio de inteligencia propio de la UE.
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