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JOE BIDEN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El menos ‘cool’

Joe Biden careció siempre de cualquiera de esos atractivos que a los estrategas de la publicidad política les gusta alimentar, y hasta inventar

El presidente de EE UU, Joe Biden, se prepara para subir al helicóptero 'Marine One' en el jardín de la Casa Blanca.
El presidente de EE UU, Joe Biden, se prepara para subir al helicóptero 'Marine One' en el jardín de la Casa Blanca.TASOS KATOPODIS / POOL (EFE)
Antonio Muñoz Molina

Joe Biden va a misa y comulga todos los domingos y lleva siempre un rosario en el bolsillo. En los días del asalto al Congreso de la chusma trumpista amotinada, Biden hacía llamadas públicas a la concordia citando a San Francisco de Asís. Unas horas después de haber tomado posesión como presidente ya había firmado 17 órdenes ejecutivas, entre ellas una que cancelaba el permiso para que el oleoducto Keystone XL atravesara la frontera de Canadá llevando hasta las refinerías del golfo de México el crudo canadiense obtenido por el devastador procedimiento del fracking.

Joe Biden es un católico ferviente que en 2012, cuando ocupaba la vicepresidencia, se declaró a favor del matrimonio gay, evidenciando la ambigüedad que hasta ese momento mantenía Barack Obama. Obama era el presidente más cool, el mejor vestido, el que había ido a la facultad de Derecho de Harvard, el que se movía con una soltura entre de jugador de baloncesto y músico de jazz de los años cincuenta. Joe Biden es el primer presidente demócrata en décadas que no viene de la aristocracia de las grandes universidades, que no ha cultivado a las estrellas ricas de Hollywood queriendo contagiarse de su brillo, ni a los donantes plutócratas de Wall Street, con los que el matrimonio Clinton tuvo siempre contactos tan provechosos.

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Barack Obama parecía cool de nacimiento, y Bill Clinton, también ungido por Yale y Oxford, sabía tocar pasablemente el saxo tenor llevando unas gafas oscuras. Joe Biden careció siempre de cualquiera de esos atractivos que a los estrategas de la publicidad política les gusta alimentar, y hasta inventar. Joe Biden ya estaba quedándose calvo a los 29 años y ya era senador, y vestía trajes grises o de ese azul marino que es el color de la burocracia federal americana, el de las moquetas y el mobiliario de las oficinas y los uniformes de los carteros y los funcionarios de Inmigración. Era el square congénito, el convencional sin fisuras, el reverso irremediable de lo cool. No había estudiado ni en Yale ni en Princeton ni Harvard, sino en la Universidad de Delaware, que es un Estado de paso entre el norte y el sur, en el corredor ferroviario de la costa este. Se especializó en Derecho en una escuela de más prestigio, la de la Universidad de Syracuse, en el Estado de Nueva York, pero quedó el número 79 entre los 86 de su promoción. De niño y de adolescente había sufrido humillaciones en la escuela por culpa de su tartamudez, que nunca ha dominado del todo, para gran diversión de Fox News y de Donald Trump durante la campaña de 2020.

Fox News editó un video con momentos de dificultad oral de Biden que provocaba risotadas entre sus contertulios y presentadores. Con su conocido humorismo, Donald Trump se burlaba de él igual que los grandullones que lo habían acosado en la escuela. Sleepy Joe [Joe el somnoliento], decía una y otra vez, Sloppy Joe [Joe el patoso]. Pero en el campo demócrata también inquietaban sus equivocaciones cómicas, sus meteduras de pata: llegó a decir que Robert Kennedy y Martin Luther King habían sido asesinados a finales de los años setenta. Es importante no corregir ahora, retrospectivamente, nuestros propios juicios, para adaptarlos a la rotunda estatura que Joe Biden ha alcanzado desde que es presidente. Yo vi su primer debate con Trump y me pareció un anciano frágil, incluso quebradizo, tan escaso de agudeza mental como de vigor físico, tan anticuado como un sastre ya octogenario, aunque todavía temblorosamente en activo.

Es aleccionador darse cuenta de lo prisionero que es uno mismo de las apariencias. En un mundo político dominado por expertos fraudulentos, por gurús electorales, por spin doctors que no llegan ni a curanderos, da esperanza que aún sea posible un personaje como Biden, un moderado que de golpe deja atrás a muchos radicales, un señor antiguo que pone el dedo en la llaga de lo que ahora mismo es más urgente, la salud y el bienestar de la inmensa mayoría, los límites a la riqueza y al poder de los señores del mundo, los remedios posibles contra un desastre climático que ya está sucediendo. El más square ha resultado el más cool; el anciano temeroso redobla su energía porque sabe que lucha contra el tiempo y no puede permitirse las indolencias distinguidas de Obama. Y hasta es probable que no deje de rezar cada día el rosario.

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