Burlington: aquí nació la revolución de Bernie Sanders
Viaje al laboratorio político del senador, un joven alcalde socialista en plena era Reagan. Fue pragmático, para sorpresa de muchos, se enfrentó a activistas de izquierdas y se entendió con los republicanos. Hoy quiere llevar ese proyecto a la Casa Blanca
La revolución sanderista comenzó en una ciudad de 42.000 habitantes de Vermont, a 45 minutos en coche de Canadá, donde la temperatura en invierno puede llegar a los 20 grados bajo cero, se venden dulces de marihuana y un día de 1981 un neoyorquino de Brooklyn, judío e hijo de un inmigrante polaco, se hizo con la alcaldía. Con tan solo 10 votos de diferencia, un tipo que se declaraba socialista en el ocaso de la Guerra Fría apeó al demócrata que llevaba una década en el puesto. “Fue como el Día D en la playa Omaha”, afirma John Franco, fiscal adjunto municipal del Ayuntamiento que lideró Bernie Sanders. Burlington se había convertido desde los años sesenta en un polo de atracción de intelectuales y activistas que dejaban las ciudades y buscaban un lugar asequible y tolerante donde poder explorar la vida fuera del sistema. Sanders se mudó allí y la acabó gobernando, a ella y al sistema, durante ocho años.
¿Destacaría algún momento de frustración en ese tiempo? “Está de broma, ¿no? Fue una guerra, aquellos primeros años fueron una guerra”, espeta Franco, 40 años después, en su oficina.
Es jueves, 13 de febrero, y Sanders acaba de ganar las primarias de New Hampshire. El teléfono del viejo colaborador del alcalde lleva dos días sonando desde distintos países del mundo. Para entender cómo un socialista de 78 años, derrotado en 2016 y tras un ataque al corazón hace pocos meses, se ha convertido en un sólido aspirante a la nominación demócrata, hay que viajar a esta ciudad universitaria y próspera, la más poblada del Estado, donde Sanders dio la primera campanada. Hoy es un lugar vibrante, con una gran calle peatonal plagada de comercio y cafés con encanto, y su huella visible en carteles, pósters y mil referencias. Para el senador, fue el laboratorio de pruebas del proyecto político de corte socialdemócrata que ahora promete llevar a la Casa Blanca.
Greg Guma, veterano activista y editor, advierte el carisma de Sanders parte de su cualidad para “explicar muy bien, de forma muy sencilla, los problemas”. Su éxito, en cambio, se debe a "la capacidad de adaptación", advierte. “Diagnosticó muy bien los problemas hace medio siglo y eso se ha demostrado ahora”, recalca.
Guma, de 73 años, describe con precisión su primer encuentro con el político. Fue en 1971, cuando se presentaba a la primera de dos elecciones fallidas al Senado. El joven le preguntó por su historial y Sanders le respondió de uñas. “Obviamente no has estado escuchando. ¿Sabes lo que es el movimiento? ¿Estás en contra de la guerra de Vietnam?”. Sí, contestó Guma, pero Sanders era una persona, no un movimiento, y quería saber su historia para decidir si le votaba. “Lo único que importa —recalcó Sanders— es el movimiento. Si no crees en él, no quiero tu voto”. “Ya era así entonces”, afirma Guma entre risas.
La media docena de personas consultadas para este reportaje que trabajaron o se relacionaron con Bernie Sanders durante aquellos años coinciden en describirlo como un alcalde mucho más pragmático de lo esperado, que siempre mantuvo una agenda izquierdista de reformas pero acabó pactando con empresarios y republicanos.
El vibrante Vermont de los 60
Sanders llegó a Vermont con su primera esposa en 1967 procedente de Nueva York, tras obtener una diplomatura en Ciencias Políticas en la Universidad de Chicago. Poco antes había comprado un terreno en Middlesex, cerca de Montpellier, la capital del Estado, por 2.500 dólares de la época y se instalaron a vivir en un cobertizo sin electricidad ni agua corriente. El matrimonio no duraría más de dos años y él se mudó a Burlington. Tuvo diferentes empleos: como carpintero, en el Departamento de Hacienda, como escritor freelance. Por supuesto, se volcó también en el activismo.
Por aquel entonces Vermont bullía en protestas contra la guerra de Vietnam y conferencias políticas. Un día de 1971 acudió a la convención del Liberty Union, un partido izquierdista recién fundado que buscaba candidato para el Senado. Aquel neoyorquino de 29 años, pelo rizado y gafas de pasta levantó la mano y, poco más o menos, salió de allí nominado. Entonces empezaron las carreras infructuosas: la Cámara alta, gobernador del Estado, otra vez el Senado y de nuevo la gubernatura. Nada. Con cuatro carreras perdidas a la espalda, en 1976 dejó el partido y fundó una empresa de producción audiovisual, donde produjo un documental de su admirado Eugene V. Debs, el fundador del partido socialista de EE UU.
Terry Bouricius, que compartió piso con él en la calle Maple —“más bien, me acogió en su sofá durante unos meses", aclara— asegura que “es lo mismo oírle hablar hoy que entonces, dice exactamente lo mismo, solo debe cambiar la palabra milmillonarios por millonarios, porque en los setenta era lo que había”. Era tozudo, apasionado y tremendamente discreto en lo personal. Tras su divorcio, tuvo a su hijo Levi con otra mujer. Era para entonces ese treintañero carismático que no lograba sacar ninguna elección adelante, hasta que un grupo de amigos le convenció para que apostara por la política local como lanzadera. Así se presentó como independiente a la alcaldía de Burlington.
“Era el lugar adecuado para empezar un movimiento, podías alcanzar una masa crítica con facilidad, había descontento con la gentrificación, muchos activistas, y el Partido Demócrata no estaba dando respuesta y estaba viejo, así que había espacio para un tercer partido”, explica Guma, que en 1989 publicó un libro titulado República Popular. Vermont y la revolución de Sanders.
"Dicen que lo que propone es radical pero lo radical es la política estadounidense. Nada de lo que propone es raro en Europa. Te pones enfermo aquí, te vas a la quiebra; pierdes tu empleo, quiebras; te quedas embarazada, quiebras. Lo que hacíamos es llevar a cabo campañas educacionales, hablábamos de una vía que no era ni el laissez-faire de Reagan ni el modelo soviético", resume Franco.
El 3 de marzo de 1981 Sanders ganó la alcaldía. “Los demócratas estaban furiosos y fueron muy obstruccionistas al principio. El Consejo Municipal le tumbó todos sus nombramientos y tuvo que sacar adelante dos presupuestos municipales con voluntarios. No tenía Administración. Bernie consiguió llegar a un entendimiento con los republicanos y la ciudad se gestionó en esos años en coalición entre republicanos y progresistas. Hubo espacios de acuerdo, ninguno quería tanta carga fiscal sobre los trabajadores, querían nuevas fuentes de ingresos. Los republicanos no eran como ahora”, añade el abogado.
David Thelander, un republicano independiente en el Ayuntamiento de entonces, recuerda que Sanders “era muy disciplinado en materia fiscal, en un municipio sencillamente tienes que serlo, y Bernie lo fue”.
Un socialista preocupado por el alcantarillado
Uno de los problemas más acuciantes que se encontró al llegar fue la crisis de vivienda. Burlington, otrora tercer puerto maderero más importante de Estados Unidos y sede grandes fábricas en el siglo XIX, había salido airosa de su transición hacia una economía más centrada en los servicios y mantenía importantes inversiones de IBM o General Electric, entre otras. Los precios de alquiler y compra se habían disparado.
El nuevo alcalde impulsó la creación del Champlain Housing Trust, una entidad sin ánimo de lucro que mantiene los costes de vivienda asequibles aportando parte del capital de entrada con el compromiso de que, cuando el propietario quisiese vender, debía devolver ese capital y también donar parte de la revalorización. Ese proyecto representa uno de los legados más visibles y valorados en la ciudad. La entidad gestiona hoy un total de 3.000 alquileres y ha recibido un premio de Naciones Unidas. Chris Donnelly, director de comunicación explica que “aquello fue muy innovador en los 80. La primer intención de Sanders fue un sistema de control de alquileres, pero no salió adelante en el consejo municipal y lanzó esto, que sigue siendo bastante único mucha gente viene a estudiarlo”.
Sanders, cuentan quienes trabajaron con él, se obsesionó con la viabilidad de la ciudad, con demostrar que, como decía en sus discursos, no había que temer el socialismo. Su segunda esposa, Jane, contó en una entrevista en la emisora pública NPR hace unos años que el trabajo de los quitanieves y la situación de las calles le quitaba el sueño, que solía salir todas las noches antes de irse a dormir para comprobar cómo iban los trabajos. Quería demostrar que era un buen gestor, que podía recitar la vida en verso de Eugene V. Debs, pero también cuidar del alcantarillado.
Cuando otros progresistas ganaron peso en el Ayuntamiento, tuvo mayor margen de maniobra. Al presentarse a la reelección, venció por más de 20 puntos. Trajo una liga menor de béisbol, captó los vuelos de una aerolínea, acabó con las exenciones fiscales de algunas instituciones e impulsó ayudas para los cuidados infantiles. Hermanó Burlington con la ciudad nicaragüense de Puerto Cabeza en 1984 y con la rusa de Yaroslavl, en 1988.
“Fue una revolución en muchos aspectos, en la modernización de los servicios o en la estructura tributaria, con los limitados poderes que da un Gobierno local, cambió muchas cosas”, recalca John Franco. “La presencia de Bernie en Vermont movió el debate político de todo el Estado a la izquierda. Vermont había sido republicano desde la guerra civil y ahora [desde finales de los ochenta] es demócrata [en las presidenciales]. Es exactamente lo que está pasando ahora en el país. Hasta ahora los demócratas han dejado a los republicanos definir el debate”, sostiene Franco.
Cuando enfadó a la izquierda
También pisó callos en muchos sectores de la izquierda durante sus años en Burlington. Las manifestaciones pacifistas contra la planta de General Electric de 1983 por producir armamento militar le llevaron a una lucha fratricida. Bernie, el activista, se había manifestado con ellos. El alcalde, en cambio, miraba mientras los arrestaran, como relata Robin Lloyd, una pacifista irredente de ahora 81 años. The Wall Street Journal preguntó a Sanders recientemente por esto y el senador respondió: “Mi opinión era que tenías ahí centenares de empleos de salario decente y con representación sindical. Si cierras ahí, se irán a otro lado”.
Un socialista defendiendo la planta, un revolucionario llamando a la policía. Dice Greg Guma que Sanders “siempre fue más vieja izquierda que nueva izquierda, él estaba volcado en el análisis económico y no le interesaba la política de identidad, eran filosofías diferentes”. La reflexión de Guma sigue hoy vigente para muchos. Ya como precandidato en 2016 era muy beligerante con los efectos de los tratados comerciales en la clase trabajadora estadounidense, una crítica que desde unas ideas y un talante distinto comparte con Donald Trump. Ahora recibe críticas por respaldar que los jets F-35 utilicen el aeropuerto de Burlington. John Franco dijo una vez que a Sanders, en los 80, le podían votar electores a su vez del presidente Reagan. Los demócratas de Reagan, ese es el colectivo que el senador de Vermont quiere recuperar. El dilema estriba en si el discurso sanderista ahuyentará al voto moderado, agitará a las republicanas y favorecerá la reelección de Donald Trump. Si los votos que el senador de Vermont movilice compensará el resto.
La abogada Sandy Baird, una veterana activista, se mudó en los sesenta, como Sander, a Vermont. Entró en colisión con el alcalde por el proyecto de desarrollo del litoral junto al lago Champlain. Sanders llegó a apoyar un proyecto que contemplaba algunos negocios y viviendas de semilujo. “Él lanzó un bono para captar financiación y los ecologistas y otros nos movilizamos en contra, el consejo lo tumbó y él cambió de opinión. Le respeto por eso, porque cambió de opinión”, explica Baird, de 79 años.
La ribera del lago Champlain, aunque se acabó definiendo con Sanders ya fuera de la alcaldía, es hoy una zona de recreo que la gente atribuye al senador. Cuando su proyecto fue rechazado, se encargó de litigar ante el Supremo de Vermont para defender su titularidad pública. La huella de Sanders se encuentra en muchos otros aspectos intangibles, en una forma de hacer política. Promovió, por ejemplo, un sistema de asambleas vecinales para la planificación de los barrios que contaba con pequeños presupuestos públicos.
El futuro del centro-izquierda estadounidense
El escritor Russell Banks, que escribió un largo perfil sobre Sanders en 1985, durante su segundo mandato, le acompañó en su visita puerta por puerta a los vecinos de la ciudad, a los que preguntaba qué quejas tenían y animaba también a comentar lo positivo. En aquel texto, lanzó una pregunta algo premonitoria: “¿Es posible que esta pequeña ciudad de Vermont al borde del lago Champlain y su desaliñado alcalde socialista nos cuenten más del futuro del centro-izquierda de la política estadounidense que, digamos, North York y Ed Koch o Los Ángeles y Tom Bradley? Una mirada más estrecha a Burlington y su alcalde puede dar la respuesta”.
Tras la alcaldía, Sanders consiguió llegar a la Cámara de Representantes y el Senado. Siempre contra el mundo. Ahora busca el Despacho Oval. ¿Se lo imagina allí sentado? “Sí, tiene un estilo duro, pero siempre supo adaptarse, se acabó llevando bien con los empresarios de aquella época y está entrenado para aguantar mucha oposición”, responde Lloyd, la que fue arrestada por la policía en las protestas de General Electric.
Guma y Lloyd llevan juntos cuatro décadas, tuvieron juntos un hijo juntos y, ahora, son abuelos de una nieta, pero nunca han sido pareja, aclaran, sino amigos. Viven en apartamentos independientes con zonas comunes en una misma casa, que recibe al visitante con un cartel contra la guerra de Irak. Esa historia suya suena muy de los 60, se le hace notar. “Somos las sobras de los 60”, responde Guma.
La fotografía del hoy senador se encuentra junto con la del resto del alcaldes en la casa consistorial. Es de hace 40 años, pero con su famoso cabello, prematuramente blanco y hoy icono juvenil en posters y carteles por toda la ciudad, resulta imposible de confundir.
Max Tracy, un concejal de distrito de 33 años que pertenece al Partido Progresista, define a Sanders como su “héroe”, su “inspiración”. “Algo que ocurre igual ahora y hace 40 años es que tenemos una serie de problemas a los que los dos grandes partidos no dan soluciones. Necesitamos esa revolución de la que habla Sanders”, insiste desde una cafetería del Old North End, el distrito que representa. Hay algún paralelismo entre la historia del joven concejal y la de Sanders. Tracy se mudó de Chicago a Vermont en 2005, para estudiar en la universidad, y decidió asentarse en Burlington. Cuando se le pregunta por qué, abre mucho los ojos: “Porque es increíble esta ciudad, esta gente, ¿no lo cree?”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.