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LA BRÚJULA EUROPEA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Agredido por ser homosexual en la UE del siglo XXI

Una paliza a un escritor por su orientación sexual en Dublín recuerda que los avances legislativos no disipan de por sí siglos de intolerancia

Andrea Rizzi

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Partidarios del matrimonio entre personas del mismo sexo celebran la victoria en el referéndum sobre esa materia en Irlanda en 2015.
Partidarios del matrimonio entre personas del mismo sexo celebran la victoria en el referéndum sobre esa materia en Irlanda en 2015.AIDAN CRAWLEY (EFE)

A las cinco y media de la tarde del pasado sábado 1 de febrero, Gavin McCrea salió de la biblioteca del University College de Dublín, dejando a su espalda un destello de luminosa felicidad y emprendiendo camino, sin saberlo, rumbo a una oscura brutalidad que viene de lejos y sigue golpeando en la Unión Europea del siglo XXI.

A las cuatro de la tarde, en la biblioteca, McCrea —escritor irlandés de 42 años— había ultimado la revisión de su segunda novela y la había enviado vía e-mail a su editor londinense, culminando cinco años de trabajo. Feliz, había comprado billetes para un viaje de celebración a Berlín.

A las 17.45, mientras andaba a orillas del río Dodder en un barrio relativamente acomodado de la zona sur de Dublín y conversaba telefónicamente acerca del futuro viaje, se topó con un grupo de seis adolescentes menores de edad, aparentemente de entre 12 y 14 años. Le arrojaron guijarros; le insultaron —“faggot!” (“¡maricón!)—; se acercaron desde atrás y le empujaron. McCrea es un hombre que mide 1,86 metros. Se encaró con ellos, les reclamó que le dejaran en paz, y también gracias al tránsito de coches en esa zona, se fueron. Debido a lo jóvenes que eran, McCrea no dio mayor importancia al asunto y prosiguió su camino.

Quince minutos después, el mismo grupo le atacó por la espalda en una zona oscura del paseo que bordea el río, le empujaron al suelo y le golpearon repetidamente la cara con patadas y puñetazos. Le rompieron la nariz —que sangró durante cuatro horas— y un pómulo.

Según la detallada descripción que envió McCrea vía e-mail a La Brújula Europea, los chavales no estaban borrachos, no tenían acento de las zonas más deprimidas de la ciudad, no le robaron nada ni le golpearon en el cuerpo. Solo querían partirle la cara por homofobia.

El episodio permite varias consideraciones. En primer lugar, que los esenciales avances en materia legislativa contra la discriminación no disuelven de por sí siglos de intolerancia. Irlanda, que celebra hoy elecciones generales, ha dado notables pasos en adelante en los últimos años, incluida la aprobación del matrimonio gay por referéndum en 2015 con una mayoría del 62%. Un desarrollo probablemente inconcebible hace tres décadas. Sin embargo, una encuesta realizada en 2019 en ese país por la Universidad de Columbia, Nueva York, y la organización Belong To señalaba que un 73% de los estudiantes irlandeses LGTBI encuestados (unos 800) se siente inseguro en las escuelas, que un 77% sufre acoso verbal y un 11% agresiones físicas.

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Estos datos y la joven edad de los agresores de McCrea recuerdan la importancia de que los centros educativos contribuyan a erradicar atávicos prejuicios de los que brota a menudo discriminación o violencia. Este es el trascendental quid de la cuestión que subyace debajo de la maniobra de Vox y el PP español con el veto parental: la erosión de importantes instrumentos de lucha contra una intolerancia vigente.

A escala europea, la última macroencuesta de la agencia de la UE para los derechos fundamentales, hecha en 2012, apunta que un 47% de los LGTBI encuestados (93.000 personas) se sintió discriminado o acosado por su orientación sexual en el año previo a la encuesta; y que un 6% ha sufrido incidentes de índole violenta por ese motivo, o bien ataques físicos (un tercio de los casos) o amenaza de violencia (dos tercios), también solo en los 12 meses previos. Los datos son especialmente malos en el Este de Europa.

Tan solo la jornada de este viernes ofrecía múltiples muestras de los motivos de esperanza e inquietud en esta materia en Europa. En Croacia, la Corte Constitucional se pronunció favorablemente en el reconocimiento de derechos adoptivos de parejas homosexuales. La agencia Reuters, en cambio, informaba de la iniciativa de un artista polaco, Bartosz Staszewski, que ha lanzado un proyecto para denunciar la praxis de decenas de municipalidades de ese país que se han declarado "zona-libre de ideología LGTBI". En Chechenia, por último, una periodista que denunció el brutal acoso al que están sometidos los homosexuales en ese territorio ruso, Yelena Milashina, fue sometida a una paliza en el lobby de un hotel en Grozni.

Las medidas legales y judiciales, junto con el activismo inteligente, han logrado importantes avances. Pero queda mucho por hacer, y el reflujo nacionalista que buena parte de Europa vive como respuesta a los desafíos de la globalización esconde insidias. El apego a valores conservadores como solución para los retos de nuestro tiempo es sin duda ninguna una elección igual de noble y legítima que las opciones progresistas. No es admisible sin embargo que ese apego ampare con la ambigüedad —con fines partidistas— instintos infames como lo homofobia o la xenofobia, procedentes de un pasado oscuro y todavía instalados en el cuerpo de Europa, como tuvo modo de comprobar McCrea. Él seguirá escribiendo y construyendo. Entre todos, hay que lograr que agresores como esos chavales dejen la senda de la destrucción.

Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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