El Mediterráneo incuba huracanes políticos; Rusia y China cabalgan las olas
En una región afectada por conflictos (Siria y Libia), grandes protestas (Argelia y Líbano) y parálisis políticas (Israel y España), Moscú y Pekín afianzan sus intereses
El Mediterráneo está en ebullición. Gran parte de sus orillas sufren turbulencias políticas, la inestabilidad se extiende, la incertidumbre enturbia sus aguas y nuevos actores buscan surfear el oleaje. En Argelia y Líbano, potentes movimientos ciudadanos revolucionarios aspiran a subvertir los sistemas que han regido esos países durante décadas; Libia y Siria siguen encallados en graves conflictos, con menor intensidad con respecto a años anteriores, pero sin perspectiva de arreglo político; España (dos elecciones seguidas) e Israel (rumbo a la tercera) viven desde hace meses instalados en una parálisis gubernamental de la que no se vislumbra el final; Italia parece avanzar rápido hacia un colapso de su Gobierno; Albania permanece en una crónica fragilidad institucional.
En este agitado escenario en el que confluyen Europa, África y Asia, dos actores trabajan con decisión para aumentar su influencia: Rusia y China.
Rusia es ya una figura insoslayable en el conflicto sirio y está aumentando su presencia en el libio con el envío de cientos de paramilitares. La conferencia Mediterranean Dialogues, celebrada el pasado fin de semana en Roma, dio una imagen simbólica del esfuerzo ruso: en el foro, al que acudieron ministros de un gran número de países de la región, participó también el responsable de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov. Significativamente, Estados Unidos estuvo representado a muy menor rango con un representante de cuarto nivel del Departamento de Estado.
China, por su parte, prosigue en su honda política de inversiones, que fortalece su proyección en la región. El símbolo principal quizá sea su adquisición de una cuota de control en el puerto ateniense del Pireo y el desarrollo de infraestructuras en el flanco balcánico. Pero Pekín se mueve en todo el espectro y también impulsa inversiones en el norte de África. Argelia es un ejemplo, con importantes inversiones chinas en el sector de las infraestructuras y la industria.
Argelia, precisamente, es una de las más inquietantes incógnitas en la región, dada su importancia estratégica —reservas energéticas, tamaño— y su oscuro pasado reciente —el sangriento conflicto que la asoló en los noventa—. El país atraviesa ahora gravísimas turbulencias, con diez meses de grandes protestas y unas elecciones presidenciales celebradas esta semana cuyo valor no reconoce un segmento muy importante de la sociedad. El régimen ha evitado una represión violenta, pero ha habido claros síntomas de una forma de represión más sutil y quirúrgica.
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Ante esos síntomas, el Parlamento Europeo aprobó recientemente una resolución de condena de detenciones arbitrarias y medidas de acoso a periodistas, activistas y opositores. Preguntado al respecto en el foro de Roma, el ministro de Exteriores argelino, Sabri Boukadoum, respondió con una vehemente queja acerca de lo que consideraba una acusación sin fundamento y una intromisión indebida.
El episodio señala el reto enorme que tiene la UE a la hora de abordar las relaciones con la orilla sureste del Mediterráneo. Rusia y China no tienen ningún reparo en interactuar con aparatos de poder cuyas credenciales democráticas no son impolutas. Esto les ofrece una nueva palanca para incrementar su influencia en la región. La UE tiene mayor cercanía pero diferentes valores que complican la interacción.
Por otra parte, en la ribera norte, Italia y España muestran desde hace tiempo síntomas de clara descoordinación política incluso cuando tendrían intereses convergentes; Francia lleva adelante una política en Libia bastante descoyuntada de la del resto de la UE; y la gran panza balcánica acaba de recibir el doloroso portazo de Macron, que vetó la apertura de los procesos de adhesión de Albania y Macedonia del Norte. Ello envía un oscuro mensaje a otros aspirantes de la zona a entrar en el club, mediterráneos (Montenegro y, aunque sea mínimamente, Bosnia) o no (Serbia). En todos ellos, Rusia y China mueven sus cartas.
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