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Bolsonaro promete colocar un juez “terriblemente evangélico” para cubrir una vacante en el Supremo brasileño

El decano del máximo tribunal de Justicia adelanta tres semanas su jubilación

El magistrado Celso de Mello, en 2019.
El magistrado Celso de Mello, en 2019.Carlos Moura / SCO/ STF

Quien ve hoy al magistrado Celso de Mello, dando consejos a sus colegas más jóvenes o recados a las altas autoridades de la república, piensa que lo hace por ser el decano ―el miembro de más edad― del Tribunal Supremo de Brasil. La voz de la experiencia. Pero la función de “consejero” lo ha acompañado toda su carrera. En la década de los setenta, recién nombrado fiscal en el interior de São Paulo, ya solía ayudar a su hermana, Maria Aparecida de Almeida Mello, once años mayor, y a sus colegas en la fiscalía. Acudían a él para una especie de asesoría voluntaria telefónica. Él tenía 25 años, acababa de terminar la carrera de Derecho y por aquel entonces ya se le consideraba poseedor de un amplio saber jurídico.

Ahora, tres semanas antes de cumplir 75 años ―límite de edad para seguir siendo servidor público― se va a jubilar de la Corte, concretamente el 13 de octubre por voluntad propia tras disfrutar de dos permisos en 2020 por motivos de salud. Su salida dejará un vacío difícil de ocupar y coincide con otra sucesión definitiva en la Suprema Corte de Estados Unidos, tras la muerte de Ruth Ginsburg. Los dos países temen un posible punto de inflexión que pueda determinar el tono de decisiones futuras.

El presidente Jair Bolsonaro será quien designe al sustituto de Mello y, según las palabras del propio mandatario, prometió colocar en ese cargo a un candidato “terriblemente evangélico”. Los que más suenan son los ministros de la Secretaría General, Jorge Oliveira y de Justicia, André Mendonça; y dos magistrados del Tribunal Superior de Justicia: João Otávio de Noronha y Humberto Martins.

Antes de dejar el puesto, Mello participará en el fallo virtual de una parte de la causa que investiga si Bolsonaro intentó interferir políticamente en la Policía Federal para proteger a su familia de las investigaciones. La resolución dirá si el presidente tendrá que declarar presencialmente o si podrá hacerlo por escrito. El caso, del que el decano es ponente, no habrá acabado cuando se jubile y, según fuentes del Poder Judicial, ahí estaría la clave de que anticipase 20 días su salida. Por lo general, el sustituto de quien deja la Corte es quien asume la ponencia. Es decir, alguien nombrado por Bolsonaro sería el encargado de conducir la investigación contra el presidente.

Los magistrados de la Corte cuentan con que el presidente brasileño tiene dificultades para proponer un nombre que sea aprobado rápidamente en el Senado para asignar la ponencia a uno de los otros nueve magistrados. De esta forma, habría una reordenación interna para asumir este caso, evitándose así la interferencia presidencial.

Aparte de la investigación contra Bolsonaro, Mello abandonará al menos dos casos más con repercusión política: el de la recusación del exjuez Sergio Moro cuando condenó al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva por corrupción, y el que decide si el senador Flávio Bolsonaro, hijo del presidente e investigado por desviar fondos de funcionarios, debe mantener sus fueros parlamentarios.

Equilibrio y sabiduría

Después de 31 años de carrera, los últimos 13 como magistrado de mayor antigüedad de la Corte, a Mello se le considera la “enciclopedia” del Supremo, un historiador del Poder Judicial y del derecho constitucional. Sus votos suelen contener extensas alusiones a constituciones antiguas, algunas de ellas del inicio de la república, y están llenos de contextualizaciones políticas y sociales. Los juristas lo definen como una persona preocupada por la dignidad humana, defensora de la igualdad de género y de las libertades individuales, aparte de ser un luchador implacable contra la corrupción.

Sus características personales más destacadas son la modestia, la discreción ―es difícil verlo en actos sociales―, su pasión por los dulces, el café, la comida rápida y por el São Paulo Fútbol Club, además de su intensa dedicación al trabajo: se pasa al menos 14 horas al día en su despacho. “Siento que necesito explotar todo el tiempo posible”, dijo a TV Justiça, en 2009, en una de las escasas entrevistas que concedió a lo largo de su carrera de magistrado. Prefiere hablar en las audiencias.

En uno de los casos, por ejemplo, mandó un recado directo a Bolsonaro, que trataba de presentar un decreto presidencial que el Parlamento ya había rechazado. “Es preocupante esa comprensión, pues pone de manifiesto que aún parece que hay, en la intimidad del poder de hoy, resquicios de un autoritarismo indisimulable”, dijo.

A pesar de no ser profesor, siempre se ha caracterizado por dar lecciones en sus extensas y bien fundamentadas resoluciones. “No se resiste a la tentación de tener ese sesgo pedagógico”, dice el ex fiscal general de la república, Roberto Gurgel.

Para algunos, es el punto de equilibrio del Supremo. “Quienes estudian sus votos no logran identificar si es más progresista o más conservador. Es el juez que todos deberían ser”, afirma el abogado Luís Henrique Machado, que defiende a decenas de acusados de corrupción que ya han sido condenados y absueltos por Mello. En una entrevista de 2009, el expresidente José Sarney (del Movimiento Democrático Brasileño), quien lo designó para el Supremo, definió a Mello como “un icono de lo que debería ser un magistrado de la Corte Suprema”.

El abogado Erick Pereira, coordinador del libro Reforma política: Brasil república, en homenaje al magistrado Celso de Mello, sintetizó así la carrera del juez: “En un momento en el que vivimos una división dogmática entre el punitivismo y el garantismo, él es la Constitución”.

Entre líneas

Natural de Tatuí, interior de São Paulo, Mello llegó al Supremo en 1989, cuando la Carta Magna solo tenía un año de vida. Al haber empezado su vida de juez con una Constitución recién creada, profundizó en ella. “Tiene la capacidad de entender las entre líneas de la voluntad del legislador cuando se redactó la Constitución”, dice Pereira.

Antes de ser magistrado, Mello era fiscal en juzgados de primera instancia en São Paulo. Por haber criticado actos de la dictadura militar y abrir expedientes a policías por detenciones arbitrarias, tardó más de lo normal en ser ascendido. Ya en la década de los ochenta, cuando se hizo fiscal de segunda instancia, figuró en tres ocasiones en la terna del Ministerio Público para ser juez, pero otros compañeros suyos acabaron haciéndose con el puesto. El presidente Sarney lo eligió después de que trabajara en la consultoría-general de la república entre 1986 y 1989.

Ahora, viviendo un periodo en el que Brasil está gobernado por admiradores de la dictadura militar, dejará la Corte con la esperanza de que sus lecciones sigan enseñando los valores de la libertad. “Sus resoluciones permanecerán como un gran legado de afirmación de los valores democráticos durante muchas generaciones”, opina el abogado Erick Pereira.

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