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Hamás negocia con Israel el canje de cautivos por respiradores y prisioneros palestinos

Netanyahu autoriza la mediación internacional para liberar a dos civiles israelíes y recuperar los restos de dos soldados

Juan Carlos Sanz
Fuerzas de Hamás vigilan el acceso al paso fronterizo de Rafah en Gaza.
Fuerzas de Hamás vigilan el acceso al paso fronterizo de Rafah en Gaza.Ashraf Amra/APA Images via ZUMA / DPA (Europa Press)

Con solo 13 casos declarados, la franja de Gaza es uno de los territorios menos afectados por el coronavirus, sin duda a causa del aislamiento que le impone Israel desde 2007. La precariedad de su sistema sanitario, semiarrasado después de tres guerras, hace temer a la ONU que sea “incapaz de absorber el impacto de una pandemia tan agresiva como la covid-19”. “Sus hospitales ya están desbordados y al límite”, ha advertido en Twitter Ignacio Casares, subdelegado en Gaza del Comité Internacional de Cruz Roja, ante la “crítica carestía de equipos de detección, respiradores o medicamentos”.

En medio de la inquietud que suscita la desatención de los dos millones de habitantes del enclave, confinados desde hace 13 años en apenas 375 kilómetros cuadrados, la crisis sanitaria ha abierto una rara oportunidad para que Israel y Hamás, que gobierna de facto la franja costera, avancen hacia una hudna o tregua duradera para la reconstrucción de la devastada economía gazatí.

La presencia en Gaza de dos civiles israelíes capturados tras haber cruzado accidentalmente la valla divisoria y la retención por las milicias islamistas de los restos de dos militares muertos en la guerra de 2014 han envenenado los contactos que ambas partes han mantenido con la mediación de Egipto y Naciones Unidas, asistidas por diplomáticos de Qatar y Alemania.

“Va en contra de los intereses de Israel tolerar una escalada de la pandemia en la Franja en pleno colapso de sus hospitales”, señala el analista de seguridad del diario Haaretz Yossi Melman. Por ahora, el Ejército ha permitido el paso de suministros médicos donados por otros países —como un laboratorio de análisis enviado por China— y organizaciones internacionales a través del puesto fronterizo de Erez, e incluso ha hecho llegar con la mediación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) algunos centenares de test de detección. Marcado por el máximo sigilo entre viejos enemigos, decenas de médicos y enfermeros gazatíes han recibido formación para el tratamiento de la covid-19 en instalaciones israelíes del paso de Erez y en el hospital de Ashkelon, ciudad situada 12 kilómetros al norte de esa frontera, según desveló el canal estatal de televisión KAN.

El Ministerio de Sanidad de Gaza solo dispone, sin embargo, de unos 80 equipos de ventilación asistida, la mayor parte de los cuales están ya en uso para pacientes con otras enfermedades respiratorias. La OMS ha constatado en su informe de marzo que las infraestructuras sanitarias del territorio palestino no pueden hacer frente al reto de una pandemia.

Los dos civiles israelíes, supuestamente con facultades mentales perturbadas, que se encuentran retenidos desde hace más de cuatro años son Avera Mengistu, judío de origen etíope, y el beduino Hisham al Sayed. Su voluntaria entrada en la Franja y su pertenencia a dos minorías marginales en la sociedad no han atraído la atención de la opinión pública israelí hacia su cautiverio. No es el caso de los soldados de reemplazo Hadar Goldin y Oron Shaul, presuntamente abatidos durante la denominada Operación Margen Protector, en el verano de 2014, cuyos familiares han encabezado una activa campaña con el objetivo de recuperar sus restos y darles sepultura conforme a la tradición del judaísmo.

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“Los responsables políticos y militares de Israel se muestran partidarios de una tregua de larga duración”, precisa José Vericat, director de la representación del Centro Carter en los territorios palestinos, “pero las exigencias de Hamás en el canje de prisioneros por ciudadanos y militares israelíes habían bloqueado el acuerdo”. El líder islamista en el enclave, Yahya Sinwar, fue uno de los 1.027 presos excarcelados por Israel a cambio de la liberación del soldado Gilad Shalit, cautivo en Gaza entre 2006 y 2011. En sus mensajes políticos, Sinwar se había comprometido con sus antiguos compañeros de reclusión a culminar un nuevo canje masivo con Israel, una opción que el primer ministro, Benjamín Netanyahu, ha venido rechazando sistemáticamente.

La amenaza del Ramadán

El inicio del Ramadán —mes sagrado musulmán de ayuno y oración, con rezos multitudinarios y grandes reuniones familiares y sociales— amenaza con agravar a partir de esta semana la presión sanitaria sobre Gaza. El riesgo de contagio puede multiplicarse además si las autoridades permiten el regreso de miles de palestinos que habían viajado al exterior mediante la reapertura del paso de Rafah con Egipto. Los primeros casos de contagio fueron detectados precisamente en esa aduana entre un grupo de teólogos y religiosos que había acudido en marzo a un congreso islámico en Pakistán.

La amenaza común del coronavirus ha alterado el paradigma vigente. Sinwar fue el primero en mostrar sus cartas en la televisión gazatí a comienzos de mes: “Estamos dispuestos a hacer concesiones parciales si Israel excarcela a mujeres y menores, así como a los prisioneros de mayor edad y enfermos, en un gesto humanitario en el marco de la crisis del coronavirus”. Netanyahu se apresuró a replicarle con un mensaje inusualmente difundido como comunicado oficial: “Estamos preparados para actuar de forma constructiva y llamamos a una negociación inmediata a través de intermediarios”.

Hamás parecer haber aparcado la exigencia de liberar a centenares de presos, algunos condenados por acciones violentas. El número dos la organización islamista, Jalil al Haya, lo expresó con claridad el domingo desde Gaza: “Israel será responsable si se extiende la pandemia. Debe permitir la entrada de ayuda sanitaria y enviar equipos médicos”. Antes tendrá que sellarse el acuerdo.

Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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