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La policía cierra los barrios ultraortodoxos de Jerusalén para prevenir la propagación del virus

Los distritos ultrarreligiosos concentran el 75% de los casos pese a albergar un tercio de la población

Juan Carlos Sanz
Dos agentes identifican a un ultraortodoxo en un acceso al barrio de Mea Shearim, el domingo en Jerusalén.
Dos agentes identifican a un ultraortodoxo en un acceso al barrio de Mea Shearim, el domingo en Jerusalén.ABIR SULTAN (EFE)

En una nueva escalada frente a la propagación del coronavirus en Israel, un millar de policías reforzados por dos centenares de militares y apoyados por drones han instalado este domingo más de cien puestos de control para garantizar la clausura de 17 barrios de Jerusalén, en su gran mayoría habitados por familias numerosas de ultrarreligiosos judíos en condiciones de hacinamiento. El 75% de los casos de Covid-19 en la Ciudad Santa se han registrado en distritos habitados por los jaredíes o temerosos de Dios, que albergan a una tercera parte de los más de 900.000 habitantes de la urbe. La extrema medida de contención de la pandemia en tradicionales áreas ultraortodoxas, como el céntrico barrio de Mea Shearim, se mantendrá hasta el miércoles, cuando concluyen las celebraciones de la Pascua judía, caracterizadas por las visitas y reuniones familiares.

Los residentes en las zonas clausuradas por las fuerzas de seguridad solo podrán salir en casos tasados y urgentes, como acudir a centros sanitarios, y las sinagogas permanecerán cerradas, como en el resto del país, para prevenir los contagios. El cordón sanitario también afecta a asentamientos de colonos en Jerusalén Este, ocupado desde 1967 y anexionado por Israel en 1980, donde viven decenas de miles de ultraortodoxos.

No ha tardado en llegar la oposición a la medida del alcalde de Jerusalén, Moshe Lion, quien fue elegido con los votos de los consejeros municipales ultrarreligiosos, y de los ministros de Sanidad, Jacob Liztman, y de Interior, Ayre Deri, que representan a los partidos utraotodoxos en el Gobierno del primer ministro, Benjamín Netanyahu. Estos dirigentes reclaman que los infectados sean aislados en hoteles y centros gestionados por la Administración con apoyo del Ejército en lugar de cerrar los barrios con mayor índice de contagios.

Tras el toque de queda impuesto el pasado martes en todo el país al inicio de la Pascua, el posterior confinamiento reforzado, el riguroso sabbat y la clausura ahora aprobada, los jaredíes de Jerusalén apenas han podido salir de sus casas o distritos durante la festividad judía. Las ceremonias religiosas multitudinarias que esta comunidad siguió celebrando el mes pasado, cuando las autoridades sanitarias ya habían prohibido las concentraciones públicas, suscitaron una oleada de críticas en la sociedad israelí. El paso día 2, las fuerzas de seguridad ya clausuraron los accesos a la ciudad ultraortodoxa de Bnei Brak (200.000 habitantes, en la periferia de Tel Aviv), que cuenta con una densidad de población de 20.000 habitantes por kilómetro cuadrado.

“Este año cada familia celebrará el seder (cena pascual ritual) en solitario, con los miembros que habitualmente viven en cada hogar”, afirmó entonces Netanyahu en televisión. Las imágenes de su hijo menor, quien vive de forma independiente, acompañándole en el seder de la residencia oficial del primer ministro han desatado airados comentarios de rechazo en medios de comunicación y redes sociales. El jefe del Estado, Reuven Rivlin, quien también invitó a su hija a la cena pascual en el palacio presidencial, se ha apresurado a pedir disculpas a los ciudadanos, apelando a su condición de octogenario que recientemente ha enviudado.

Este mismo domingo, las autoridades han impuesto el uso generalizado de mascarillas en público en todo Israel, donde al cierre de la jornada se superaban los 11.000 casos confirmados de Covid-19 y el centenar de fallecidos a causa de la pandemia.


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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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