La tormentosa diplomacia de Iván Duque
La crisis de Venezuela, la relación con la Casa Blanca, la guerra contra las drogas y la implementación de los acuerdos de paz han marcado la política exterior del presidente de Colombia
La semana en que un nuevo informe sobre derechos humanos aumentó la considerable tensión entre el Gobierno de Iván Duque y el sistema de Naciones Unidas arrancó con un visita a Washington del presidente de Colombia. Allí denunció el lunes, por enésima ocasión, que el régimen de Nicolás Maduro ha convertido a Venezuela en un santuario de grupos terroristas. Poco después se reunió en la Casa Blanca con Donald Trump, quien deslizó que Bogotá debe volver a las fumigaciones aéreas para acabar con los cultivos de coca.
El miércoles, el relator especial de la ONU, Michel Forst, concluyó en su informe al Consejo de Derechos Humanos que Colombia sigue siendo el país de América Latina donde asesinan a más defensores de derechos humanos, y que el riesgo para ellos ha aumentado en los tres años que han pasado desde la firma del acuerdo de paz con la extinta guerrilla de las FARC. La cancillería colombiana rechazó con vehemencia unas conclusiones que calificó de “graves e irresponsables”.
Esos tres episodios, aparentemente inconexos, condensan los frentes más tormentosos que han marcado la política exterior de Duque desde que llegó a la Casa de Nariño, en agosto de 2018. La crisis política, social y económica de la vecina Venezuela, las relaciones con los Estados Unidos de Trump, los esfuerzos antinarcóticos y los reparos a su política de paz. De entrada, a Duque, elegido con el apoyo de los sectores que se opusieron a los diálogos de La Habana, le corresponde implementar un acuerdo que ha contado con un robusto respaldo de la comunidad internacional. Aunque Bogotá asegura que se propone cumplir lo pactado, su ambigüedad frente a la implementación le ha pasado factura.
En muchos sectores impera una sensación de retroceso a épocas que se creían superadas. Los temas de derechos humanos y cultivos ilícitos, si bien nunca salieron de la agenda, vuelven a convertirse en un dolor de cabeza para la diplomacia colombiana, entregada a contestar cuestionamientos en esos terrenos. Duque ha reconocido que ante los niveles récord de narcocultivos –169.000 hectáreas a finales de 2018–, la relación con Washington está “narcotizada”, y se propone regresar a las polémicas aspersiones aéreas con glifosato, un herbicida potencialmente cancerígeno cuyo uso fue suspendido por las cortes en 2015 pero Estados Unidos promueve. “Van a tener que fumigar”, dijo Trump tras la reunión de ambos en la oficina oval. “Perdimos 20 años, y sin capacidad de cambiar el enfoque”, se lamenta el politólogo y exdiplomático Alfonso Cuéllar, conocedor de las relaciones entre ambos países.
Las polémicas de todo tipo en torno a la política exterior se han ido acumulando. En ese rosario de controversias están, por ejemplo, las fotos erróneas incluidas en el dossier que Duque presentó en septiembre a la ONU como prueba de los vínculos del Gobierno de Caracas con la guerrilla del ELN. O la renuncia en enero del embajador en Washington, Francisco Santos, cuestionado por la divulgación de una conversación privada con la canciller, Claudia Blum, en la que fustiga al Departamento de Estado norteamericano, al excanciller Carlos Holmes Trujillo y la estrategia frente a Venezuela.
La oposición no ha perdido oportunidad de criticar las salidas en falso. “En estos 18 meses, la política exterior se caracterizó por un notorio retorno al pasado: de una diplomacia para la paz, volvimos a una política exterior para la guerra; de una agenda amplia y diversa, regresamos al discurso de la droga y la seguridad; de una apuesta por la ampliación de los horizontes, redujimos nuestra mira a Venezuela”, apuntaba un reciente balance del senador Antonio Sanguino, miembro de la comisión legislativa encargada de las relaciones internacionales. Publicó ese documento con ocasión del aniversario del 23 de febrero de 2019, la fecha de la fallida operación en que Juan Guaidó, reconocido como presidente encargado de Venezuela por cerca de 60 países, se proponía ingresar medicinas y alimentos a través de la frontera con el apoyo de Washington y Bogotá.
“Ha sido una política exterior muy condicionada, ha tenido que lidiar con temas que se imponen forzosamente en la agenda”, matiza Andrés Molano, profesor de relaciones internacionales de la Universidad del Rosario. El primero de ellos, la situación política de Venezuela. “Hubo unas apuestas audaces, unas que se ganaron y otras que se perdieron. No creo que uno pueda calificar en blanco y negro eso que el presidente Duque llamó el ‘cerco diplomático’”, apunta. Al lado de logros como poner en evidencia la situación humanitaria en Venezuela, y elevar en foros internacionales la emergencia migratoria, ha habido experimentos fallidos como el 23F.
Desde la propia campaña, Duque ha sido un crítico feroz de Nicolás Maduro y el principal promotor del aislamiento al régimen chavista. Algunos de sus primeros pasos fueron retirar a Colombia de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) por considerarla “cómplice de la dictadura venezolana” y denunciar a Maduro ante la Corte Penal Internacional. Después, impulsar el Grupo de Lima. Su apoyo irrestricto a Guaidó ha elevado la tensión entre dos vecinos que comparten una porosa frontera de más de 2.200 kilómetros. Esa estrategia, sin embargo, ha acusado el desgaste de la empantanada situación venezolana.
La tensión diplomática se ha desbordado más allá de Venezuela. La ruptura del diálogo con el ELN luego del atentado contra una escuela de cadetes que causó 22 muertos, en enero de 2019, también ha sido fuente de fricciones con Cuba, el país que albergó las negociaciones, como ya lo había hecho con las FARC. Colombia fue uno de los poquísimos países que se abstuvo de votar en la ONU a favor de levantar el bloqueo económico a la isla en reclamo por lo que califica como “actos hostiles” de La Habana. Cuba ha negado a Bogotá la extradición de la cúpula negociadora del ELN que sigue en la isla, amparada por los protocolos de ruptura de los diálogos.
La política exterior de Duque carece de un norte claro, valora la internacionalista Sandra Borda, autora de ¿Por qué somos tan parroquiales?, una breve historia de la diplomacia colombiana. “A estas alturas nos quedamos sin discurso en temas internacionales”, señala. Los enfrentamientos tanto con la ONU como con Cuba, por otra parte, “le han servido al Gobierno para manifestar su posición en contra de los acuerdos de paz”, a pesar de que sabe que fallar a la hora de implementarlos tiene un costo enorme frente a la comunidad internacional.
La base electoral del Centro Democrático, el partido de Gobierno, es adversa al pacto con la extinta guerrilla de las FARC, de modo que el Ejecutivo “está construyendo esa parte de la política exterior utilizando criterios puramente domésticos”, advierte Borda. “Los intentos múltiples de debilitar el sistema de Naciones Unidas en Colombia lo único que van a hacer es debilitar lo poco que se está haciendo en materia de implementación de los acuerdos de paz, y eso va a redundar en un debilitamiento del Gobierno desde el punto de vista político”, vaticina.
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