Alberto Fernández: “Argentina tiene la voluntad de pagar, pero no tiene los recursos para hacerlo”
El nuevo presidente promete luchar contra el hambre y acabar con el rencor como recurso político
Alberto Fernández hizo una descripción dramática de la situación en Argentina. Dijo que asumía la presidencia de un país “en virtual default” y “con el 40% de la población en situación de pobreza”. En referencia a la deuda, lanzó un mensaje diáfano: “El país tiene la voluntad de pagar, pero no tiene recursos para hacerlo”. La crudeza empleada para hablar de la crisis económica contrastó con el tono conciliador del discurso con que inauguró su mandato. Ante las dos cámaras del Parlamento y numerosos invitados extranjeros, Fernández llamó a la fraternidad y a “superar el muro del rencor y el odio” en política. “Quiero ser el presidente que escucha, el presidente del diálogo”.
La toma de posesión del nuevo presidente argentino reflejó un hecho importante: a diferencia de otros países latinoamericanos, y pese al drama económico y social, Argentina goza de una saludable normalidad institucional. Alberto Fernández ingresó en el hemiciclo, donde se congregaban diputados y senadores, empujando la silla de ruedas de la vicepresidenta saliente, Gabriela Michetti, parapléjica. Fue un gesto simple, pero imprimió humanidad a la ceremonia. Luego Mauricio Macri tuvo que soportar que la nueva mayoría cantara a voz en grito la Marcha Peronista, y que su vieja enemiga, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, le dispensara un saludo gélido. El ya ex presidente supo despedirse con elegancia. En estos tiempos, eso es mucho.
Fernández recordó, por su tono y sus palabras, a Raúl Alfonsín, el presidente que insistió en recibir el bastón de mando (usurpado hasta entonces por una atroz dictadura militar) en un 10 de diciembre, el día internacional de los Derechos Humanos. Fernández, peronista, inició su carrera política en la administración de Alfonsín, un radical por el que desde entonces siente un gran afecto. El nuevo presidente recurrió a una conocida frase de Alfonsín, “con la democracia se come, se cura y se educa”, para expresar su deseo de que el diálogo caracterizará su mandato. “Si alguna vez me desvío del compromiso que asumo, salgan a la calle para recordármelo”, pidió. También utilizó con frecuencia la fórmula “nunca más”, celebérrima desde que el fiscal Julio Strassera cerró con ella los juicios a las Juntas Militares de la dictadura.
El peso de la deuda
Como primera medida, Fernández tiró a la papelera el presupuesto redactado por el gobierno saliente. Explicó que no era posible hacer proyecciones económicas sin resolver antes la cuestión de la deuda, a renegociar urgentemente con el Fondo Monetario Internacional y con los acreedores privados. Se trata de un problema monstruoso. Bajo las actuales condiciones, en 2020 Argentina afronta vencimientos por más de 58.000 millones de dólares, más de 36.000 en 2021 y casi 50.000 millones en 2022, sumando deuda en dólares y en pesos. “El país tiene la voluntad de pagar, pero no tiene los medios para hacerlo”, reconoció. “Para poder pagar”, precisó, “hay que crecer primero”. El proyecto del gobierno peronista se centra en conseguir que el FMI aplace por dos años el reembolso de principal e intereses, para dedicar esos 24 meses a recuperar una cierta estabilidad y relanzar una economía que no crece desde 2010.
Fernández proclamó que, en paralelo a la renegociación de la deuda, su prioridad serían los más desfavorecidos, el 40% de la población que vive en la pobreza, el 12% sumido en la indigencia, y advirtió que los más acomodados deberían hacer “un mayor aporte” en forma de impuestos. “Seriedad en el análisis y responsabilidad en los compromisos que se asumen para que los más débiles dejen de padecer, bajo esas premisas afrontaremos toda negociación de nuestra deuda”, dijo.
Como mecanismo para regular el funcionamiento de la economía, con objetivos a largo plazo y con políticas de Estado, anunció la creación de un Consejo Económico y Social. También declaró una “emergencia sanitaria” para corregir la decadencia de la salud pública: bajo el mandato de Macri, el presupuesto de la sanidad bajó un 45%. Se comprometió a manejar “con absoluta transparencia” los fondos de las obras públicas (hubo muy poca transparencia en ese ámbito durante el mandato de su hoy vicepresidenta) y a mantener una relación “ambiciosa, creativa y fraternal” con Brasil, el gran socio, “más allá de cualquier diferencia personal entre quienes gobiernan la coyuntura”. Fernández y el presidente de Brasil, el ultraderechista Jair Bolsonaro, se detestan.
Un presidente peronista estaba obligado a brindar un gesto inaugural de buen populismo, y Fernández suscitó un gran aplauso cuando anunció la intervención de la Agencia Federal de Investigación, cuyo historial reciente es siniestro, y la supresión completa de sus fondos reservados: ese dinero se destinará al plan contra el hambre. “¡Nunca más al Estado secreto, nunca más a los sótanos de la democracia!”, exclamó.
El espionaje político ha contribuido al descrédito de la justicia argentina, y en ese terreno el presidente se enfrenta a un campo minado. Quiere acometer una “reforma integral” del sistema federal de justicia para acabar con “las persecuciones indebidas”, los “sumarios contaminados” por los servicios secretos y los “linchamientos mediáticos”, “nunca más a una justicia que persigue según los vientos políticos”, pero deberá hacerlo sin que parezca que su objetivo se limita a salvar a su vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, imputada por corrupción en numerosas causas.
La ex presidenta, ahora vicepresidenta, adoptó una actitud discreta. El protagonismo fue para Alberto Fernández, quien reconoció la “visión estratégica” de Cristina Fernández de Kirchner al renunciar a su propia candidatura, demasiado divisiva, y armar con él el tándem que se impuso rotundamente al dúo Mauricio Macri-Miguel Pichetto en las elecciones de noviembre.
Alberto Fernández dedicó el tramo final de su discurso a prometer que lucharía para “erradicar la violencia contra las mujeres” (sorprendió que no mencionara su compromiso electoral de legalizar el aborto) y acabar con la discriminación por raza, género, sexualidad o cualquier otra razón. En las primeras filas aplaudía su hijo Estanislao, de 24 años, dibujante, administrativo de seguros y transformista. “Volvamos a ganarnos la confianza del otro”, pidió el presidente, antes de señalar que al término de su mandato la democracia argentina cumpliría 40 años.
“Quisiera que se nos recordara porque logramos volver a unir la mesa familiar, por haber sido capaces de superar la herida del hambre, por haber superado la lógica perversa de una economía que gira alrededor de la desorganización productiva, la codicia y la especulación”, deseó.
Alberto Fernández concluyó su parlamento con un recuerdo a sus padres y con lágrimas en los ojos. Tras muchos saludos y abrazos se dirigió en su automóvil particular a la Casa Rosada, donde tomó juramento a sus ministros y saludó desde el balcón a la multitud que, bajo un calor aplastante, abarrotaba la Plaza de Mayo.
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