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El descomunal reto de integrar en el mercado laboral turco a tres millones de refugiados sirios

La UE financia cursos de idiomas y programas de capacitación para que los sirios en Turquía puedan optar a mejores trabajos

Andrés Mourenza

Mohamed es moderadamente feliz. Tiene 23 años, acaba de entrar a trabajar como botones en un hotel del centro de Estambul y cobra el salario mínimo, 2.021 liras al mes (320 euros). No es el trabajo de sus sueños, para él que tuvo que huir de Siria hace cuatro años y abandonar sus estudios de Bellas Artes en la Universidad de Damasco, pero, al menos, es mucho mejor que lo que tenía hasta ahora: un empleo en un pequeño taller textil sin contrato donde le pagaban un 30% menos que el salario mínimo. “Lo peor eran las largas jornadas de trabajo. Te tenían mínimo 12 horas trabajando, a veces 15. Además, desarrollé una alergia a ciertos tejidos, pero no podía dejarlo, había que trabajar. Así que ha sido un alivio encontrar esto”, explica: “Ahora prefiero no pensar en el futuro, porque me confunde. Me gustaría volver a mi pasión, el dibujo, o estudiar interiorismo. Pero bueno, soy todavía joven, puede que más adelante”.

Mohamed (izqda) y su hermano Abdurrahman en el hotel Ipek Palas de Estambul, en el que recientemente entraron a trabajar gracias a un programa de formación financiado por la UE.
Mohamed (izqda) y su hermano Abdurrahman en el hotel Ipek Palas de Estambul, en el que recientemente entraron a trabajar gracias a un programa de formación financiado por la UE.A. Mourenza

El nuevo puesto de trabajo se lo debe a un programa de capacitación del Ministerio de Trabajo de Turquía y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) financiado por la Unión Europea como parte del programa de ayudas a cambio del polémico acuerdo migratorio firmado en 2016. Noventa estudiantes participaron, y el hotel Ipek Palas, en el que se desarrolló el curso, decidió quedarse con Mohamed y su hermano Abdurrahman. “Nosotros necesitábamos empleados y ellos trabajo. Saben inglés, turco y árabe y en los últimos años han comenzado a venir muchos turistas árabes, así que para nosotros son muy útiles. Además, son muy buenos chicos”, asegura la directora del hotel, Nazan Haciosmanoglu.

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La llegada de 3,7 millones de refugiados a Turquía desde el inicio de la guerra en Siria ha trastocado un mercado laboral que ya de por sí estaba caracterizado por la irregularidad (se estima que la economía sumergida en Turquía equivale a cerca del 30% del PIB del país). Cerca de un millón de sirios trabaja —parte de ellos menores de edad— y la mayoría lo hace en la industria, en sectores como el textil y la construcción, o de peones agrarios. Las quejas por salarios menores de lo pactado, e incluso porque los capataces se quedan con su sueldo están a la orden del día. En la industria textil, por ejemplo, pese a producir para grandes marcas internacionales como ZARA, Mango y Mark & Spencer, el sector está dividido en varios niveles de subcontratas: “Hay demasiados jefes e intermediarios y todos quieren sacar tajada de nosotros, que somos simples obreros”, lamenta Mohamed. Según datos de los sindicatos turcos, también los accidentes laborales han ido en aumento: el año pasado murieron 110 inmigrantes y refugiados en su puesto de trabajo, cinco veces más que en 2013, dos años antes de que el flujo de migrantes se desbordara.

“Entres 2014 y 2016, cuando más refugiados llegaron, la economía turca iba bien y creaba suficientes puestos de trabajo para los locales y para los sirios”, explica Numan Özcan, director de la OIT en Ankara. Ahora, en cambio, la economía ha entrado en crisis y el desempleo se ha disparado hasta alcanzar una tasa del 14%: “El principal problema es que los refugiados sirios aceptan más fácilmente salarios más bajos y trabajar sin contrato, y eso ha causado un empeoramiento general de las condiciones laborales”. Y ciertos de empresarios turcos prefieren a los sirios: mano de obra cautiva, casi esclava, sin protección laboral y sin mecanismos para denunciar abusos. Esta situación ha llevado a enfrentamientos en algunos de los barrios industriales de las grandes ciudades, una pelea entre el último y el penúltimo, como recoge un informe del International Crisis Group del año pasado. En contraposición, un funcionario de la UE en la capital turca sostiene: “Trabajar de manera informal, y siendo además un grupo vulnerable, les hace quedar en manos del empresario, lo que facilita los abusos y violaciones de sus derechos. Por eso, para nosotros, es crucial fomentar el trabajo reglado”.

En 2016, como parte del acuerdo con la UE, Turquía se comprometió a formalizar la situación laboral de los refugiados sirios otorgándoles permisos de trabajo. Pero hasta ahora solo se han garantizado 31.000, es decir, solo el 3% de los trabajadores sirios tienen contrato. El director de la OIT lo atribuye a que las empresas prefieren ahorrarse los “costes burocráticos y económicos”, aunque ello suponga una “competencia desleal” frente a otras empresas que sí pagan las cotizaciones y el seguro de sus trabajadores.

En Turquía se han quedado, por un lado, aquellos refugiados que han prosperado y establecido empresas y, por el otro, los más pobres, aquellos que ni pueden soñar con costearse el viaje en patera a Europa. De acuerdo con un estudio de AFAD, la agencia gubernamental encargada de emergencias y catástrofes, el 82,5% de los sirios residentes en Turquía vive con menos de 100 euros al mes.

Desde el punto de vista de la formación, la mitad de los refugiados tienen solo educación primaria o ni siquiera eso, muchos se empleaban en tareas agrícolas en zonas rurales. Pero también hay otros perfiles. En un centro social de la Media Luna Roja, en Estambul, donde se imparten clases a mujeres, se oye: “Yo fui directora financiera de una pequeña empresa”, dice una. Otra se levanta: “Yo era dentista. Trabajé durante 30 años, y me gustaría que aquí alguien se beneficiase de mi experiencia”. Sin embargo, probablemente, el único puesto al que puedan optar en Turquía es en una fábrica textil. Como Fatma (nombre ficticio), que trabaja a tiempo parcial en una fábrica de calcetines porque su marido ha quedado inválido por un accidente laboral. Ahora, ella asiste a un curso de lengua turca por ver si así, en el futuro, puede optar a un empleo mejor remunerado.

Una de las barreras más pronunciadas para acceder al mercado de trabajo es el idioma. Pese a que, de media, los refugiados sirios llevan más de cuatro años en Turquía, menos del 25% ha aprendido turco: muchos se negaron a estudiarlo pensando que su situación de refugiados sería meramente temporal. Así que una de las iniciativas a la que se enfocan los programas financiados por la UE —además de cursos de formación profesional para jóvenes— es la enseñanza del idioma local. Los sirios saben que la educación es importante, pero a veces resulta difícil cuando hay que comer. Leis, un sirio de 17 años que sueña con estudiar Programación en una universidad alemana, explica que, como él, muchos de sus amigos sirios tienen que compaginar estudios y trabajo en los talleres textiles, y algunos ni siquiera pueden acudir a la escuela porque los horarios no les cuadran.

Pero no todo son pegas. Los sirios también han hecho importantes aportes a la economía turca: “Hay muy buenos zapateros y albañiles entre ellos, y han contribuido a las respectivas industrias. Además, han establecido más de 10.000 empresas en Turquía”, señala Özcan. Otro de los sectores al que se dirige la ayuda europea, en colaboración con organismos locales, es precisamente a fomentar las PYMES y establecer centros de innovación para atraer inversión.

Hay que ir haciéndose a la idea de que la presencia de los sirios es, en muchos casos, irreversible, y por tanto es necesario invertir en su integración. “De media, un refugiado se queda 15 años en la sociedad de acogida antes de decidir regresar o quedarse definitivamente”, afirma el embajador de la UE en Turquía, Christian Berger: “En el caso de Siria, los que huyeron por razones políticas no se espera que vuelvan, porque la razón por la que se fueron sigue ahí”. Y no solo. Fatma, la de la fábrica de calcetines, lo explica muy claro: “¿Adónde voy a regresar? Mi casa está destruida. Mis padres viven en Alemania, mi hermana aquí en Estambul. En Siria ya no me queda nada”.

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