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El calígrafo rebelde

El joven estadounidense Everitte Barber denuncia el doble rasero de la política internacional por medio de imágenes creadas con caligrafía islámica

El calígrafo y artista norteamericano Everitte Barber muestra en su estudio de Beirut una de sus obras en la que recurre al juramento a la bandera de EE UU para mimetizar a la del Estado Islámico.
El calígrafo y artista norteamericano Everitte Barber muestra en su estudio de Beirut una de sus obras en la que recurre al juramento a la bandera de EE UU para mimetizar a la del Estado Islámico.NATALIA SANCHA
Natalia Sancha

Afincado en Beirut desde 2011, Everitte Barber recurre a un arte con más de 14 siglos de historia para difundir mensajes de denuncia social y política. Oriundo del Estado de Tenesee, este joven de 29 años lleva una década dedicado al estudio de la caligrafía islámica. “Mi trabajo sobresale por el hecho de ser extranjero. No compran mis obras porque sean tradicionales, sino por las temáticas que reflejan mi identidad y hacen referencia a la cultura pop de mi país”, cuenta Barber en su estudio de Beirut. Rodeado de lápices que ha tallado él mismo en caña o bambú, rugosos papeles y pequeños botes de tinta, el joven calígrafo dedica semanas a la investigación antes de lanzarse sobre un papel en blanco.

Se sirve de un arte estrechamente vinculado al islam y que prohíbe toda representación icónica. Sin embargo, Barber da forma a base de grafía árabe a Donald Trump, copas de vino, cuerpos de mujeres y banderas. En uno de sus lienzos se puede reconocer la bandera del Estado Islámico. En ella reemplaza la shahada (profesión de fe islámica) —No hay más Dios más que Allah, y Mahoma es su mensajero— por el juramento a la bandera de EE UU: una nación bajo Dios, América.

“En EE UU la gente se horroriza al ver la bandera del Estado Islámico y símbolo del terrorismo yihadista sin pararse a reflexionar sobre sus orígenes. Al fin y al cabo, fue la intervención militar estadounidense en Irak la que contribuyó a la creación del grupo terrorista”. En otro lienzo, la cuidada escritura de este joven plasma un artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos para representar la tristemente célebre instantánea en la que un preso iraquí es sometido a vejaciones y torturas por soldados norteamericanos en el campo de detención de Abu Ghraib, en Irak.

Everitte Barber, con una de sus obras que condena las torturas empleadas por las tropas estadounidenses en Irak.
Everitte Barber, con una de sus obras que condena las torturas empleadas por las tropas estadounidenses en Irak.Natalia Sancha

Estudió comercio internacional y lengua árabe en Escocia hasta que en 2009 se mudó a Damasco. Allí se prendó de una estudiante británica que pasaba sus ratos libres en clases de caligrafía. El romance no prosperó, pero Barber quedó cautivado por el milenario arte que desde entonces se ha convertido en su única fuente de ingresos. Hoy combina tradición con modernidad, política con arte. “Intento romper el menor número de reglas tradicionales para crear imágenes”. Un año más tarde, perdió su trabajo como camarero en Edimburgo. Durante las noches y en pijama, comenzó a trabajar en bosquejos que más tarde vendía en la red. Se ha dado a conocer gracias a las redes sociales y vende sus obras en línea. “El 50% de mis clientes son de Estados Unidos o Inglaterra; el resto, de países del Golfo”.

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En 2011, se mudó a Beirut confiando en que el conflicto sirio no duraría y podría regresar a Damasco en pocos meses. La guerra se alargó y ocho años más tarde, Barber sigue en la capital libanesa. Autodidacta a excepción de los cuatro meses que cursó en Siria y un máster en la Universidad de Princeton que le enseñó a confeccionar sus propios materiales, el joven artista sigue los pasos de su tutor yemení, Zaki al Hashemi. Viaja a menudo para presentarle su trabajo en Estambul, la meca de los calígrafos tradicionales más prestigiosos del mundo. “Para un calígrafo tradicional yo soy un simple artista”, dice quien no cuenta con orígenes árabes ni profesa la religión musulmana. Barber es un intruso en un arte nacido con la escritura cúfica a finales del siglo VII e inicialmente empleada para representar versículos del Corán que tres siglos más tarde fue codificada por el padre de la caligrafía islámica, Ibn Muqla.

Barber mantiene alejados a los puristas a la caza de blasfemos evitando usar versículos del Corán para representar formas iconográficas. “No soy árabe, así que no es mi papel el de desafiar los límites impuestos por la tradición islámica. Es algo que, de hacerlo, le corresponde a los calígrafos locales”. Barber asegura que el mayor desafío al que se enfrenta en su trabajo es el factor humano. Llegar a convertirse en un pupilo digno de la generosidad de sus mentores que le han brindado un océano de conocimiento de forma altruista. Su sueño: regresar a Damasco, la ciudad donde descubrió su pasión. “Si me dejan, me mudo mañana mismo. Es uno de esos lugares que te llaman, al que no puedes resistirte”.

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