_
_
_
_
EN CONCRETO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un pobre entendimiento de la pobreza

En un mundo en el que buena parte de la satisfacción de las necesidades está en manos del Estado y sus administraciones, entregar dinero no basta

José Ramón Cossío Díaz
Un hombre en Tlapa, en el Estado mexicano de Guerrero.
Un hombre en Tlapa, en el Estado mexicano de Guerrero. Y. Silva (Cuartoscuro)

El presidente de México no termina por entender la pobreza. No sabe que es un fenómeno estructural y humano y no una manifestación natural. Que su existencia depende de distintos factores y su solución o, al menos, atemperamiento, también. Por ello cree que entregando dinero se remediará o, también al menos, se paliará. En un mundo en el que buena parte de la satisfacción de las necesidades está en manos del Estado y sus administraciones, entregar dinero no basta. Con ello puede aumentarse el consumo de bienes primarios distribuidos por el mercado, pero no solventar las carencias definitorias de la pobreza.

Supongamos que más allá de censos dilatados, concesiones curiosas o retrasos en los pagos, a una persona se le deposita dinero periódicamente y que el destino del gasto no tiene límites materiales. El asunto pareciera no ir mal. Quien tiene hambre o sed, podrá satisfacerlas de inmediato. Solucionará su precariedad alimentaria. Ello, sin embargo, no le resolverá todas sus necesidades. Por su gravedad, me detengo en una sola de ellas.

Más información
¿Qué seguridad pública?
El formalismo jurídico
La presidencia performativa

El sujeto que ha saciado su hambre, enferma. ¿A dónde acude? En un mundo natural, a ese que veladamente subyace al vigente entendimiento de la pobreza, a sus ancestros o a los sabios de su comunidad. En el actual, al considerado artificial y sospechoso, a un centro de salud. A un lugar con instalaciones, profesionales y medicamentos, al que no se accede por beneficencia, sino como ejercicio de un derecho reconocido en la Constitución. El problema del sujeto es que, al llegar ahí, a donde legítimamente debe acudir, se estrella con la precariedad de su situación. Las instalaciones están deterioradas, los profesionales de la salud (médicos y auxiliares) son pocos y los medicamentos escasean. Afortunadamente, a la persona le sobra algo del dinero depositado para pagar por los servicios que requiere. Aun así, se le explica, el servicio no puede dársele porque no hay con qué suministrarlo. Su hambre, es cierto, ha sido paliada, gracias a que parte de los ahorros presupuestales que lo permitieron, fueron sustraídos al sistema del que en este momento depende su salud o su vida.

Habiendo visto durante años el actuar y el decir de quien ocupa hoy la presidencia de México, podemos concluir que, efectivamente, está preocupado por los muchos pobres del país. Que sus largas jornadas con ellos le han permitido comprender y sentir la pobreza de nuestros habitantes. Que su empatía es profunda y su deseo de auxilio verdadero. Ahora que lo vemos actuar como jefe de Gobierno, podemos darnos cuenta que más allá de tan encomiables deseos, no termina por saber cómo remediar la situación. No sabe cómo sacarlos del estado grave y lamentabilísimo en que se encuentran. Las decisiones hasta hoy tomadas así lo demuestran. Supone que si el pobre lo es, es por falta de dinero; dárselo es la vía para que deje de serlo. La relación no es tan simple. En sociedades complejas, no naturalistamente imaginadas y administradas, el bienestar de las personas depende de la red de prestaciones concebidas y otorgadas por el Estado. Piénsese en lo que deben resolver las escuelas, los maestros, los hospitales, las redes de agua potable, las policías, los panteones o los mercados. Piénsese, también, en lo que se requiere para que todo ello opere. Imagínese a un sujeto con algo de dinero, que busca satisfacer la necesidad que una de esas instituciones debiera solventarle, pero se encuentra con que la misma dejó de existir o funciona mal.

La respuesta a la visión naturalista es la introducción a la complejidad de las cosas y sus interrelaciones; a saber, que el Estado tiene que proveernos de bienes y de servicios porque así lo garantizan los derechos de los que somos titulares. En sí mismo, el dinero no palía el hambre ni extirpa tumores. Para que ello suceda se requieren saberes, técnicas e insumos. Eso que ya está siendo afectado en nuestra cotidianeidad. Se quiere ayudar a los pobres, sin saber cómo sacarlos de la pobreza. Deseo, desde luego, que se rectifiquen las ideas y las acciones sin mantener corrupciones ni generar clientelismos.

@JRCossio

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_