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EN CONCRETO
Columna
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La presidencia performativa

En los últimos días a López Obrador se le ha visto molesto. Tal vez tenga que ver con la erosión de las condiciones sociales que le han posibilitado su hablar performativo. Esa terca realidad que no acaba de hacerse a su palabra

José Ramón Cossío Díaz
Andrés Manuel López Obrador, este martes durante la rueda de prensa matutina.
Andrés Manuel López Obrador, este martes durante la rueda de prensa matutina. EFE

En su libro La presidencia imperial, Arthur Schlesinger trató de demostrar que a partir del New Deal los poderes presidenciales se habían incrementado por la existencia de órganos administrativos difícilmente controlables por el Congreso o la Judicatura. Más allá de sus logros, esa obra pone de manifiesto la historicidad de la institución presidencial. Que esta forma de Gobierno haya tenido manifestaciones históricas dependiendo de quién ocupa el cargo y de sus interacciones con distintas variables sociales y políticas, y que sea posible caracterizarla con una breve y precisa expresión.

El sistema presidencial norteamericano se enraizó en numerosos países desde el siglo XIX. Las condiciones de cada uno de ellos le dieron signos institucionales y peculiaridades propias. Uno es el presidencialismo argentino y otro el mexicano. En este último, uno es el de Cárdenas y otro el de Echeverría o Salinas de Gortari. Cada titular ha tenido una imagen de su lugar en la historia, su proyecto de presidencia, sus horizontes históricos y las posibilidades de alcanzarlos. Con estas idealizaciones ha enfrentado obstáculos, competido con élites, logrado mayorías, reinventado discursos, aceptado derrotas y padecido las vicisitudes de un cargo tan importante como complicado. Sin pausa y con prisa, el presidente López Obrador habla y declara en la capital y en los Estados todos los días de numerosos temas. Dice lo que quiere que suceda con los programas, subsidios, obras, cancelaciones o consultas y, como es normal en los sistemas presidenciales, delega su realización a la Administración pública. A sus decires deberían sobrevenir actos de autoridad concretos, fundados y motivados, para lograr la transformación de la realidad en el sentido deseado. Adicionalmente a este modo de actuar, hay otro más sutil y complejo. Tal vez caracterizador de su presidencia. 

En muchas de sus conferencias el presidente López Obrador declara con rotundidad que ciertas situaciones o fenómenos ya se realizaron: que la guerra al narcotráfico terminó, el robo de combustible disminuyó, la corrupción concluyó o el neoliberalismo quedó abolido. El operar así implica que ciertos estados de cosas ya acontecieron y no deben realizarse acciones adicionales. ¿Para qué hablar de lo que ya pasó? Si como apenas el sábado dijo, las asociaciones entre autoridades y delincuentes finalizaron, ¿para qué insistir si hay tantas cosas por hacer y apenas un sexenio para lograrlas? Para explicar su proceder y las implicaciones, hago un breve paréntesis.

El filósofo inglés John L. Austin llamó “performativas” a las expresiones que al emitirse realizan el hecho que expresan. Si un sacerdote declara a una pareja casada, se le tendrá como tal para efectos de la correspondiente religión; si un árbitro declara una anotación o una expulsión, el marcador habrá de moverse o el jugador abandonar el campo. Lo característico de estos enunciados es su condición realizativa, dependiente en mucho de la posición de quien la emite, la situación en que se hace y la común aceptación de las reglas que la posibilitan. ¿Qué hizo el presidente López Obrador al decir que la asociación entre delincuentes y autoridades había concluido? Desde su entendimiento, ordenó la conformación de la realidad a su palabra. En este suave tránsito entre declarar hecho y ordenar hacer, encuentro la característica más relevante de su presidencia. Parte de su fuerza política y de la esperanza que trasmite es la mezcla entre lo que dice hará y dice logró. Esto último no es verificable porque no proviene de lo acontecido. Es potente porque el presidente les da a sus decires, y parte de la población acepta que tienen, capacidades realizativas. Que efectivamente lo sean, es cosa distinta, como a diario lo vemos y padecemos.

En los últimos días al presidente se le ha visto molesto. Desafortunadamente, no ha tenido la serenidad de responder a las interrogantes directas o a las muestras de rechazo colectivo con la agudeza o la ironía mostrada en otros años. Tal vez su malestar tenga que ver con la erosión de las condiciones sociales que le han posibilitado su hablar performativo. Esa terca realidad que no acaba de hacerse a su palabra.

@JRCossio

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