¿Los hechos importan en Europa?
Pese a los esfuerzos reiterados de Gobiernos y tecnológicas contra las noticias falsas y la injerencia extranjera en elecciones, sigue siendo más fácil difundir mentiras que frenarlas
Ardía Notre Dame hace un mes y ardían, como siempre, las redes. El fuego que en abril prendió en la catedral parisina, símbolo de la gran Francia, dio pie en Internet a todo tipo de teorías conspirativas. El incendio, se insinuó, no fue fruto de un accidente —causa probable esgrimida de forma oficial desde el principio—, sino obra de terroristas islamistas, agencias de espionaje secretas o de esa élite ruin que, desde las tinieblas, maneja los hilos del mundo a su antojo para beneficio propio. Pese a los esfuerzos reiterados, pero quizás no muy exitosos, de Gobiernos y empresas tecnológicas en los últimos años contra las noticias falsas y la injerencia exterior en procesos electorales (a través de las webs, las redes y los mensajes), sigue siendo más fácil difundir mentiras que frenarlas. Y la campaña para los comicios europeos, donde ciudadanos de 28 países y 24 idiomas eligen a sus representantes en la UE, es un blanco perfecto para este tipo de ataques propagandísticos.
A pocos días de las elecciones, continúa la difusión de informaciones falsas, manipuladas, exageradas o sacadas de contexto para llevar al electorado a conclusiones erróneas. Facebook cerró en abril más de 270 cuentas controladas por la agencia Internet Research Agency, vinculada al Kremlin, por vulnerar las reglas de la red social. En España, se eliminaron 17 páginas de extrema derecha, con 1,4 millones de seguidores, que habían difundido datos falsos sobre migración e imágenes manipuladas. ¿Quién está detrás de esta campaña de desinformación masiva? Diversos medios europeos, que citan fuentes comunitarias, vinculan una parte sustancial de la desinformación a Rusia, mientras Moscú niega su relación con estas webs.
La clausura de estas páginas ofrece resultados efímeros. Se corta el fruto de venenoso pero no se ataca la raíz. No hay garantías de que la estrategia de cerrar webs o páginas acabe con las interferencias. Facebook (cuyo historial carga con la marcha del escándalo de Cambridge Analytica) ha contratado a miles de personas desde 2016 para trabajar en temas de seguridad y elecciones, ha cerrado casi tres millones de cuentas y ha abierto un centro en Dublín para supervisar exclusivamente las elecciones europeas. Pero el propio Mark Zuckerberg, fundador de la red social, acaba de reconocer que todos estos esfuerzos, si bien mejoran el panorama, no son garantía de nada.
Detectar la desinformación y frenar su viralidad es uno de los retos de la nueva era tecnológica. Ya no se trata solo de desactivar bulos, sino de interceptar mentiras fabricadas sobre datos que parecen verdad o hechos tan exagerados que acaban siendo, al fin y al cabo, mentira. Esta es, sin duda, la edad de oro de los verificadores o fact-checkers, que proliferan sin que esté claro si su tarea tiene de verdad un impacto. Hasta ahora la UE se ha centrado en que sean las empresas las que controlen los contenidos y ha dejado la posibilidad de legislar en un tema delicado, que a veces plantea problemas de libertad de expresión, en manos de los Estados miembros.
Mientras tanto, habría que analizar con detalle hasta qué punto influyen los bulos en el voto. La investigadora del Cidob, un think tank independiente con sede en Barcelona, Carme Colomina apuntaba en un artículo reciente que ha llegado la hora de preguntarse "por qué la difusión de información falsa parece ser una estrategia tan atractiva en nuestro entorno". ¿Estamos sedientos de mentiras nuevas que ratifiquen nuestras más oscuras opiniones?
Destaca la experta una de las primeras fake news de la precampaña europea, cuyo origen no era una web opaca de dudosa procedencia: el Gobierno del húngaro Viktor Orbán difundió en febrero un cartel con una fotografía del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y del millonario estadounidense George Soros acusándolos de conspirar para abrir las puertas de Europa a una inmigración descontrolada. La Comisión respondió con una contracampaña en la que desmontaba los argumentos de Budapest, bajo el lema 'Los hechos importan'. Esperemos que sí.
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