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La ampliación de los Balcanes se le atraganta a la Unión Europea

La próxima legislatura resultará básica para fijar la posición sobre la integración de la península

Un cartel sobre la entrada de Kosovo en la UE, en febrero de 2018 en Belgrado.
Un cartel sobre la entrada de Kosovo en la UE, en febrero de 2018 en Belgrado.ANDREJ ISAKOVIC (AFP/Getty Images)

Los Balcanes, uno de los rompecabezas más complejos del Viejo Continente, se ha convertido en la última pieza, casi imposible de colocar, del mosaico europeo. Dos décadas después de las guerras de Yugoslavia, la mayor parte de la región mantiene un precario equilibrio político, económico y social mientras sigue pendiente de un posible ingreso en la Unión Europea que puede tardar muchos años en llegar.

La legislatura que arranca tras las elecciones europeas del 26 de mayo será decisiva para decidir la posición de Bruselas sobre una ampliación, tal vez la última, que el club comunitario no se atreve a digerir.

El club sigue en gran parte traumatizado por el big bang de 2004, cuando 10 países, entre ellos Polonia y Hungría, ingresaron de golpe y con serias dudas sobre su preparación. Pero la historia ha mostrado repetidamente el riesgo que supone descuidar los Balcanes, una región que ha demostrado más de una vez su temible potencial para desestabilizar a todo el continente. Allí empezó la I Guerra Mundial y allí se ejecutaron las últimas masacres y limpiezas étnicas del siglo XX en suelo europeo.

Solo dos de los países nacidos tras la sangrienta desintegración de Yugoslavia, Eslovenia y Croacia, han logrado subirse al tren europeo de la estabilidad y la prosperidad. Otros países de la zona, como Grecia, Rumania y Bulgaria, también forman parte ya del club comunitario. El resto, unos 18 millones de personas repartidas en seis Estados (Serbia, Bosnia Herzegovina, Albania, Macedonia del Norte, Kosovo y Montenegro), permanecen en una delicada situación geoestratégica donde chocan los intereses de los másteres tradicionales de la zona, como Rusia y Turquía, pero también de las dos hiperpotencias del siglo XXI, EE UU y China.

La Comisión Europea insiste en que la política de ampliación y vecindad continúa siendo uno de sus instrumentos prioritarios para estabilizar la periferia de la Unión, en particular, la región balcánica. Pero el actual presidente, Jean-Claude Juncker, aseguró nada más asumir el cargo en 2014 que durante su mandato (hasta 2019) no se produciría ninguna nueva incorporación al club.

La promesa de Juncker era fácil de cumplir, porque tras la entrada de Croacia (en 2013) no había ningún candidato en condiciones de cumplir los criterios de ingreso a corto plazo. Pero el objetivo de la Comisión era enviar una señal política clara que tranquilizara las opiniones públicas de los países miembros, presuntamente asustadas por el imparable crecimiento del club. Pero esa señal alentó también un peligroso desaliento entre los aspirantes. Y el síndrome de Turquía, país que pidió el ingreso en la UE en 1987 y 30 años después parece a punto de recibir un portazo definitivo, podría apoderarse de los candidatos balcánicos y animarles a buscar refugio en capitales muy alejadas de Bruselas.

"Será claramente contraproducente si se relega la ampliación a la cola de prioridades de la UE o se ralentiza el proceso, porque permitirá a otros actores, en especial a Rusia, intervenir en la región y cortejar a países como Serbia, Montenegro o Bosnia Herzegovina", avisa Corina Stratulat, directora de Política Europea del European Policy Centre, en un reciente análisis sobre la siempre postergada ampliación balcánica.

A principios de este año, el presidente ruso, Vladímir Putin, fue recibido en Belgrado con grandes honores y aprovechó su presencia en Serbia para acusar a EE UU y a otros países europeos de querer ejercer "un papel dominante" que desestabilizar la zona. Putin, que en 2014 logró frenar a sangre y fuego el acercamiento de Ucrania hacia la UE y la OTAN, parece dispuesto a plantar cara a la expansión de la UE en todos los lugares donde sea posible, desde Serbia a Montenegro o Moldavia.

La zona también ha despertado el interés de China, que ha incorporado a todos los países de los Balcanes, incluidos los que ya pertenecen a la UE, a su iniciativa 17+1, con la que promueve la inversión en infraestructuras ligadas a la Nueva Ruta de la Seda impulsada por Pekín. El foro celebró en abril en Dubrovnik (Croacia) su octavo congreso, con presencia del primer ministro chino, Li Keqiang. La inversión china en el este de Europa, incluidos los Balcanes alcanza ya los 10.000 millones de dólares, según los datos mencionados en Dubrovnik. Y los flujos comerciales entre los 17 y China aumentaron en 2018 un 21% hasta los 82.000 millones de dólares.

La presencia del gigante asiático ha disparado las alarmas de Bruselas. La Comisión Europea acusa abiertamente a China de inundar los Balcanes con una financiación barata destinada en gran parte a encadenarles con unas deudas impagables. Las inversiones chinas "suelen descuidar la sostenibilidad socioeconómica y financiera y pueden dar lugar a un alto nivel de endeudamiento y una transmisión del control de activos y recursos estratégicos", advirtió la Comisión en un documento del pasado mes de marzo sobre las relaciones con Pekín.

A la Comisión Europea que surja de las elecciones del 26 de mayo le tocará la difícil tarea mantener el atractivo de la UE en el extremo suroriental del continente. Stratulat recomienda que la nueva Comisión se involucre mucho más en la zona y que no olvide actuar siempre como "un socio creíble". Pero todo apunta a que no lo tendrá fácil. La Francia de Emmanuel Macron y la Holanda de Mark Rutte encabezan la resistencia contra una nueva ampliación, una posibilidad que la Alemania de Angela Merkel ve con buenos ojos. Los intentos de la alta representante de Política Exterior, Federica Mogherini, por resolver el conflicto entre Serbia y su antigua provincia de Kosovo (que se independizó unilateralmente en 2008) tampoco han llegado a buen puerto. Y los periódicos brotes de violencia étnica en distintas partes de la península balcánica reviven los peores fantasmas de una región que no acaba de encajar con el resto del continente europeo.

El cerrojazo de la UE deja fuera a Turquía

Turquía parece condenada a ser el primer país que se queda definitivamente fuera tras el cerrojazo impuesto por la Unión Europea desde 2013, cuando se produjo la última incorporación (Croacia). Ankara logró en 2005 un histórico comienzo de las negociaciones para la adhesión. Pero el proceso apenas avanzado y encalló de manera casi irreversible en 2016, tras el presunto golpe de Estado contra Recep Tayyip Erdogan y la posterior represión. Desde entonces solo falta una suspensión definitiva de las negociaciones, solicitada en marzo por el Parlamento Europeo y con la que ha amagado a veces el presidente turco. El candidato del Partido Popular Europeo a la presidencia de la Comisión Europea, Manfred Weber, ya ha prometido que si llega al cargo propondrá la ruptura definitiva de las negociaciones con Turquía, una posición que cuenta con el apoyo de Berlín, París, La Haya o Viena, entre otras capitales.

Turquía ha provocado siempre serias reticencias entre muchos socios de la UE, por temor a que un país tan grande (casi 80 millones de habitantes), mayoritariamente musulmán y pobre (poco más de 11.000 euros de PIB per cápita frente a 28.20 en la UE) desestabilizase el club. La reorganización geoestratégica del planeta en tiempos de postguerra fría ha dado prácticamente la puntilla a la candidatura turca.

La rápida expansión del club europeo, que pasó en una década de los 15 socios de 2003 a 28, tampoco ha ayudado. La opinión pública de algunos países considera un gran fracaso la ampliación hacia el este, que el pasado 1 de mayo cumplió 15 años. Los datos no corroboran esa impresión. Los 10 países que ingresaron en 2004 (con Polonia a la cabeza) han avanzado 18 puntos porcentuales de PIB en su convergencia hacia la media europea; la UE ha destinado 365.200 millones de euros de los fondos estructurales para la mejora, entre otras cosas, de 24.400 kilómetros de carreteras y 3.400 kilómetros de ferrocarril, según los datos de la Comisión. La UE, según Bruselas, también se ha beneficiado de la incorporación de esos países a su mercado interior. Lejos de perder atractivo, la UE ha visto doblarse la inversión extranjera, que ha pasado del 15,2% del PIB al 40,9%.

El temido bloqueo político tampoco parece haberse hecho realidad. La Comisión Europea saliente ha logrado cumplir su programa, con 471 proyectos legislativos. De ellos se han aprobado 348, "en el 90% de los casos por consenso de los 28 países", destaca el equipo del presidente Jean-Claude Juncker. Las propuestas que se han abortado (como la armonización del impuesto de sociedades o la tasa Tobin) o que no han llegado a ver la luz (como el seguro europeo de desempleo) han sido dinamitadas por socios fundadores como Holanda y Alemania, no por los de Europa central.

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