Polifacéticos
Aunque cada vez más frecuente, no es del todo normal, que una inmensa mayoría de prójimos y próximos vivan de oficios inesperados
El taxista dice haber practicado al menos dos de las neurocirugías más notables en la historia reciente y la mujer que atiende los teléfonos en el consultorio dental dedicó cinco años a la realización de una tesis doctoral sobre los sonetos de Shakespeare; el psicoterapeuta que escucha en silencio los oleajes emocionales de no pocos pacientes no estudió Psicología, sino Química y cambió la Tabla Periódica por un curso intensivo en Terapia Gestalt por correspondencia, así como el Lic. Fulano no tiene licenciatura alguna, aunque consta que tomó un curso de dibujo que se anunciaba en un cómic de la peluquería donde sigue podando cabezas el Maestro Zutano que fue cerrajero, enterrador, bolero y segunda base en un equipo de béisbol de Oaxaca antes de entrar a la peluquería como aprendiz.
La mamá de Mengano bailó Can-Cán en el Fru-Frú, mientras estudiaba Comercio y Contabilidad en San Cosme, edecán de los Juegos Olímpicos en el ’68 y corista en el Teatro Blanquita, hasta que consiguió bailar con la troupe de Milton Ghío y conoció al Señor Mengano, que fue vendedor de enciclopedias, Testigo de Jehová y limonero, con un título universitario en Técnicas Agropecuarias aunque dedicó media vida al honesto desempeño de la crónica de espectáculos. Ahora, ambos venden Herbalife.
En el examen vocacional que me aplicaron en la Secundaria los resultados pronosticaron que mi vida se debatía entre convertirme en piloto aviador (quizá en alguna línea comercial) y criador de pollos. A dos compañeros, que hoy son exitosos dueños de taquerías, les aseguraron la gloria profetizándoles la hazaña dual de alunizar como los primeros pobladores mexicanos de la Luna y a un greñudo que no recuerdo su nombre le auguraban una sólida trayectoria en el mundo del plástico y los saborizantes artificiales (hay quien afirma que ese compa quedó enganchado al cemento y se perdió para siempre en los túneles del Metro, allá por la estación Pino Suárez).
Aunque cada vez más frecuente, no es del todo normal, que una inmensa mayoría de prójimos y próximos vivan de oficios inesperados y se dediquen a tareas diametralmente adversas a las artes y ciencias, disciplinas u oficios que supuestamente dominan por obra y gracia del diploma donde consta que estudiaron tal o cual vocación, aunque la marea profesional los haya convertido en cirqueros o funcionarios públicos precisamente para evitar el naufragio. Tal es el caso de mi añorado quiosquero que era Ingeniero con Maestría y el repartidor de pizzas que llevaba media vida estudiando guitarra clásica, el astrónomo que conduce microbuses de la línea 1 y el piloto del próximo avión que pienso abordar esta misma semana que lleva en el uniforme un puñado de sospechosas plumas de pollo.
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