La irresoluble disputa entre Rusia y Japón por las islas Kuriles
Moscú y Tokio arrastran desde hace 73 años un contencioso sobre la soberanía de parte del archipiélago
Sobre el papel, Rusia y Japón están oficialmente en guerra. Todavía. Pese a que esto no es real y ambos países mantienen relaciones diplomáticas, nunca firmaron un tratado de paz tras la Segunda Guerra Mundial. Un acuerdo que ha estado encima de la mesa durante 73 años y que ahora el presidente ruso, Vladímir Putin, y el primer ministro japonés, Shinzo Abe, tratan de reactivar. Sin embargo, pese a que para ambos lograr el acuerdo sería un gran espaldarazo, ninguno parece dispuesto a cruzar la gran línea roja: la soberanía de cuatro de las islas Kuriles, en el Pacífico, que Rusia se anexionó en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial y arrebató a Japón, que las conoce como Territorios del Norte.
Putin y Abe se han reunido este martes en Moscú con la disputa territorial sobre la mesa. Ambos líderes reconocieron que sus posturas están muy lejos, pero resaltaron su interés en hacer realidad el histórico tratado. “Solucionar problemas sin resolver desde hace más de 70 años, desde el fin de la guerra, no es fácil, pero debemos hacerlo”, ha recalcado Abe en una comparecencia junto al presidente ruso. Putin ha advertido que queda mucho camino por delante para llegar a una solución que sea satisfactoria para ambos, “que apoye la ciudadanía de los dos países”.
Y en una Rusia donde el sentimiento patriótico es en los últimos años mayúsculo, ceder un milímetro de cualquiera de los cuatro islotes puede dañar todavía más la popularidad de Putin, que ya ha caído por la complicada situación económica, derivada de las sanciones occidentales impuestas después de que se anexionase Crimea (en 2014) y la caída del precio de los hidrocarburos, explica Dmitri Streltsov, director del departamento de Estudios Orientales del Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Rusia. Un 78% de la ciudadanía rusa está en contra de cualquier cesión territorial sobre estas islas, según un sondeo de Centro Levada de diciembre. Y este martes, la policía detuvo a 11 personas por protestar frente a la Embajada japonesa en la capital rusa contra esa posibilidad. Su tesis es que tras las Kuriles puede llegar Crimea.
Aunque el archipiélago de las Kuriles está formado por 56 islas, solo está en disputa la soberanía de las cuatro más al sur, en las que habitan unas 20.000 personas: Iturup, Kunashir, Shikotan y un grupo de islotes conocido como Habomai. Y para el país nipón es un territorio importante. No solo desde el punto de vista geoestratégico. “Hay un sentimiento de pérdida espiritual”, especialmente “entre las familias expulsadas de las islas tras la guerra o que tuvieron miembros que vivieron en esas islas”, explica por teléfono Stephen Nagy, profesor asociado de la Universidad Cristiana Internacional en Tokio.
Con estos mimbres es complicado avanzar en las negociaciones basadas, como hasta ahora en una propuesta soviética de 1956 que recoge la posibilidad de devolver dos islas a Japón. Una idea que Abe ha dado muestras de estar dispuesto a aceptar. A cambio, ofrece aumentar las inversiones japonesas en el extremo oriente ruso y una explotación conjunta de los recursos naturales. Pero la posibilidad de que Moscú acepte es mínima: las Kuriles ocupan una posición estratégica, a la entrada del mar de Ojotsk, donde tienen su base los submarinos balísticos rusos.
Un pacto que permita resolver el conflicto es una de las prioridades de la política exterior de Abe. Y además acercarse a Rusia permitiría a Japón abrir una brecha en la amistad —guiada por la conveniencia pero cada vez más intensa— entre Moscú y Pekín. Para Putin, el acercamiento a Tokio, un aliado de Estados Unidos, es un paso más en ese giro que ha dado hacia Asia desde que Occidente le cerró sus puertas por anexionarse Crimea. “Además, Rusia necesita diversificarse y precisa de la inversión y la tecnología japonesa”, destaca Kristina Voda, investigadora del Centro de Estudios de Asia Pacífico de Moscú.
A Putin lograr la firma del tratado de paz le daría un punto importantísimo en su legado en política exterior. Pero por el momento, el caldo de cultivo no es el idóneo, matiza la experta Voda. También supondría un inmenso espaldarazo para la popularidad del primer ministro japonés, en un año clave en el terreno doméstico: se aproximan elecciones locales y a la Cámara Alta —vital esta última en sus aspiraciones a una reforma constitucional—, comienza una nueva era imperial tras la abdicación el 30 de abril del emperador Akihito, y Japón será sede este año de la cumbre anual de las economías del G20.
Además, para Abe el tema tiene un importante peso emocional: su padre, Shintaro Abe, exministro de Exteriores nipón, ya trató de avanzar en un acuerdo con el entonces presidente soviético, Míjail Gorbachov, en 1991, justo antes de morir.
La disputa, aunque data de la Segunda Guerra Mundial, se retrotrae a casi un siglo más atrás, a 1855, cuando el imperio Meiji y la corte del zar entraron en negociaciones para trazar una frontera clara. Japón mantuvo el control sobre las cuatro islas hasta 1945.
Pero en los últimos días de la guerra, el 9 de agosto de aquel año, la Unión Soviética lanzó una descomunal ofensiva contra Japón que tomó a Tokio —en plena conmoción por el estallido de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki— por total sorpresa. Fue la gota que colmaba el vaso para la rendición nipona seis días más tarde. La declaración de Yalta otorgó las Kuriles a la URSS como botín de guerra.
En 1956, una declaración conjunta recogía la disposición de Moscú a ceder Shikotan y Habomai, las dos islas más pequeñas —suman un 8% del total del territorio en disputa—, a cambio de un tratado de paz. Aunque el gesto nunca llegó a materializarse. La alianza militar entre Japón y Estados Unidos hizo recular a la URSS: la posibilidad de que tropas estadounidenses se instalaran en aquel suelo es aún hoy uno de los principales factores para que Rusia se niegue a un pacto. Y Tokio insistía en no conformarse con menos de las cuatro islas.
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