Israel llama a las urnas entre sombras de corrupción
Los sondeos prevén la victoria del partido de Netanyahu a pesar de las acusaciones policiales
La Kneset, el Parlamento unicameral de Israel, se autodisolvió esta semana sin ceremonias. El harakiri de los diputados, pactado el día de Nochebuena por los partidos, abre paso a una campaña electoral de casi cien días que apenas tiene precedentes en los 70 años de historia del Estado judío. Las elecciones adelantadas al próximo 9 de abril, siete meses antes del fin de la legislatura, se presentan como un plebiscito sobre la figura de Benjamín Netanyahu, primer ministro durante las tres pasadas legislaturas. Los tres casos de corrupción en los que le involucra la policía han ensombrecido sus últimos años en el poder, pero todos los sondeos le dan como claro ganador de nuevo en las urnas al frente del conservador partido Likud.
Desde que empezó su carrera política hace cuatro décadas, Netanyahu (Tel Aviv, 1949) sueña con convertirse en el primer ministro que más tiempo ha ejercido el poder en Israel. Si suma su primer mandato (1996-1999) a los tres que ha encadenado desde 2009, le restan unos pocos meses para superar la marca de David Ben Gurion, el padre fundador de la nación.
“Muchos electores van a votar por el Likud no porque crean que Benjamín Netanyahu es inocente, sino porque rechazan de plano que pueda ser considerado sospechoso e interrogado e inculpado”, razona Nahum Barnea, columnista político del diario Yedioth Ahronoth, el de mayor circulación del país. “El suyo será un voto de protesta… pero ahora en favor del primer ministro”.
Esta parece ser la fórmula de Netanyahu en búsqueda de la supervivencia en el poder. Las señales enviadas en las últimas semanas por responsables de la fiscalía sobre una previsible inculpación en el mes de marzo, en al menos dos de los tres casos de corrupción que le salpican, le han obligado a cambiar de planes sobre la marcha. En noviembre había frenado en seco las presiones para adelantar las elecciones tras la dimisión del ministro de Defensa, el ultraderechista Avigdor Lieberman. Entonces alegó “razones secretas de seguridad nacional”, que poco después se hicieron explícitas con la operación militar para desmantelar los túneles excavados por Hezbolá en la frontera de Líbano.
Ganó algo de tiempo, pero ya no pudo evitar la disolución de la Kneset. Los dos partidos ultraortodoxos integrados en la coalición más derechista en la historia de Israel le amenazaban con romper filas. El detonante era la ley de alistamiento forzoso al servicio militar para los estudiantes de las yeshivas (escuelas rabínicas), prácticamente exentos de ser reclutados por el Ejército, que debía ser aprobada en enero.
Una media de los diez principales sondeos electorales elaborada esta semana por el analista Daniel Kupervaser constata una previsible repetición de los resultados de los comicios de 2015. En una Cámara de 120 escaños, el bloque de derechas encabezado por el Likud sumaría 57 diputados frente a los 45 del bloque del laborismo y partidos centristas. El bloque de la izquierda pacifista y los partidos árabes israelíes, con 18 escaños, no suele entrar en el juego de las coaliciones poselectorales. “Si no se produce un cambio significativo por una razón externa, como la imputación del primer ministro, tenemos Netanyahu para rato”, concluye Kupervaser.
Otro general en la carrera electoral
Juega con ventaja. En la oposición no parece existir ningún líder capaz de plantarle cara. La exministra Tzipi Livni (centro) carece del apoyo de la actual dirección laborista. El también exministro centrista Yair Lapid se ve desplazado por la irrupción en la carrera electoral del exgeneral Benny Gantz, jefe del Ejército entre 2011 y 2015, que concurre con un nuevo partido que aspira a convertirse en bisagra. Los votantes israelíes siempre han apreciado la experiencia militar, y auparon al poder en el pasado a generales como Isaac Rabin, Ehud Barak o Ariel Sharon.
En el campo de la derecha, también se han producido movimientos. Los ministros de Educación, Naftali Bennett, y de Justicia, Ayelet Shaked, han abandonado Hogar Judío, nacionalista religioso, para fundar la formación Nueva Derecha, dirigida también a los colonos del sector laico en Cisjordania.
El líder del Likud se enfrenta a tres casos de acusaciones por delitos de fraude, cohecho y tráfico de influencias en los que tanto la policía como la fiscalía han recomendado su imputación efectiva. El fiscal general, Avichai Mandelblit, es quien tiene la última palabra. La convocatoria de elecciones anticipadas parece haber paralizado sus actuaciones hasta después de las votaciones.
En el primero de los escándalos en los que el mandatario ha sido investigado, agentes de la brigada antifraude sostienen que Netanyahu y sus familiares recibieron entre 2007 y 2016 lujosos regalos —puros habanos Cohiba, champán francés o joyas— por unos 230.000 euros, a cambio interceder en la concesión de beneficios fiscales. Anticorrupción también recomendó su imputación tras desvelarse sus conexiones con el propietario de la empresa editora del Yedioth Ahronoth en busca coberturas favorables a sus intereses.
La policía israelí también ha recomendado acusar a Netanyahu por fraude y soborno como responsable de los favores gubernamentales que reportaron un beneficio fiscal de unos 250 millones de euros al grupo Bezeq, el mayor del sector de las telecomunicaciones en Israel. A cambio, la compañía puso al servicio de la imagen del primer ministro y de su familia el popular portal informativo Walla.
Netanyahu lo niega todo y advierte de que al final se llegará a la conclusión “no hubo nada porque no hay nada”. En cualquier caso, ya ha comunicado a sus colaboradores más cercanos que no dimitirá aunque el fiscal general le impute formalmente. La legislación israelí no prevé que un primer ministro deba renunciar al cargo mientras no haya sentencia firme. Salvo que el Parlamento se lo exija con un voto de censura. Por eso busca revalidar en las urnas la legitimidad que otorgan los ciudadanos antes de que pueda tener que comparecer ante los jueces de Israel.
En busca de aliados latinoamericanos
A pesar de la excitación electoral en Israel, Netanyahu no ha dudado en desplazarse hasta Brasil para asistir a la toma de posesión, el martes, del presidente Jair Bolsonaro, quien durante su campaña electoral prometió trasladar a Jerusalén la embajada de su país siguiendo la estela de Donald Trump en EE UU. El viernes se reunió en Río con el ultraconservador presidente electo, quien anunció que iba a estrechar las relaciones con Israel en una alianza estratégica que se sellará durante una visita oficial prevista en marzo. Pero no hubo ninguna mención expresa a la eventual mudanza de la legación diplomática.
En el viaje de seis días a Brasil le acompaña una delegación en la que figura como es habitual su esposa, Sara, investigada también por la policía por irregularidades con fondos públicos, y su hijo mayor y heredero político, Jair Netanyahu, cuyo desplazamiento corre a cargo de la familia, según la prensa israelí. El matrimonio Netanyahu, informa Efe, fue visto este domingo paseando entre grandes medidas de seguridad por la célebre playa de Copacabana.
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