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Nigeria se la juega entre el poder y el dinero

La potencia africana inicia una larga campaña electoral bajo la sombra de la corrupción generalizada y la violencia

José Naranjo
El candidato presidencial nigeriano Atiku Abubakar, el pasado octubre en Port Harcourt.
El candidato presidencial nigeriano Atiku Abubakar, el pasado octubre en Port Harcourt. PIUS UTOMI EKPEI (AFP/Getty Images)

“Buhari tiene el poder, pero Atiku tiene el dinero”. Con esta frase resumía hace unos días un destacado miembro de la sociedad civil nigeriana el ambiente preelectoral en su país, ese gigante africano de casi 200 millones de habitantes y gran potencia económica continental que se enfrenta en menos de 90 días a sus comicios más inciertos. Hace tan solo unos meses, el actual presidente, Muhamadu Buhari, parecía tener todas las papeletas para repetir en el cargo otros cuatro años. Sin embargo, el viento ha cambiado de dirección y ahora es su rival, el empresario Atiku Abubakar, hasta hace poco en la sombra política, quien le ha cogido la delantera. Toda África cruza los dedos para que la sangre no llegue al río.

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¿Qué ha pasado para que Buhari, de 75 años, y su Congreso de Todos los Progresistas (APC) estén ahora contra las cuerdas, acorralados por la emergente figura de Atiku, candidato del Partido Democrático Popular (PDP)? Muchas cosas, pero sobre todo una: el general y exdictador reciclado a la democracia que en 2015 logró lo que parecía imposible, desalojar del poder al omnipresente PDP, ha fracasado con estrépito a la hora de cumplir las tres grandes promesas que le auparon a la Presidencia: revitalizar la economía y reducir el paro, aplastar al grupo terrorista Boko Haram, que de hecho ha intensificado su insurgencia en el noreste del país, y terminar con la corrupción que gangrena a Nigeria.

La campaña de tres meses, desmesurada como todo en este país, comenzó el pasado 16 con 78 candidatos en liza y se intuye sucia. Dos semanas antes, varios agentes de policía penetraban en el avión privado del líder opositor, que acababa de aterrizar en Abuja procedente de Dubái, en busca de no se sabe muy bien qué. La sospecha de que Buhari no resistirá a la tentación de usar el aparato del Estado en su beneficio a la hora del recuento en el caso de que los resultados sean ajustados hace temer que se produzca violencia. “Los seguidores de Buhari están fanatizados, pero Atiku no está dispuesto a dejarse amedrentar”, asegura una fuente diplomática.

El presidente nigeriano, Muhammadu Buhari, durante una visita a París, el pasado 10 de noviembre.
El presidente nigeriano, Muhammadu Buhari, durante una visita a París, el pasado 10 de noviembre.Benoit Tessier (REUTERS)

La lucha contra la corrupción ha sido el gran caballo de batalla del actual presidente y nadie duda de que ha metido los codos en el fango. Según el Gobierno, en los últimos dos años ha logrado recuperar unos 700 millones de dólares y una treintena de responsables políticos han tenido que responder ante la Justicia. Sin embargo, nadie ha aclarado ni la procedencia ni el destino de ese dinero, recuperado extrajudicialmente. Asimismo, los políticos procesados son cargos medios de la oposición. “La sensación que tienen los ciudadanos es que es solo revanchismo y que las cosas no han cambiado demasiado”, aseguran desde la asociación Integrity, que combate la corrupción.

El pasado fin de semana, el grupo terrorista Boko Haram irrumpía en el inicio de la campaña electoral con el asesinato de 44 soldados y nueve civiles en el noreste. Al resto del país, estas noticias llegan con sordina, e incluso una cierta sensación de apática resignación parece extenderse por Abuja, Lagos o Port Harcourt. Lo cierto es que, lejos de haber sido aplastados por el puño de hierro de Buhari, los radicales de Abubaker Shekau y Abu Musab al Barnawi, tras un repliegue entre 2015 y 2017, han multiplicado sus ataques, la cifra de desplazados ha vuelto a aumentar y Boko Haram, esa especie de grupo lumpenyihadista que se nutre de la pobreza y el analfabetismo, parece resistir con solvencia.

La economía nigeriana se enfría -la última proyección del Banco Mundial rebaja la previsión de crecimiento para 2018 del 2,1% al 1,9%- en arrastrada por la caída de los precios del petróleo, principal fuente de ingresos del país, y la inflación y el paro, que se ha disparado en 10 puntos tras la llegada de Buhari al poder, están descontrolados. Dos de cada tres parados tienes menos de 34 años. Debo Odulana, un joven médico nigeriano, asegura que cada año unos mil nuevos doctores van directos al desempleo. En ese caladero pescará votos Atiku Abubakar, una figura conocida por haber sido vicepresidente del Gobierno en la época de Obasanjo y, sobre todo, un empresario de enorme éxito que irrumpe con recetas neoliberales y de diversificación para la esclerotizada economía nigeriana, tan dependiente del crudo.

La historia del aspirante es curiosa. Atiku, de 72 años, procede de Adamawa, uno de los Estados más castigados por la violencia de Boko Haram. Su padre fue a la cárcel por negarse a matricularlo en la escuela y el pequeño respondió obteniendo una licenciatura en Leyes que le permitió ingresar en la Administración. Sin embargo, su vocación eran los negocios y comenzó a amasar su fortuna en el sector inmobiliario, la agricultura y la logística portuaria. El niño al que su padre quiso negar el derecho a la educación occidental se convirtió, con los años, en el fundador de la Universidad Americana de Nigeria, con sede en Yola.

En su trayectoria se le ha vinculado en varias ocasiones con escándalos de corrupción, pero nunca ha sido probado. Su perfil de bussinesman y hacedor de dinero que se sabe mover entre el sector público y privado con enorme facilidad es un aval para la élite empresarial nigeriana convencida, en realidad, de que tanta investigación sobre la corrupción es mala para los negocios. Atiku es “uno de los nuestros”, piensan. Enfrente está Mahamadou Buhari, que no ha podido frenar la sangría de altos cargos de su partido en dirección a las filas del PDP, en realidad a refugiarse bajo las faldas de Atiku. Las reiteradas ausencias del país del presidente para recibir cuidados médicos han acabado por trasladar a una parte de la opinión pública la sensación de que su tiempo se agota.

Pese a todo, la batalla será intensa y está sembrada de minas, prueba de ello es que el capital extranjero ha empezado a replegarse en las últimas semanas del país, según fuentes financieras. Buhari ha perdido el favor de los generales, como se conoce al lobby de exmilitares de alta graduación que sigue controlando los hilos del Ejército y de muchos negocios en Nigeria, pero tiene el control de la Administración y de un partido sólido. Ambos rivales son de la etnia peul y del norte, donde el presidente sigue manteniendo lealtades a prueba de bomba. Pero Atiku sabe que el envite final se jugará en el sur, donde mana el petróleo que da oxígeno al país y donde los grandes empresarios de Lagos y el Delta del Níger llevan meses pidiendo un salvavidas. Serán unas elecciones a cara de perro.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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