Trump: el recaudador de alquileres negocia cabezas nucleares
Trump asume una negociación como una partida de póker; cree que denigrar al adversario forma parte del juego y suele tomar rehenes
Donald Trump, constructor hijo de constructor, comenzó trabajando para su padre en los años sesenta yendo a cobrar los alquileres morosos en los barrios neoyorquinos de Brooklyn y Queens con una ley no escrita: cuando llamaba a la puerta, debía echarse a un lado, de forma que si de la vivienda salía algún disparo, solo corría riesgo su mano.
A la hora de diseccionar al Trump negociador, es necesario recordar que el actual presidente de Estados Unidos (Nueva York, 1946) no se forjó como líder en una escuela de élite de la Administración pública, como esa que alumbra a gobernantes en Francia, o en el Senado de Washington, desde donde escalan los mandatarios estadounidenses, sino que lo hizo como recaudador de alquileres remolones en barrios pobres. Y cuando prende fuego a una cumbre como la del G7 el fin de semana pasado en Canadá, aborda el futuro de los jóvenes migrantes indocumentados o la desnuclearización de Corea del Norte, el que habla sigue siendo ese constructor de Manhattan y estrella de programas de telerrealidad.
Muchos de sus trucos se encuentran recogidos en su The Art of the Deal (“El arte de la negociación”), mezcla de biografía y manual de negocios que publicó en 1987 y que revelan la dureza como principal instrumento. “A veces, parte de alcanzar un acuerdo consiste en denigrar a tus competidores”, afirma Donald Trump en un pasaje. “Apunto alto y entonces no dejo de empujar y empujar y empujar para lograr lo que persigo”, afirma el ahora presidente de EE UU en otro.
No cuesta reconocer algunas de estas enseñanzas en lo que ha sido su andadura en la Casa Blanca, en cómo puede insultar en público al primer ministro canadiense mientras negocia un tratado comercial e incluso a la hora de referirse al propio líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, a quien en la Asamblea de Naciones Unidas del pasado mes de septiembre llamó “hombre cohete” y al que se refirió como “gordo” y “bajo”. El régimen norcoreano, instalado en el lenguaje de la amenaza nuclear, se topó el pasado verano con un líder en EE UU sin remilgos con el lenguaje bélico y que le amenazó con la “destrucción total”. En público. Porque el espectáculo siempre forma parte de su negociación.
Otra de sus fórmulas consiste en capturar rehenes. El republicano está empeñado en levantar un muro en la frontera con México y conseguir que el país vecino lo pague, pero, mientras el Gobierno mexicano no acceda a ello, los legisladores deben aprobar un presupuesto público para construirlo. Para doblegar a los demócratas, que lo rechazan en las Cámaras, decidió acabar con el programa que protegía de la deportación a los inmigrantes indocumentados que llegaron a EE UU siendo niños (los dreamers, o soñadores), cuando previamente había dicho que no los expulsaría, a cambio de lograr fondos para el muro. Algo así hizo con la Unión Europea el pasado marzo: aprobó una serie de aranceles al acero y al aluminio y acto seguido los dejó en suspenso para abrir una negociación sobre comercio. Al no lograr ningún avance, el 1 de junio activó los citados gravámenes.
Contempla cualquier negociación como una partida de naipes. Al presidente chino, Xi Jinping, le llamó “jugador de póker”, precisamente en mitad de una jugada en la que el estadounidense pareció ganarle la mano. El 22 de mayo Trump advirtió de que la cumbre corría peligro y apuntó a una segunda reunión que el líder norcoreano mantuvo en Pekín con Xi, los días 7 y 8 de mayo. “Xi es un jugador de póker de clase mundial. A lo mejor no pasó nada. No culpo a nadie. Pero hubo una actitud diferente de los amigos norcoreanos después de aquella segunda reunión”. Cinco días después, el neoyorquino anunció que cancelaba la cita. A los pocos días, la reactivó. Probablemente le había ganado la mano. La desnuclearización de Corea del Norte sería su mayor victoria al póker, pero del tahúr de enfrente apenas se sabe nada.
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