Madeleine Albright contra el mal
La ex secretaria de Estado de EE UU, huida en la infancia de regímenes autoritarios, aborda el nuevo rostro del fascismo
Dice Madeleine Albright que el fascismo tiene más de método que de ideología. En la Italia de la década de 1920, los fascistas de izquierdas reclamaban la dictadura de los desposeídos; los de derechas defendían un Estado autoritario corporativista,y los de centro ansiaban volver a la monarquía absolutista. Lo que tenían en común era la forma de llegar al poder y de retenerlo: el fascista toma la energía furiosa de todos aquellos descontentos por la derrota en la guerra, o por el recuerdo de una humillación y les da esperanza, prometiendo que les devolverá lo que les han robado.
Pero, en ese caso, ¿el fascista tiene que ser violento? ¿Dictador? ¿Nacionalista? En Fascism. A warning (Fascismo. Una advertencia), la exsecretaria de Estado da varias vueltas a ese concepto resbaladizo, tratado a veces con ligereza, para acabar con su definición personal: “Fascista es alguien que se identifica enérgicamente con una nación y alega que habla en nombre de ella o de un grupo, no le importan los derechos de los otros y está dispuesto a usar cualquier medio —incluida la violencia— para lograr sus objetivos. Desde esa concepción, un fascista será probablemente un tirano, pero un tirano no es necesariamente fascista”.
A sus 81 años, preside una consultora en Washington, da clases en la universidad y sigue sin morderse la lengua
Albright (nacida en Praga en 1937 con el nombre de Marie Jana Koberlová) ha huido dos veces de regímenes totalitarios. Cuando apenas tenía dos años, en 1939, su familia escapó de la antigua Checoslovaquia tras ser invadida por la Alemania nazi. Vivieron seis años en Londres y, después de la muerte de Hitler, volvieron a casa. Pero la normalidad duró lo que el comunismo tardó en controlar el país: en 1948, los Korbel se refugiaron en Estados Unidos. Medio siglo después, como jefa de la diplomacia estadounidense, Albright se convertiría en el primer miembro de un Gobierno estadounidense en visitar Corea del Norte. Brindó entonces con el Querido Líder, Kim Jong-il, y exploró la posibilidad de una histórica cumbre con Bill Clinton que nunca se produjo.
Ha sido una de las mujeres más poderosas del siglo pasado, la primera que dirigió el Departamento de Estado (1997-2001) de EE UU. Culminaba así una carrera que empezó en la prestigiosa universidad femenina de Wellesley —la misma en la que estudió Hillary Clinton— donde se licenció en Ciencias Políticas. Después se doctoró en la Universidad de Columbia, se dedicó a la docencia, asesoró en política exterior al candidato demócrata Michael Dukakis y fue embajadora de EE UU ante Naciones Unidas.
Su instinto era más político que diplomático. Cuando en 1996 el régimen de Fidel Castro derribó dos avionetas del grupo anticomunista Hermanos al Rescate, los militares que ejecutaron la operación presumieron de sus “cojones”, como se pudo escuchar en unas grabaciones. “Esto no son cojones, es cobardía”, respondió Albright en una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU. Pronunció la palabra en español, con esa jota de acento estadounidense. Los allí presentes se llevaron las manos a la cabeza, pero hubo pocas frases más contundentes y efectivas en la Administración Clinton. A los pocos días los cubano-americanos la recibieron con alharacas en un acto en Miami, y Clinton acabó ganando en Florida.
Su instinto ha sido más político que diplomático, pero siempre ha sido una criatura mediática
Fue y es una criatura mediática. En la retina de cualquiera queda el baile de la Macarena que enseñó al ministro de Botswana en la mismísima ONU. Hubo otro momento memorable cuando 2016, durante la campaña presidencial de Hillary Clinton, que necesitaba atraer el voto femenino, afirmó: “Hay un lugar especial en el infierno para las mujeres que no apoyan a otras mujeres”. Acaparó titulares y muchas, muchas críticas.
A sus casi 81 años, preside una firma de consultoría en Washington, da clases en Georgetown y sigue sin morderse la lengua. Cuando Donald Trump preparaba la orden para vetar la entrada a EE UU de ciudadanos de varios países de mayoría musulmana, advirtió que ella se registraría como musulmana en señal de protesta. Y lo cierto es que la veterana profesora ha cambiado varias veces de religión: se crió como católica, se convirtió al anglicanismo al casarse con el periodista Joe Albright y, cuando tenía 59 años, descubrió por la investigación de un periodista que, en contra de lo que le habían contado sus padres, había nacido en el seno de una familia judía que fue víctima de los nazis. “Su infancia como refugiada ha influido en su visión de muchas cosas, desde el fascismo hasta la inmigración. Pero usaba su historia tanto para inspirar empatía como para darnos una visión lúcida de cómo abordar estos asuntos desde el punto de vista de la política exterior”, explica Adytia Salgame, de 24 años, alumno suyo en 2016.
En el libro sobre el fascismo solo califica como tal al régimen de Corea del Norte, pero sí señala los dejes autoritarios y populistas de otros líderes. Albright advierte de esta deriva y no ha tenido problemas en señalar a Trump como el presidente “más antidemocrático” de la historia estadounidense. El mandatario se reunirá con Kim Yong-un en Singapur el 12 de junio para tratar de acordar la desnuclearización del país. Estos días se habla mucho de aquel primer intento de la secretaria de Estado, en 2000, que no dio los frutos esperados.
Ha calificado a Trump como el presidente más “más antidemocrático” de la historia de EE UU
Pero Albright también ha defendido posturas duras, más propias de un halcón. Su sucesor al frente del Departamento de Estado, Colin Powell, recuerda en sus memorias que, en 1993, cuando trataba de convencerlo de la necesidad de usar la fuerza en Bosnia, Albright le preguntó: “¿Para qué sirve ese Ejército soberbio del que siempre hablas si no puedes usarlo?”. La doctrina Albright pasó de lo que en su día llamó “multilateralidad asertiva”, a algo mucho más pragmático, la doability, es decir, lo que es factible acometer.
El reputado periodista Thomas Lippman, que cubrió Oriente Próximo en la época de Albright en el Departamento de Estado, considera que su mayor fracaso fue la negociación con Irán (porque fue rechaza por Teherán). Acto seguido, sin embargo, añade que fue también su mayor éxito, “lo trabajó muy bien, fue muy importante”. Porque en geopolítica puede que también cuente más el método que la ideología.
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