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La baja participación electoral denota el escepticismo político en Líbano

Líbano cierra sus primeras legislativas en nueve años al tiempo que los candidatos de la sociedad civil echan un pulso a los partidos tradicionales

Natalia Sancha
Los libaneses han acudido este domingo a las urnas para votar en los primeros comicios legislativos que celebra el país en nueve años.
Los libaneses han acudido este domingo a las urnas para votar en los primeros comicios legislativos que celebra el país en nueve años./NATALIASANCHA

Las primeras legislativas que celebra el Líbano en nueve años se han visto marcadas por una mezcla de escepticismo e incertidumbre a pesar de que, según los expertos, no se prevén cambios transcendentales en el reparto de poder. A quince minutos de finalizar la jornada electoral, el último parte gubernamental cifraba en un 45% la participación ciudadana. Cerca de 3,7 millones de electores han sido llamados a elegir a 128 diputados (divididos salomónicamente entre cristianos y musulmanes) de entre 595 candidatos agrupados en 77 listas. Entrada la noche, las fuerzas del orden seguían intentado aplacar esporádicas reyertas que han estallado en los alrededores de varios colegios electorales del país.

Absorbidos por las trifulcas domésticas y regionales, el Parlamento ha autoprorrogado sus funciones en tres ocasiones desde 2009. “Cuando apenas media dos palmos los líderes de hoy ya se disputaban el poder. No han hecho nada por el pueblo”, es el balance que hace a pie de urna Samira Atala, ama de casa de 68 años. Ha votado por el cambio, “por los independientes”, dice mostrando un pulgar purpura por la tinta indeleble.

El libanés de a pie clama hoy reformas económicas y el fin de la corrupción institucional. Las reglas del juego han cambiado tras sobrevivir a una década de sirocos políticos con la llegada de 1,5 millones de refugiados sirios, la expulsión de 7.000 yihadistas de grupos afines al autodenominado Estado Islámico y Al Qaeda de su territorio, tres revueltas armadas en el país bajo el contagio de la guerra siria y unas menguantes arcas nacionales que acumulan una deuda externa del 150% del PIB.

La estabilidad ha sido la máxima que ha regido las alianzas políticas durante los dos últimos lustros. El magnicidio del ex primer ministro Rafik Hairiri en 2005 (de cuyo asesinato se inculpa a Damasco) junto con el estallido de la guerra siria en 2011 han partido el espectro político libanés en dos bloques de lado y lado de Bachar el Asad. El presidente general Michel Aoun, líder del principal partido cristiano (el Movimiento Patriótico Libre), se unió a al tándem chií Amal-Hezbolá, encabezado el primero por el sempiterno portavoz del parlamento desde 1992, Nabih Berri, y el segundo por Hasan Nasralá, aliado de El Asad en Siria. Es el actual primer ministro, Saad Hariri, y líder del principal partido suní (El Futuro), quien lidera el bloque enfrentado a Damasco.

Los partidos cristianos han quedado divididos y absorbidos por ambas coaliciones. Han sido los padrinos regionales, la suní Riad y la chií Teherán, los encargados de poner fin a dos años de vacuum presidencial por falta de quorum con la formación en 2016 de un gobierno de unidad bajo el controvertido trío Aoun-Hariri-Berri. Cuando finalmente Líbano se creía inmune al contagio de la guerra siria, Arabia saudí claudicó en su entente con Irán, desatando la última crisis política que ha protagonizando el Líbano. Una torpe maniobra orquestada por el príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salmán, forzó el pasado mes de febrero la dimisión del primer ministro Hariri.

Así pretendía castigar a su principal aliado suní por no haber sabido poner freno al creciente poder de Hezbolá, y por ende de su archienemigo iraní. La treta provocó la indignación de detractores y seguidores de Hariri por igual, obligando al Presiente francés, Emannuel Macron, a tomar cartas en el asunto.

En los comicios parlamentarios, los libaneses han estrenado una nueva y complejo ley electoral basado en la proporcionalidad. “Sigue siendo un sistema anclado en cuotas confesionales”, arremete Ali Sleem, desde las ajetreadas oficinas de la Asociación Libanesa para Elecciones Democráticas (LADE) en Beirut. La nueva división geográfica del país en 15 distritos electorales favorece por su parte a minorías como la drusa, y revaloriza el voto cristiano en aquellas circunscripciones de mayoría musulmana.

Si bien los analistas vaticinan que los principales partidos perderán votos, la incógnita de estas elecciones reside en el porcentaje de independientes de la sociedad civil que logren entrar al hemiciclo. Y con ello, erosionar el oligopolio de los partidos tradicionales. Razón por la que los dos bloques políticos actuales han quedado fragmentados a pie de urna, dando por caduca la entente de 2009 al ritmo de insólitas alianzas. El temor ante el intrusismo de los independientes ha provocado acalorados discursos sectarios durante la campaña electoral plagada de ofensas y acusaciones mutuas.

“En general la nueva ley ha supuesto un paso positivo y una mayor representación de las minorías”, valora Elena Valenciano, jefa de la misión de observadores electorales despachada por la UE a Líbano. Los 132 observadores de la UE que se han sumado hoy a los 1.200 de LADE en los 6.700 puntos de voto. “Teniendo en cuenta la coyuntura regional de estas elecciones, es un milagro que el país no haya colapsado antes”, apostilla en sus oficinas de Beirut y señalando un mapa de Líbano. Al norte y este, el país comparte 375 kilómetros de frontera con Siria. Al sur, 81 kilómetros con el enemigo israelí.

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