La caída en desgracia del ministro de Exteriores iraní
Javad Zarif se ve relegado por los recelos de los ultras y la crisis del acuerdo nuclear de 2015
Tras el acuerdo nuclear de 2015, los iraníes esperanzados ante la eventual apertura de su país calificaron a Mohammad Javad Zarif de “héroe de la diplomacia política”. El ministro de Exteriores y jefe del equipo negociador llegó a ser comparado con Mohammad Mosadeq, primer ministro de mediados del siglo pasado que nacionalizó el petróleo. Sin embargo, la popularidad que logró al contribuir a levantar las sanciones internacionales y abrir los grifos del crudo iraní se ha vuelto en su contra. Los sectores conservadores y cercanos al líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, dejaron de apoyarlo ante su potencial para convertirse en alternativa en las próximas presidenciales.
“¿Por qué no confiáis en vuestros diplomáticos? ¿Por qué decís que les han engañado, a pesar de la victoria que obtuvimos en el acuerdo nuclear?”, se quejó Zarif el pasado martes en un discurso en la Universidad Amirkabir de Teherán. Sus palabras iban dirigidas a los grupos más conservadores del sistema político iraní que desde el principio vieron con reticencia el Plan Integral de Acción Conjunta (PIAC), nombre oficial del acuerdo.
Ahora, las amenazas del presidente de EE UU, Donald Trump, contra ese pacto, refuerzan los argumentos ultras para marginar a los políticos que abogaron por las negociaciones directas con Washington, entre ellos Zarif. No es la primera vez que las presiones de Washington les ayudan en ese sentido. En 2002 la inclusión de Irán en el eje del mal de George W. Bush aumentó la presión contra el entonces presidente Mohammad Jatami, lo que influyó en la llegada al Gobierno del populista Mahmud Ahmadineyad y el giro radical de Teherán en sus posiciones.
Zarif no puede tomar la iniciativa en temas de suma importancia regional como la presencia de Irán en Oriente Próximo, o el programa de misiles balísticos. Se ha limitado a aferrarse a la versión oficial dictada por los sectores más rígidos del sistema islámico, en cuyas manos están esas decisiones.
El choque interno ha sido de tal magnitud que el pasado marzo Zarif prefirió no reunirse con el ministro de Exteriores omaní en funciones, Yusuf Bin Alawi al Abdullah, de visita oficial en Teherán para entregar un mensaje de EE. UU. La reforma de la estructura del Ministerio de Exteriores durante los dos últimos años también apunta a los intentos del jefe de la diplomacia iraní para recuperar el peso perdido.
“El ataque de 2016 a la Embajada saudí en Irán convirtió las relaciones entre Teherán y Riad en un asunto de seguridad nacional, y alejó al Ministerio [de Exteriores] del dosier saudí”, explica un diplomático iraní a EL PAÍS. Ahora Zarif tiene que conformarse con publicar varios tuits al día en inglés sobre los temas importantes de Oriente Próximo, mientras que los sectores conservadores, en especial los Guardias Revolucionarios (Pasdarán), optan por una retórica cada vez más incendiaria contra el eje Washington-Riad-Tel Aviv.
Los viajes del jefe de la diplomacia a algunos países africanos y de Europa Oriental durante los últimos meses, también han sacado a la luz el ímpetu de los militares en los asuntos regionales y las limitaciones de Zarif y el Ministerio que preside. Da la impresión de que el sonriente diplomático prefiere refugiarse en la versión oficial del sistema islámico en vez de ponerse en riesgo de nadar contracorriente. Así, el mes pasado aseguró en el Consejo de Relaciones Exteriores en Nueva York que “en Irán nadie es perseguido por ser bahaí [una religión sincrética que Irán no reconoce]” y que “no se castiga a la gente por lo que hace en su casa”. Estas declaraciones provocaron una ola de protestas en las redes sociales, donde incluso lo llamaron “el ministro mentiroso”.
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