Kim Jong-un revela a su país que está dispuesto a la desnuclearización
Los medios norcoreanos, que en negociaciones anteriores rehuían detallar declaraciones relativas a la reducción del arsenal nuclear, publican un gran despliegue informativo sobre la cumbre
Kim Jong-un dando la mano a Moon Jae-in. Kim Jong-un abrazando a Moon Jae-in. Kim Jong-un con una amplia sonrisa sentado a la mesa de negociaciones. La prensa norcoreana dedica este sábado un amplísimo espacio a la cobertura de la cumbre entre los líderes de las dos Coreas, e incluso mencionaba el compromiso de Pyongyang con la “completa desnuclearización” de la Península. Una mención sorprendente y un indicio, quizá, de que también allí los tiempos están cambiando: en negociaciones anteriores, los medios norcoreanos rehuían detallar las declaraciones de sus líderes sobre esa meta. En Seúl, mientras tanto, y digeridas al menos en parte las espectaculares imágenes de la reunión, el ambiente era de cauta esperanza.
“Durante las conversaciones se intercambiaron opiniones francas y sinceras sobre cuestiones de mutuo interés, como la mejora de las relaciones Norte-Sur, la paz y la desnuclearización de la Península”, publica la agencia KCNA, en un amplio despacho que el periódico principal del régimen, el Rodong Sinmun, reproduce palabra por palabra. El diario titula su primera página Un momento histórico que abre una nueva era de reconciliación, paz y prosperidad, y dedica al acontecimiento cuatro páginas de seis, incluidas abundantes fotos. La palabra desnuclearización no figura en la primera página, pero sí en la tercera.
La televisión norcoreana también ha emitido imágenes sobre la impactante cumbre, desde la ceremonia de recepción hasta momentos de la reunión entre ambos líderes. Para resaltar la importancia del acontecimiento, ha correspondido narrarlo a la veterana presentadora Ri Chung-hee, la encargada por el régimen de anunciar los eventos especialmente significativos.
Los tres medios han divulgado el contenido íntegro de la declaración de Panmunjom que han firmado los dos líderes. Una declaración que incluye los “objetivos comunes” de una península coreana libre de armas nucleares mediante la “completa desnuclearización” y que describe los recientes pasos de Pyongyang —el anuncio de que ya no efectuará más pruebas nucleares ni de misiles intercontinentales— como “muy significativos y cruciales para la desnuclearización de la Península”.
Se trata de la referencia más explícita dentro de Corea del Norte a la disposición a desnuclearizarse, desde el fracaso de las conversaciones a seis bandas durante el mandato de Kim Jong-il, a partir de las cuales Pyongyang aceleró el desarrollo de su programa de armas nucleares. Un signo alentador.
Hasta ahora, Corea del Norte ha descrito siempre su programa nuclear como una “preciosa espada”, la principal garantía de supervivencia del país y del régimen contra posibles ataques exteriores. Pero, según Seúl, Pyongyang está ahora abierta a la negociación siempre que reciba unas garantías sobre su seguridad que considere suficientes.
Los analistas consideran improbable que Kim acceda en un futuro previsible a renunciar a ese programa, hasta ahora la prioridad absoluta del régimen. Pero algunos sí opinan que, si los incentivos son los adecuados, el líder supremo puede aceptar medidas como regresar al Tratado de No Proliferación, congelar el programa o desmantelarlo parcialmente y deshacerse de parte de las bombas que ya posee, entre 15 y 60.
Uno de los grandes desafíos que afronta el proceso de deshielo y de negociación es la gran desconfianza. Una desconfianza mutua, patente entre los ciudadanos de Seúl. La cumbre, explica Gina Lee, una diseñadora gráfica de 28 años, “está muy bien, pero solo si se logran avances de verdad. Al final, siempre queda todo en buenas palabras y no cambia nada”.
La propia prensa surcoreana se muestra también cauta. El Joonggang Daily reconoce que la atmósfera tras la cumbre es “drásticamente diferente” del clima belicoso del año pasado, pero también apunta que la reunión de Panmunjom ha dejado claro que “queda mucho camino hacia la desnuclearización”. El conservador Chosun Ilbo recuerda que ya en 2005 Pyongyang se comprometió a renunciar a su programa nuclear y permitir la inspección extranjera; un pacto que quedó en agua de borrajas. “Aunque se llegue a un acuerdo sobre la desnuclearización del Norte en la próxima cumbre EE UU-Corea del Norte, llevará un tiempo desmantelar las instalaciones nucleares, las armas y los materiales fusiles”, apunta el rotativo.
De momento, queda una larga etapa negociadora por delante: incluso tras la cumbre entre el presidente estadounidense, Donald Trump, y Kim Jong-un, en fecha aún por determinar en mayo o junio, seguirá habiendo muchos flecos que pelar. Moon y Kim ya han acordado reunirse de nuevo en Pyongyang en otoño.
El primer aperitivo de esta temporada de contactos diplomáticos llegará el próximo día 9, cuando se reunirán en Tokio Moon y los primeros ministros de China y Japón para una cumbre trilateral, la primera desde 2015. Corea del Norte será uno de los platos fuertes de la agenda en una reunión en la que tanto Tokio como Pekín querrán hacer valer sus posturas.
Japón, el país con una posición más dura hacia Corea del Norte —varios de los misiles lanzados por Pyongyang han sobrevolado su territorio—, ha dado la bienvenida a los resultados de Panmunjom aunque haya insistido en la necesidad de medidas concretas. Pero su postura más dura es ahora minoritaria. El primer ministro, Shinzo Abe, ha tenido que subrayar que su país “absolutamente no” se está quedando fuera de este proceso de negociación.
China, el gran valedor de Corea del Norte, ha instado a las partes a continuar la vía del diálogo. Este país ha sido clave —mediante su aplicación de las sanciones internacionales— para persuadir a Pyongyang a negociar. El programa nuclear norcoreano preocupa a Pekín, pues aumenta la implicación estadounidense en la zona y puede desestabilizar sus zonas fronterizas en caso de conflicto. Pero también, según apunta Andrei Lankov, de la Universidad Kookmin, el Gobierno de Xi Jinping es “realista y entiende que Pyongyang no va a entregar sus armas nucleares, así que está dispuesta a aceptar un compromiso”.
¿A la tercera cumbre, la vencida?
Las dos cumbres coreanas anteriores, las de 2000 y 2007, pese a las grandes expectativas, acabaron generando pocos resultados y ningún cambio en la situación. Pero ni los protagonistas ni las circunstancias —ni siquiera el lugar— son los mismos. Esta vez, asegura Seúl, puede ser diferente.
La reunión de 2000 entre Kim Jong-il y Kim Dae-jung generó tal sensación que incluso valió un premio Nobel de la Paz para el surcoreano. El Norte emergía de una hambruna que diezmó su población; el Sur le donó miles de toneladas de alimentos y fertilizante. Ambos acordaron pasos como las reuniones de familias divididas, la apertura de un polígono industrial conjunto en Kaesong, en el Norte, y de una zona turística en el monte Kumsang, también en el Norte. Pero Pyongyang continuó adelante con su programa nuclear. Y con el tiempo se supo que Seúl había pagado 450 millones de dólares al régimen norcoreano antes de la reunión.
En la cumbre de 2007, el Norte había completado su primer ensayo nuclear un año antes. El presidente del Sur, Roh Moo-hyun, estaba a punto de completar su mandato y los acuerdos firmados cayeron en el olvido una vez llegó al poder el gobierno conservador que le reemplazó.
Esas circunstancias han cambiado. Los dos líderes que se han reunido y han empezado un proceso negociador llegan reforzados. Kim Jong-un ha completado el programa nuclear de su país y se ha deshecho, mediante purgas o incluso el asesinato de su hermano Kim Jong-nam, de posibles rivales. Moon tiene aún cuatro años de mandato por delante. Y un fuerte respaldo popular, al menos de momento: su popularidad, según las últimas encuestas, se encuentra en el 73%.
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