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El xenófobo y ultraderechista Jobbik cambia de piel para cazar votos

La segunda fuerza política de Hungría ha moderado su discurso para capturar a los centristas desencantados con el Gobierno y las clases bajas hartas de la izquierda tradicional

María R. Sahuquillo
El líder de Jobbik, Gabor Vona, en un mitin en Budapest, el 15 de marzo.
El líder de Jobbik, Gabor Vona, en un mitin en Budapest, el 15 de marzo.Zoltan Mathe (AP)

Uno de sus líderes pidió que se hicieran listas de judíos. Otro escupió sobre un recordatorio del Holocausto. Varios organizaron patrullas para “cazar inmigrantes”. Contra los extranjeros. Anti-gitanos. Antisemita. Así, con un ideario abiertamente xenófobo, ha ido creciendo Jobbik hasta convertirse en la segunda fuerza política en Hungría. Pero el partido de ultraderecha radical, que durante años ha arrebatado votos a Fidesz, el partido del Gobierno, ha visto un hueco en el centro y está a la caza de votos. Con un cambio de tono y un lavado de imagen, Jobbik ha aligerado su discurso hasta hacerlo más moderado incluso que el de Viktor Orban. Los últimos sondeos le dan el 20% de los sufragios.

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Peter Jakab, católico practicante de orígenes judíos representa bien a ese ala más comedida y pulcra. El portavoz del partido (uno de ellos) y candidato por Miskolc, barba cuidada, vaqueros, camisa azul y chaqueta de cuero, se ha acercado a hablar con los ciudadanos en el distrito de Katowice, uno de los más pobres del país. Allí, desgrana una de sus promesas estrella: la equiparación de salarios públicos en todo el país. “No puede ser que un cartero aquí cobre menos que otro a 100 kilómetros”, remarca. Su objetivo no solo es hacerse con los votantes conservadores molestos con Orbán. Con un programa electoral de corte muy social, Jobbik persigue también a aquellos votantes de izquierda desanimados y hastiados de los partidos liberales de toda la vida. Como los vecinos de Katowice, obreros del metal que hace tiempo apostaron por el discurso populista de Orbán. Su líder, Gabor Vona, pedagogo, está aplicando ahora el mismo modus operandi con el que fundo el partido: vio un hueco en la ultraderecha y lo capturó.

Jobbik cuenta además con apoyos poderosos. Uno de sus partidarios es el millonario Lajos Simicska, un empresario que ha pasado de ser uno de los mejores amigos y aliados de Orbán a uno de sus principales enemigos. Desde una disputa aún poco clara entre ambos, Simicska se ha dedicado a apoyar al partido que más amenaza al Fidesz. El magnate no sólo ha aportado liquidez a la formación política, también sus medios de comunicación que, sobre todo en los últimos meses, coincidiendo con la recta final de la campaña, han publicado numerosos escándalos de corrupción de Fidesz e incluso del entorno personal del primer ministro.

Quizá por eso, porque es una amenaza cada vez mayor para el Fidesz, el Gobierno ha intentado neutralizarle. En enero, la Auditoría del Estado sancionó a Jobbik por emprender supuestamente una campaña publicitaria a precios más bajos que los del mercado y finanzas opacas. No pasa despercibido que Simicska es dueño de una empresa de marquesinas y posee un buen número de las vayas publicitarias que inundan las carreteras húngaras. El caso todavía no se ha resuelto y deja muchas dudas sobre qué pasará tras los comicios.

El candidato de Jobbik Peter Jakab en un mitin en Miskolc el miércoles.
El candidato de Jobbik Peter Jakab en un mitin en Miskolc el miércoles.
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Mientras, Jobbik sigue presentándose con el lema que le hizo fuerte. La “única alternativa contra Orbán”. El partido antes abiertamente xenófobo ha alejado a sus miembros más radicales. La mayoría de los ultras que permanecen entre sus filas se mantienen más bien callados. “Necesitan librarse de ese halo de racismo y ultraderecha, pero está por ver si su movimiento hacia el centro es real o una estrategia electoral”, analiza Andras Biro-Nagy, del think tank' Policy Solutions.

No es el único de la derecha más radical en tratar de reinventarse. Antes ya lo hicieron el Frente Nacional de Marine Le Pen, en Francia, o el Partido de la Libertad de Austria, que también han tratado de librarse de ese halo de antisemitismo. En Jobbik, el cambio de piel ha incluido no solo una moderación de su discurso, también, en parte, cierta disculpa con las declaraciones más radicales que les hicieron conocidos (y temidos) fuera de Hungría. Como aquella en la que Marton Gyongyosi, uno de sus más destacados diputados, proponía esas "listas de judíos" en el país que dijo suponían "un riesgo para la seguridad de Hungría". La escandalosa declaración, ha dicho después Gyongyosi, fue "mala, incluso desastrosa".

“Jobbik nunca ha sido un partido xenófobo. Quizá lo eran algunos seguidores, o lo parecía. Pocos pero muy ruidosos. Ahora apoyan a Fidesz”, afirma tajante su portavoz. “Nosotros queremos solucionar los verdaderos problemas, no hacer dinero; tampoco alimentar el discurso del odio”, afirma. Poco después, Jakab habla frente a un gran edificio gris en el que vive una mayoría de vecinos de etnia gitana. Ninguno se ha acercado a escuchar al candidato de Jobbik que afirma claramente en su mitin que los gitanos son un grave problema para la ciudad.

Sobre la firma

María R. Sahuquillo
Es jefa de la delegación de Bruselas. Antes, en Moscú, desde donde se ocupó de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y el resto del espacio post-soviético. Sigue pendiente de la guerra en Ucrania, que ha cubierto desde el inicio. Ha desarrollado casi toda su carrera en EL PAÍS. Además de temas internacionales está especializada en igualdad y sanidad.

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