“Da igual su raza, necesitamos a alguien que ponga fin a la discriminación”
50 años después del asesinato del líder negro, las teorías conspiratorias no se han apagado y tanto el racismo como la desigualdad sobreviven
Cincuenta años después, el disparo que mató a Martin Luther King aún resuena en los oídos de América. Se han sucedido guerras y presidentes, epidemias y prodigios, pero la cuestión racial permanece abierta. Quien nace negro tiene el doble de riesgo de caer en la pobreza que un blanco. Y su vida será, en la mayoría de los casos, más difícil. Los afroamericanos sufren tres veces más expulsiones y suspensos escolares, su ingreso medio familiar representa la mitad y, siendo solo el 13% de la población, registran el 40% de detenciones por drogas. La discriminación es flagrante y, según un estudio del Pew Research Center, el 61% de la población (88% en el caso de los negros, 55% en el de los blancos) admite que aún falta camino para llegar a la igualdad.
En esa senda imperfecta, ni siquiera el haber tenido un presidente negro ha sido suficiente. Barack Obama representó la culminación de un sueño, pero no el fin de la historia. Los crímenes raciales siguen, la guerra de símbolos florece y Donald Trump, con su terrible equidistancia en el crimen de Charlottesville, se ha mostrado incapaz de apagar el odio. “El poder simbólico de la presidencia de Obama y la demostración de que ser blanco no bastaba para evitar que los criados ocupasen el castillo atacó las más enraizadas nociones del supremacismo blanco e instaló el miedo en sus defensores. Y fue este miedo el que dio a Donald Trump los símbolos que le hicieron presidente”, ha escrito el pensador afroamericano Ta-Nehisi Coates.
Trump, reconocen los expertos, forma parte del reto al que se enfrenta la comunidad negra. El republicano solo cosechó el 8% del voto afroamericano y esta fractura emerge allá donde se pregunte. “Más que racista, Trump es un ignorante, un tipo de una época anterior a Martin Luther King”, explica Christine, afroamericana de 38 años. Es un viernes gélido de finales de marzo. Y Christine, secretaria y madre de una criatura de 7 años, ha venido a visitar el monumento a King en Washington. No está sola. El aire corta, pero el lugar está repleto de gente. Blancos y negros. “Mire, los abusos son constantes y nos faltan líderes. Da igual la raza que tengan, pero se necesita a alguien con altura suficiente para poner fin a la discriminación”, explica Lia, de 23 años, mientras toma imágenes de la estatua. Un bloque de granito blanco del que emerge un Martin Luther King de mirada desafiante y brazos cruzados. Como siempre, listo para la lucha.
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