Kosovo: una década de independencia, una odisea inacabada hacia el estado de derecho
Los primeros diez años del país balcánico muestran la exasperante lentitud y los inmensos retos que conlleva la implantación de una democracia completa
Visto en el mapa, Kosovo parece una suerte de diamante incrustado en el corazón de los Balcanes. En muchos sentidos lo es, comprimido bajo la presión de grandes montañas geopolíticas, polifacético, cortante. Este sábado 17 de febrero se cumplen 10 años de la declaración de independencia de este diminuto territorio poblado por 1,8 millones de personas, con el PIB por habitante más bajo de Europa (3.500 dólares, 1.000 por debajo de Albania y Bosnia) y que, sin embargo, reviste una importancia política enormemente superior a su peso específico.
En la independencia de Kosovo, territorio anteriormente vinculado a Serbia, se sobreponen varias fallas estratégicas de calado enorme. Por un lado, el pulso entre Occidente (generalmente favorable) y Rusia (firmemente opuesta); por otro, la contraposición (aguda dentro del propio Occidente) de los instintos liberales y de defensa de los derechos humanos a los intereses de mantenimiento de la integridad territorial; subyacente a todo, la cuestión religiosa, en un territorio de abrumadora mayoría musulmana, pero sede de monasterios de gran valor para la cristiandad ortodoxa.
Por todo ello tiene especial interés tratar de trazar un balance de su periplo en esta década. Los elementos negativos son evidentes y graves. Freedom House, centro de estudios estadounidense que analiza la calidad democrática de los países, ha colocado en su último informe a Kosovo en el puesto 122º, después de Zambia y antes de Mozambique. Corrupción, tráfico ilegal, criminalidad de varios tipos e impunidad corroen a la sociedad kosovar. El paro está desbocado y las municipalidades al norte del río Ibar, habitadas por serbios, siguen viviendo en gran medida una existencia paralela. El panorama es sombrío, pero también hay elementos esperanzadores. A continuación, un retrato simétrico de luces y sombras, y una lección general extrapolable de la travesía de Kosovo.
1. Luces
Reconocimiento. En 2008, la opinión consultiva de la Corte Internacional de Justicia dio un fundamental balón de oxígeno a la posición internacional de Kosovo, al establecer que la declaración de independencia no violaba el derecho internacional. El fallo solo se cierne sobre el acto declarativo, pero no dilucida si su sustancia, la independencia en sí, es legítima o no. Aun así, la decisión de La Haya despejó el camino para muchos. Hoy, 10 años después de la declaración, más de 100 países han reconocido a Kosovo; la relación con Serbia ha entrado en un plano de mayor pragmatismo, sobre todo después del acuerdo entre ambos firmado en 2013 y propiciado por la UE, que incluye a los dos países en sus planes de futura ampliación.
Crecimiento. El PIB kosovar crece desde 2015 a una tasa del 4%, superior a la de países de su entorno. En un informe del FMI publicado el pasado día 2, la institución señala que Kosovo ha logrado "significativos avances en asegurar la disciplina fiscal y en reforzar el sector financiero". El déficit se mantiene por debajo del 2% del PIB; la deuda, en un sostenible 20% del PIB, y la inflación está bajo control.
Inclusión. Un informe del secretario general de la ONU del pasado 31 de enero señalaba que las recientes elecciones municipales han sido "genuinamente competitivas" en las municipalidades de mayoría albanesa; y que en las serbias del norte, si bien se registraron inaceptables episodios de intimidación, la tasa de participación casi se ha doblado respecto a la de 2013, que padecieron un amplio boicoteo. Crece el número de serbios en esas zonas que piden DNI kosovar, y el funcionamiento de los controles fronterizos, en un territorio lastrado por todo tipo de tráfico ilegal, mejora según constata la UE.
2. Sombras
Rechazo. Además de Rusia, aliado histórico de Serbia, potencias como China, India o Brasil figuran entre las decenas de países que siguen sin reconocer a Kosovo. Cinco países de la UE siguen enrocados en esa posición, entre ellos España, lo que proyecta sombras sobre la futura relación con el bloque, al margen del renovado impulso a la ampliación desde la Comisión Europea. El diálogo con Serbia, si bien encarrilado en un cauce más pragmático con respecto a antaño, ha sufrido en los últimos compases un evidente parón.
Desempleo. El sostenido crecimiento del PIB no se traduce en una mejora de la brutal tasa de paro, que se sitúa en el 30% de media, y un 50% entre los jóvenes. Las enormes dificultades siguen empujando a la inmigración forzosa a un número elevado de kosovares. Sus remesas tienen un doble efecto: si por un lado palían necesidades básicas de los residentes, a menudo constituyen un factor que frena la incorporación al mercado laboral, cuyos sueldos son tan bajos que equivalen a una remesa estándar desde un país europeo desarrollado.
Corrupción. La corrupción y las interferencias políticas indebidas siguen siendo lacras muy extendidas, según señala el último informe del EULEX, la misión de la Unión Europea concebida para acompañar a las instituciones de Kosovo en su camino hacia un pleno funcionamiento. El EULEX tiene unos 800 funcionarios desplegados. Kosovo se sitúa en el puesto 95º (sobre 176) en cuanto a corrupción percibida según el índice de Transparencia Internacional. La violencia también sigue aflorando de manera alarmante. A mediados de enero causó conmoción internacional el asesinato a tiros de Oliver Ivanovic, un destacado político de la comunidad serbia al norte del Ibar partidario de posiciones pragmáticas. Pese a los esfuerzos, la sensación de impunidad se mantiene elevada. El territorio se mantiene como lugar de tránsito de tráfico de droga y la lucha contra el tráfico de personas sigue siendo calificada de subestándar por el Departamento de Estado de EE UU.
3. Lecciones
La implantación completa de la democracia entre el mar Negro, el Adriático y el Báltico es enormemente más compleja de lo que se pensó en la euforia poscaída del Muro. Varios de los países que accedieron a la UE parecen sufrir deterioros y en la panza balcánica los progresos son lentísimos. Polonia, Hungría o Rumania señalan que la adhesión a la UE no es sinónimo de camino despejado en la ruta hacia el Estado de derecho; el caso de Kosovo muestra que, incluso con intenso apoyo occidental inyectado en un territorio pequeño y con una población reducida, el florecimiento democrático se produce a una lentitud exasperante. El único abono realmente eficaz, el desarrollo cultural de la sociedad, es más lento que las exigencias de la geopolítica. Muchos asuntos parecen en vía de solución (véase la disputa sobre el nombre de Macedonia), pero los Balcanes (literalmente, tierra de sangre y miel) seguirán procurando dolores de cabeza. La UE tendrá que decidir si prefiere afrontarlos desde dentro, con una ampliación, o desde fuera. Las decisiones —firmes o laxas— que se tomen desde Bruselas sobre la deriva polaca serán una lección observada con mucho interés en la panza balcánica de Europa.
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