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La popularidad de Rohani se desploma tras la ola de protestas en Irán

El régimen trata de desactivar el descontento con medidas en materia económica y judicial

Rohani, durante una entrevista en la televisión estatal en Teherán, el lunes pasado
Rohani, durante una entrevista en la televisión estatal en Teherán, el lunes pasadoREUTERS

Las sorprendentes protestas que sacudieron Irán hace un mes se han apagado con la misma rapidez con la que estallaron. Aun así han cambiado la situación más de lo que pudiera parecer. A diferencia de crisis anteriores, cuando los duros del sistema aprovecharon para afianzar su poder frente a los sectores más pragmáticos o moderados, en esta ocasión las élites gobernantes han reconocido la existencia de fallos y el derecho de la gente a quejarse. Sin embargo, los gestos de flexibilidad del régimen no han logrado frenar el desplome de popularidad del presidente Hasan Rohani.

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Apenas acalladas las protestas, el Poder Judicial (uno de los centros de poder en manos de los conservadores) anunció el pasado día 9 la entrada en vigor de una reforma legal que eleva el umbral de posesión de droga castigado con la pena de muerte. La medida, que además tiene efectos retroactivos, puede beneficiar a 4.000 condenados en el país con el mayor número de ejecuciones per cápita. El cambio ya se había aprobado en el Parlamento el pasado agosto, pero dada la oposición a la misma expresada por el propio jefe de la Judicatura y otros altos clérigos, que no haya sido bloqueado en instancias superiores se ha interpretado como un intento del sistema por mejorar su imagen.

No ha sido la única señal de flexibilidad en las últimas semanas. La promesa electoral de Rohani de reforzar el sector privado reduciendo el peso de la Guardia Revolucionaria en la economía, recibió un impulso cuando el ministro de Defensa, Amir Hatami, declaró el día 20 que “según el mandato del líder supremo, todas las fuerzas armadas deben retirarse de las actividades económicas incompatibles con su misión”. Aunque, en buena tradición iraní, varios generales de los Pasdarán aseguraron más tarde no estar al tanto de la orden.

El propio Rohani, vapuleado por los manifestantes, intentó desde el principio convertir el descontento en una oportunidad para el diálogo. “La gente tiene quejas, algunas de las cuales están relacionadas con la economía, la sociedad y la seguridad, y todas estas quejas deben ser atendidas”, declaró. “No tenemos funcionarios infalibles y cualquier responsable puede ser criticado”, ha reiterado desde entonces sin ser capaz de ofrecer propuestas convincentes para mejorar la situación económica de los iraníes.

¿Cuántos detenidos hubo?

Un grupo de diputados ha recibido autorización para visitar este domingo en la cárcel de Evin a algunos de detenidos en las protestas que estallaron justo hace un mes por todo Irán para denunciar la situación económica y la corrupción. Tras la puesta en libertad de 440 personas hace dos semanas, fuentes judiciales dijeron que quedaban unas 465 encarceladas, 55 de ellas en Teherán. Sin embargo, Mahmud Sadeghi, un legislador reformista, había cifrado el total de detenidos en 3.700. La falta de datos fiables subraya que el Gobierno carece de control sobre los aparatos de seguridad.

“Durante la década pasada nos hemos empobrecido, nuestro poder adquisitivo se ha mermado”, explica un profesor y padre de familia. “Sabemos que hay dinero, pero no se distribuye de forma justa, y eso es lo que indigna a la gente”, añade.

La popularidad de Rohani está por los suelos, tal como se vio tras la entrevista que concedió el pasado lunes a la televisión estatal. Al día siguiente, todos los periódicos destacaron que no había aportado nada nuevo. “Careció de cualquier tipo de esperanza para una sociedad que tras las protestas necesita por lo menos un poco de sosiego”, interpretaba el diario reformista Shargh. Más contundente, el analista político Sadegh Zibakalam le advertía en un tuit de la “pérdida de una parte de sus 24 millones de votos” cuando “en vez de abordar los temas clave, se limita a preguntas y respuestas superficiales”.

Rohani, que llegó al poder como alternativa de los sectores reformistas y progresistas, ha ido paulatinamente alejándose de sus promesas. Aunque la apuesta que hizo por el acuerdo nuclear con las grandes potencias en 2015 le granjeó la reelección el año pasado, las excesivas expectativas sobre su impacto (mermado además porque EE UU. mantiene sus sanciones) y el lastre de décadas de mala gestión, han frenado el despegue económico. Crecen las voces que consideran insuficientes los parches y piden una revisión completa del sistema para evitar una mayor radicalización.

“Las protestas no han favorecido a ningún grupo político y han mostrado que ya la gente no confía en la viabilidad del sistema surgido de la revolución de 1979”, interpreta un observador iraní. En su opinión, la principal causa de su desprestigio es “la indiferencia ante la corrupción de los políticos de todas las tendencias”. En los últimos seis meses, incidentes como el terremoto de Kermanshah o la revelación de la importante partida de los presupuestos destinada a los centros religiosos, han agravado el malestar.

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