¿Perdonar? ¡No!, jamás perdonemos
Que se aplique la justicia terrenal a los curas degenerados que abusan de niños
No perdonemos, no, nunca perdonemos a los curas pederastas: todo el poder del Estado, todo el peso de la ley, todo el desprecio de la nación, todo el odio popular, el máximo castigo penal debe recaer sobre estos execrables sujetos que no parecen haber nacido de un vientre humano.
Si nuestros niños son el valor más importante a tutelar en el seno de una sociedad civilizada; si representan el futuro de la patria; si es nuestra obligación preservar hasta donde sea posible su mágica inocencia para aprender de sus candorosos enfoques cuando van despertando a la vida; si son una fuente de esperanza, entonces quienes los destruyan emocional y físicamente y arruinen para siempre lo mejor que puede tener un país y atenten en contra de ellos alegando o no, ser representantes de Dios en la tierra, no solo no deben ser exonerados, sino deben ser sancionados con todos los agravantes y privados de la libertad por el resto de sus deleznables existencias, entre otras medidas correctivas adicionales.
El Papa Francisco no sólo debería haber pedido perdón por los abusos cometidos por el clero en contra de niños y jóvenes, en todo caso también debería haber exigido que la sociedad denunciara a estos nefandos criminales para purgarla, junto con la iglesia, de semejantes parásitos alevosos que, aprovechándose de su autoridad espiritual, engañan a los menores hasta acabar psicológicamente con ellos y, en consecuencia, con sus vidas, salvo que los menores encuentren todavía alguna posibilidad para reparar el daño sufrido, objetivo que jamás se alcanzará con dinero, el de las limosnas pagadas por los doloridos feligreses a título de indemnización.
Estoy de acuerdo con los chilenos que protestaron ante la falta de aplicación de la justicia en los casos de pedofilia cometidos por sacerdotes católicos. Estos deplorables crímenes perpetrados por una parte del clero católico no sólo se dieron en Chile, sino en Irlanda del Norte, Australia, Austria, Canadá, México, Polonia, Bélgica, Alemania, Estados Unidos y Filipinas, entre otros países más.
Estoy de acuerdo con los chilenos que protestaron ante la falta de aplicación de la justicia en los casos de pedofilia cometidos por sacerdotes católicos
Cuando el Vaticano no ha podido ocultar las denuncias de las víctimas a los depravados sacerdotes, obispos, arzobispos y cardenales, salvo muy contadas excepciones, se les ha obligado a recluirse en monasterios, una vez renunciado a toda actividad pastoral o fueron desplazados a otros lugares o países para impartir, supuestamente, “consuelo espiritual” o se les privó de títulos e insignias o simplemente se les prohibió ejercer. En el caso de Marcial Maciel, otro degenerado sacerdote mexicano, el fundador de los Legionarios de Cristo, el Papa Juan Pablo II solo lo condenó a una vida de retiro “en oración y penitencia” cuando debería haber sido expuesto, desnudo, cubierto por un simple taparrabo, en una celda ubicada en la principal plaza pública de México. Exagero, sé que exagero, pero al menos tendría que haber sentido todo el peso de la ley del hombre, ya que no tenía preocupación alguna por el juicio final.
En México, en donde jamás hemos visto recluido en prisión a un sacerdote pederasta, el cardenal Norberto Rivera, acusado de haber encubierto a 15 curas pederastas, jamás fue llamado por la justicia y en la actualidad no sólo disfruta una fortuna mal habida, sino que la goza en plena libertad, una vez concluida su catastrófica gestión pastoral.
Los miles de sacerdotes que han abusado de niños y jóvenes, no pueden quedar exonerados a cambio de la entrega de cientos de millones de dólares o de euros a las víctimas, dinero pagado por los feligreses y que, además, no causó impuesto alguno. El lugar de estos malvados sujetos debe ser la cárcel. A la fecha no estoy convencido de que el celibato sea el origen de estas perversiones sexuales, porque no se trata de abusos, extorsiones o chantajes sufridos por mujeres, sino que, en todo caso, las víctimas han sido varones indefensos que se han sometido por amenazas a las depravaciones de estos perversos curas que denigran al resto de sus colegas que sí cumplen con su apostolado religioso.
No, no perdonemos jamás. Que se aplique la justicia terrenal a su máxima expresión y que mejor sea tras las rejas en donde los curas degenerados se “retiren en oración y penitencia”, antes de conducirlos al patíbulo.
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