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Bulgaria empuja para entrar en Schengen y el euro

Sofía aprovecha la presidencia de la UE para presionar a favor de su ingreso en la moneda única y en el tratado de libre circulación de trabajadores

Claudi Pérez
El primer ministro búlgaro, Boiko Borísov, este viernes en Sofía.
El primer ministro búlgaro, Boiko Borísov, este viernes en Sofía.DIMITAR DILKOFF (AFP)

Uno de los mandarines de la UE los llamó “descendientes de Espartaco”, citó a los poetas nacionales y a Hristo Stoichkov —aquel fiero jugador del Barça— y el Teatro Nacional de Sofía, en el que se celebraba el arranque de la presidencia búlgara de la Unión, se vino abajo. Bulgaria es un país pequeño, relativamente pobre, que ha perdido población a espuertas hasta quedarse en apenas siete millones de habitantes. Pero es también un país orgulloso, que pretende usar la presidencia como palanca para alzar la voz desde el Este y luchar contra la imagen de pobreza y corrupción que tiene en Europa (y que confirman las estadísticas).

La Unión trata de salir de la peor crisis económica en décadas, y la Gran Recesión se las ha arreglado para compartir protagonismo con una crisis migratoria, una crisis de seguridad (con continuos atentados terroristas), una crisis existencial (el Brexit, primer divorcio de la Unión en 60 años) y una crisis política, con una brecha Norte-Sur, una cicatriz Este-Oeste y con los populismos al alza en todo el continente. Europa es consciente de que tiene que reforzar el euro: esa reforma y el Brexit marcarán la fisonomía de la UE que viene y son la gran batalla política de los próximos tiempos. Pero Sofía tiene otras prioridades para su presidencia: entrar en el espacio Schengen (el tratado que permite la libre circulación de trabajadores), ingresar en el euro y ofrecer una perspectiva europea a los Balcanes, una potencial fuente de inestabilidad para Europa, especialmente en el Este.

El presidente del Cosejo Europeo, el polaco Donald Tusk, abrió el jueves una puerta a los países balcánicos en ese vibrante discurso sobre Espartaco, Stoichkov y los poetas. El jefe de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, aseguró en el mismo teatro que el lugar de Bulgaria “es Schengen y es el euro”. Pero esos discursos suelen tender hacia la nada: la cruda realidad es que eso no va a ser fácil en absoluto.

Bulgaria creció el 3,9% el año pasado, más del doble que la media europea. El déficit público es un rotundo cero; el país tiene incluso un pequeño superávit. La deuda pública se limita al 26,8% del PIB, entre las más bajas de Europa. La inflación se ha estabilizado en torno al 1%, el desempleo es inferior al 7%, y tanto el turismo como las nuevas tecnologías tiran de la economía. Con esas cifras en la mano, Bulgaria no debería tener problemas para ingresar en la eurozona: cumple con creces los criterios nominales fijados en Maastricht. Pero la Gran Crisis ha desacreditado Maastricht, que omitió la inestabilidad financiera como fuente de problemas y consagró la idea neoliberal de que solo los vicios públicos pueden traer problemas. Además, hay truco: Europa es un amaño entre las reglas alemanas y la discrecionalidad francesa, y los procesos de toma de decisión se disfrazan con tecnicismos, pero son, siempre, eminentemente políticos. Hace tiempo que Bulgaria cumple los criterios para entrar en Schengen (el sistema que permite la libre circulación de trabajadores), pero los Estados miembros —empezando por Alemania— no terminan de verlo claro, más aún con el discurso antiinmigración asentado en algunos países. Y lo mismo puede suceder con el euro: “Vamos a pedir el ingreso probablemente durante la presidencia [es decir, antes del 30 de junio]”, asegura su ministro de Finanzas, Vladislav Goranov. Sofía cuenta con el apoyo de la Comisión Europea. “Bulgaria ha hecho grandes progresos”, destaca Juncker, que aun así subraya que “todavía no está preparada”.

Puerta del Sureste de Europa, Bulgaria encarna algunas de las contradicciones de la UE. El Gobierno del conservador Boiko Borísov —karateka, exbombero, expolicía y guardaespaldas del último capo comunista tras la caída del Muro de Berlín— se ha aliado con los ultranacionalistas y se queja de que la Unión “no trata a todos los países de la misma forma”: Sofía lamenta que el bloqueo de su entrada en Schengen, al que aspiran Bulgaria y Rumanía, esté más basada en prejuicios (con tintes racistas, para más inri) contra búlgaros y rumanos que en argumentos y cifras. A su vez, el Ejecutivo ha endurecido su política de inmigración y utiliza para ello argumentos relacionados con el “equilibrio étnico” (hay en torno a un millón de musulmanes en Bulgaria). Y no ha dudado en levantar un muro de 12 kilómetros en su frontera con Turquía, del que Borísov presume a la menor ocasión.

La entrada en Schengen será peliaguda, pero en el caso del ingreso del euro quizá las cartas sean algo mejores. Bruselas quiere dar la señal de que a pesar de la crisis las solicitudes de entrada en la moneda única no se detienen. El cumplimiento de los criterios de convergencia nominales es exhaustivo. Y lo más importante: el tratado de Lisboa permite tomar decisiones por mayoría cualificada con el voto a favor del 72% de los Estados miembros si suman el 65% de la población europea. Sin Reino Unido en la UE y con Bulgaria dentro de la moneda única, la eurozona adquiriría ese tamaño crítico, apunta el think tank Eurointelligence. El club de la moneda única, en fin, entraría en una especie de edad adulta y mandaría una señal política de primera magnitud al resto de socios europeos que se resisten a entrar en el club del euro.

“Las élites quieren el euro; la gente quiere otras cosas”, apunta un bombero llamado Georgi, que esta semana prefirió una de las manifestaciones en Sofía contra la corrupción, la violencia machista, en favor del medioambiente o en pos de mejoras sociolaborales a los fastos relacionados con el estreno de la presidencia. La economía crece, la inflación está bajo control y las cuentas públicas relucen en los edificios del Gobierno en Sofía, herencia de la arquitectura soviética. Pero el sueldo medio del país más pobre de la UE asciende a 500 euros, la pensión mínima es de 100 euros, la corrupción sigue siendo insoportable y, a pesar de Maastricht, la convergencia real sigue lejos. Bomberos como Georgi y los policías reclaman subidas salariales del 15%; Borisov ha prometido 50 millones de euros al principal sindicato para comprar paz social. Otro Borisov célebre, Simeon Borisov Sakskoburggotski (también conocido como Simeón de Sajonia-Coburgo-Gotha o Simeón de Bulgaria, eterno aspirante al trono y ex primer ministro del país), asegura que el euro es un objetivo lícito y que “vale la pena intentarlo”. En un castellano aristocrático, Simeón asegura que Bulgaria “lleva años bien encaminada, avanzando aunque sea a trancas y barrancas”. Y deja una advertencia final: “Hay que ir con cuidado, sigue habiendo un déficit de competitividad y el euro forma parte del entusiasmo que tenemos hacia Europa, pero también ha sido un problema para algunos países en los últimos tiempos”.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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