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El chico malo de la política francesa

Laurent Wauquiez, nuevo líder de Los Republicanos, representa una derecha que habla claro y sin complejos

Marc Bassets
Costhanzo
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Los críticos más amables le llaman el bad boy de la política francesa, el chico malo que trata sin piedad a sus adversarios y a quien nadie frena en su ambiciones más desmedidas. Los menos amables lo comparan, bordeando la caricatura, con Putin, o dicen que es mala persona, un ser vengativo y sin empatía, el hombre que convertirá en homologables algunas ideas de la extrema derecha, un elemento tóxico en la Francia de Emmanuel Macron.

Como siempre, todo es más complicado. Cuando Laurent Wauquiez (Lyon, 1975) entra en una sala de reuniones en la sede de Los Republicanos en el distrito XV de París, lo primero que llama la atención es una especie de corrección relajada —sonrisas y educación, sin forzar la familiaridad— tan propia de la élite de este país. A medida que pasan los minutos y la conversación avanza, es obligado constatar que este es un político con ideas, y claras. Y más tarde, casi una hora después, el interlocutor abandona la sala convencido de que el nuevo presidente de Los Republicanos, gran partido de la derecha heredera de De Gaulle, Pompidou, Chirac y Sarkozy, quizá pueda obrar el milagro y recomponer la maltrecha derecha francesa, e incluso llegar a ser un rival a la medida del actual presidente de la República, Emmanuel Macron, y, quién sabe si su sucesor.

Como Macron, es fruto de la meritocracia, culto y leído, analítico, sin la retórica vacía de muchos políticos 

Una manera de entender a Wauquiez es como un Macron de derechas, pero el retrato sería incompleto. Pertenecen a la misma generación. Macron, 40 años. Wauquiez, 42. Provienen de una burguesía provincial trasplantada a París: Macron, de la norteña, Amiens; Wauquiez, de Lyon y de la región de Auvernia. Se formaron y dieron sus primeros pasos profesionales en las instituciones que han fabricado al mandarinato republicano. Macron, en la Escuela Normal de Administración (ENA) y la Inspección de Finanzas. Wauquiez, además de en la ENA, en la Escuela Normal Superior y el Consejo de Estado. Ambos son productos perfectos de la meritocracia francesa, que ofrece a los retoños de la burguesía y la pequeña burguesía numerosas vías para ascender, por medio de la educación, a posiciones de poder. Su inteligencia presenta rasgos comunes: cultos y leídos, analíticos en sus discursos y libros, sin langue de bois (lengua de madera: la retórica vacua de muchos políticos), ni miedo a cuestionar los lugares comunes en su ambiente, el establishment francés. Sus ideas sobre Francia y el mundo —la necesidad de una Europa pragmática y protectora, la exigencia de que Francia se reforme para volver a ser respetada— coinciden más de lo que dan a entender las peleas propias del juego político interno.

El retrato paralelo, sin embargo, enseguida topa con los límites de dos itinerarios y personalidades dispares. Wauquiez, al contrario que Macron, es un político de carrera. Se sumergió desde joven en la praxis partidista y electoralista, mientras que Macron, que trabajó en la banca y en la cocina del poder, carecía de experiencia electoral cuando se presentó a la presidencia. Wauquiez tiene un pie en París, pero también en el ámbito local. Aprendió los rudimentos del oficio a finales de los años noventa con Jacques Barrot, entonces alcalde de Yssingeaux, un pueblo en el departamento del Alto Loira, y ministro en sucesivos Gobiernos y más tarde comisario europeo. Barrot, un democristiano centrista, europeísta convencido, fue decisivo en los inicios de Wauquiez, un mentor del que poco a poco se alejaría, o al que apuñalaría, como dirían sus críticos. En el caso de Wauquiez, un hombre que provoca lealtades inquebrantables, pero también odios viscerales, son numerosos y ácidos.

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No hay una fecha exacta de la ruptura con Barrot, pero desde 2004, cuando Wauquiez ocupa su lugar de diputado por el Alto Loira, empieza el viraje a la derecha y hacia posiciones, si no estrictamente euroescépticas, cercanas a este ámbito. Todavía en segunda fila —diputado, después ministro de rango menor con el presidente Nicolas Sarkozy y alcalde del pueblo de Puy-en-Velay—, sus declaraciones estridentes empiezan a dar que hablar. En 2011 carga contra “las derivas del asistanato”, una alusión a la protección que ofrece el Estado de bienestar. “Un cáncer de la sociedad francesa”, añade, labrándose la repu­tación de ser un político que habla claro y dice las cosas por su nombre. Un día su jefe, Sarkozy, le llama “pobre tonto”, por intentar robarle protagonismo. Flirtea con los grupos que movilizarán la Francia más conservadora contra el matrimonio homosexual. Frecuenta a Patrick Buisson, publicista cercano a la derecha más tradicionalista y radical, y se declara inspirado por intelectuales como Finkielkraut o Houellebecq. Con el libro titulado Europa: hay que cambiarlo todo, de 2014, sella la ruptura con el europeísmo de su mentor. “Cuando se escriba la historia de los mayores fracasos políticos de este fin del siglo XX”, se lee, “el hundimiento de Europa ocupará la cabeza del palmarés”.

Su objetivo es convertirse en una oposición seria al presidente que ocupa actualmente todo el espacio 

Su momento llega después de la derrota humillante del candidato de su partido, François Fillon, en las presidenciales de 2017. La derecha está descompuesta y desorientada, víctima de una opa hostil por parte del omnímodo Macron, que ocupa el espacio ideológico del centroderecha. Wauquiez preside desde 2016 la región de Auvernia-Ródano-Alpes —7,8 millones de habitantes y ciudades como Lyon—, laboratorio conservador con iniciativas como la cláusula Molière, que obliga a hablar francés a los trabajadores de la construcción. Es de derechas sin complejos y a la vez joven y brillante. El hombre del momento. El 10 de diciembre, tras imponerse con un 74,64% de los militantes, se convierte en presidente de Los Republicanos. Su estrategia: primero, reafirmar la identidad conservadora; después, confederar a las corrientes que dividen a la derecha desde el siglo XIX entre la derecha bonapartista, orleanista y legitimista. El espacio es reducido entre Macron en el centroderecha y la ultraderecha del Frente Nacional. Y la tarea, ambiciosa: desmentir la idea macroniana de que izquierda y derecha ya no cuentan, refutar el plan del presidente para desbaratar el sistema de partidos y devolver a Francia algo que se parezca a una oposición y a una alternativa, hoy inexistente.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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