“Los rohingya no mejoraremos con la visita del Papa”
Los activistas de la minoría étnica disculpan que Francisco no prounciase su nombre, pero lamentan que el Estado haya logrado silenciar también al Pontífice
Richard Luin, 57 años, tocado con una gorra azul y apoyado en una barandilla blanca desvencijada en el campo de béisbol de Yangon al que está a punto de llegar el Papa, tiene tres nombres. Su padre, un hindú emigrado a Myanmar en los años 80, creyó oportuno llamarle Simon. Influencia británica, sostiene él. Cuando se convirtió al catolicismo, el cura de su parroquia le bautizó como Frank Matias. Richard, en cambio, es el nombre que ha elegido para esta conversación y para los negocios, explica alargando el brazo y mostrando una tarjeta de visita donde dice que es conductor privado. Hoy tiene el coche aparcado. Se ha tomado el día libre, como la mayoría de las 150.000 personas llegadas de todo el país para la misa masiva del Papa. Francisco lo merecía, ha cambiado la Iglesia, defiende mientras limpia sus gafas de pasta negras con un trapito. “Es bueno y amigable. No como los budistas”, desliza. Cuando termine, volverá a su casa y cuidará el pequeño campo donde planta arroz y curry.
“Es mentira que Aung San Suu Kyi esté atrapada y no pueda ayudarnos. Simplemente no quiere hacerlo”, critica un activista rohingya
El papamóvil se acerca poco a poco al lugar donde está Richard, que no se inmuta y sonríe levemente. Se queda en silencio mientras se cruza a un solo metro con el Papa y repican por megafonía unas campanas grabadas. La celebración de la fe del resto de asistentes es igual de contenida, mucho más espiritual. Ni un solo grito de euforia. Una muestra de cómo puede evolucionar el catolicismo en muchos países de Asia, el segundo continente donde más crece después de África. En Myanmar hay 700.000 católicos, de los que muchos están ahora escuchando al Pontífice y descubriendo por primera vez la magnitud de una comunidad que también incluye minorías como los Kachin, la Chin o la Karen, castigadas en por el Ejército birmano en una proporción similar a la de los rohingya. Por eso a ellos, señala Richard, no les gusta que solo se hable de la minoría musulmana expulsada a Bangladés. Al final de la misa, Francisco se refirió a todos ellos en la oración en Karen. “Que acabe el conflicto en los estado Kachin, Shan y Rajine". La palabra "rohingya", que identifica a su comunidad, expulsada por el Ejército birmano provocando un éxodo de más de 600.000 personas a Bangladés, tampoco se escuchó hoy.
Sam Naem, un activista de dicha minoría islámica, estaba en la misa y no se sorprendió. Al teléfono, explica que su comunidad no está en absoluto decepcionada con el Papa, a quien admira y considera un hombre de paz. “Ese no es el tema principal. El Papa también ha sido discriminado y ha recibido unas presiones inaceptables para no decir nuestro nombre. Y eso para Myanmar, que se considera a sí mismo un país democrático, es muy triste. Francisco no ha querido causar problemas y ser grosero con sus invitados, y por eso no ha dicho nuestro nombre. No podemos estar decepcionados con él, sino avergonzados de quienes le han presionado para hacerlo. Pero en el discurso habló varias veces muy claramente sobre nosotros”, sostiene en referencia a las palabras que pronunció Francisco el martes ante la consejera de Estado y Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi.
En Yangon viven varios centenares de miles de rohingya, según este activista. Y muchos de ellos, como el propio Sam Naem, habían depositado sus esperanzas en Aung San Suu Kyi, la consejera de Estado a la que ahora acusan de haber mirado hacia otro lado. “No está haciendo nada para resolver los problemas de los rohingya. Es mentira que esté atrapada y no pueda ayudarnos. Tiene los votos de la gente, que la eligieron para eso. Pero en lugar de eso colabora encantada con ellos y dice que no usemos nuestro nombre. La gente que trabaja con ella ni siquiera nos respeta y nos llama bengalíes, que es una palabra despectiva”, critica. Sam Naem cree que “la visita del Papa no mejorará nada en la situación de los rohingya”. “Pero ojalá me equivoqué”, señala.
El viaje del Papa a Myanmar se ha complicado enormemente a medida que pasaban las semanas. Cuando Aung San Suu Kyi invitó invitó al Pontífice el pasado mayo, ni siquiera había explotado la crisis humanitaria con los rohingya, la minoría musulmana expulsada de la región de Rajine. Así que lo que debía ser un viaje pastoral y de confirmación de las relaciones diplomáticas de ambos países, ha terminado siendo un campo de minas diplomático en el que han podido oírse algunas explosiones. Tantas que hasta el propio portavoz de la Santa Sede, Greg Burke, ha señalado que “la diplomacia Vaticana no es infalible” y que “el Papa no puede resolver problemas imposibles”
Unas 150.000 personas acudieron a la misa del Papa en un país donde hay 700.000 católicos
Burke y tres de los obispos de la región explicaron al término de la jornada algunas interioridades del viaje —que aborda ahora su segunda etapa en Bangladesh— sin ocultar la dificultad y las sorpresas que se han encontrado. La primera fue el cambio de agenda del primer día, cuando el jefe del Ejército, Min Aung Hlaing, responsable de lo que la ONU considera una “limpieza étnica de manual”, pidió cambiar la agenda del Papa para verse con él antes que la propia Aung San Suu Kyi, jefa de facto del Gobierno. Burke explicó la secuencia. “Lo pidieron ellos. El Papa hubiera preferido hacerlo de otra manera. Hubiera sido más limpio desde un punto de vista diplomático verse con el jefe del Ejército después de encontrarse con las autoridades. Ellos lo pidieron y el Papa lo aceptó”, ha explicado Burke.
Ese fue el primer movimiento que permitió ver en directo que el Ejército no solo manda todavía en la política de Myanmar, sino que además quiere que así sea percibido cuando hay cámaras. Pero la cuestión de los rohingya ha condicionado todo el viaje. Principalmente por la decisión del Papa, asesorado por los representantes de la Iglesia en Myanmar, de evitar pronunciar esa palabra y la expectación generada sobre su decisión final.
En la rueda de prensa se sugirió que el Papa, que ha hecho de la inmigración y los derechos de los refugiados una bandera de su Pontificado, podría haber perdido “autoridad moral” con esta decisión. Burke aseguró que nadie en la Santa Sede se arrepentía ni del viaje ni de haber evitado pronunciar la palabra tabú. El Vaticano, además, evitó pronunciarse sobre si considera el capítulo de los rohingya una “limpieza étnica”, como señala la ONU, la organización que el propio Francisco invocó en su importante discurso ante Aung San Suu Kyii. Pero los obispos de la región, principales impulsores de evitar abordar públicamente la crisis rohingya, aseguraron que no lo han visto con sus ojos y, por tanto, no pueden pronunciarse.
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