El Papa se reúne con el jefe del Ejército en su primer día de visita a Myanmar
Francisco recuerda a Min Aung Hlaing su “relevante” papel en la transición democrática y este niega que exista discriminación religiosa
El Papa Francisco aterrizó este lunes en Yangón, antigua capital de Myanmar, donde llevará a cabo hasta el jueves una complicada misión diplomática y pastoral. El país se encuentra sumido en una crisis humanitaria que ha provocado la expulsión de 620.000 miembros de la minoría étnica rohingya a Bangladés y amenaza con desestabilizar una frágil democracia que empezó a asomar en 2010. Cambiando a última hora la agenda, Francisco se ha reunido con el jefe del ejército Min Aung Hlaing —responsable de la brutal campaña militar— para recordarle su "relevante" papel en este periodo de transición. El militar, sin embargo, negó la limpieza étnica que denuncia la ONU en Myanmar.
Esta vez no hubo recibimientos espectaculares. Tampoco las habituales masas de fieles se apostaron a un lado y otro de la carretera esperando ver pasar al Papa, como suedió en Colombia. Bajo unos 35 grados y un pegajoso 79% de humedad, apenas varias decenas de niños cantaban junto a la pista del pequeño aeropuerto, donde el ministro delegado del presidente de la República y los 20 obispos locales esperaban el aterrizaje del Papa. La población católica de Myanmar representa apenas el 1% del total de un país de 52 millones de habitantes y de mayoría budista.
Estaba claro que este era otro tipo de viaje a los habituales. Pero cuando el Papa recibió la invitación para visitar Myanmar de manos de la actual consejera de Estado, Aung Sang Suu Kyi, nadie pudo imaginar el escenario diplomático que se avecinaba. El país se encontraba entonces en un claro avance en la consolidación de su joven democracia y la figura de la Premio Nobel de la Paz, altamente denostada hoy por su pasividad ante la crisis humanitaria, representaba un valor en alza en la estabilidad de la región.
Francisco, el primer Papa que visita la antigua Birmania, aterrizó este lunes en un país de mayoría budista del que han tenido que huir más de 620.000 rohingya a Bangladés —160 millones de habitantes en un territorio mucho más pequeño—. Ni siquiera el acuerdo firmado el pasado jueves entre ambos países para que los rohinhgya pueden volver paulatinamente a sus casas — no satisface a los implicados ni a las organizaciones humanitarias— ha serenado los ánimos.
El enrevesado escenario diplomático ha obligado a diversos equilibrios no previstos. Uno de ellos fue incluir este lunes, a última hora, un encuentro con el responsable de la campaña militar que comenzó a finales de agosto y que, según la ONU, es una “limpieza étnica de manual”: el jefe del ejército Min Aung Hlaing. La reunión duró apenas 15 minutos y se produjo en la sede del arzobispado de la antigua capital. Un lugar algo más cómodo para el Papa, que en un principio no había previsto verse en privado con el general. No se permitió la entrada de periodistas ni antes ni después del encuentro, y el Vaticano resumió su contenido con una escueta frase: “Se ha hablado de la gran responsabilidad de la autoridad del país en este momento de transición”.
Pero el jefe del Ejército, molesto por la presión internacional que está recibiendo, quiso también fijar posición a la salida de la reunión. La oficina de Ming Aung Hlaing colgó un post en Facebook en el que resumió, también a su manera, lo que su líder había transmitido al Papa. “En Myanmar no hay discriminación religiosa en absoluto, de hecho hay libertad de religión. Y el objetivo de cada soldado es construir la paz en un país estable”, señaló en la red social.
La sensación es que en la delicada democracia birmana —135 grupos étnicos entre los cuales no están los rohingya— es el poder militar quien manda todavía en la política. Y el Vaticano, urgido por su hombre de confianza en el país, el cardenal Bo, no ha querido crear ninguna situación incómoda para las minorías, especialmente para los cristianos. Fue Bo quién le sugirió que incluyera en su agenda esta reunión y quien, además, le pidió que no se refiriese a los rohingya por su nombre —como sí hizo el 27 de agosto durante el Angelus dominical en la plaza de San Pedro— para no herir ninguna sensibilidad. De hecho, muchos otros pequeños grupos religiosos recuerdan estos días que también han sufrido la persecución del Ejército y su caso no se ha tratado con la misma intensidad mediática. El Papa, aparentemente, respetará esa voluntad para no crear conflictos añadidos.
El mismo protocolo se repetirá este martes seguramente cuando se vea en Naypyitaw, la capital del país desde 1989, con la Nobel de la Paz Aung Sang Suu Kyi. Esta vez el encuentro será público y el Pontífice dará un esperado discurso en el que se pondrá a prueba la influencia de la Dama en una región donde confluyen múltiples intereses de los países vecinos. De hecho, el viaje a Myanmar y la propia crisis humanitaria en la región de Rakhine, un estado situado en el preciado golfo de Bengala y lugar comercialmente estratégico para China —madera, agua, electricidad, petróleo, gas y uranio—, puede interpretarse también en un contexto de apertura de las relaciones del Vaticano con el gigante asiático, rotas desde 1951. La Santa Sede lleva años intentando reabrir esas relaciones con diversos gestos y en China se tomará buena nota estos días de todo lo que se haga y diga en Myanmar.
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