Los diputados angoleños se quedan sin coche de lujo
El nuevo Gobierno elimina a militares nombrados por Eduardo dos Santos y el nuevo Parlamento se aprieta el cinturón
Hay corrientes de aire en Angola después de 38 años de mandato de Eduardo Dos Santos. Su sucesor, João Lourenço, ha salido respondón. Ha echado a unos cuantos hijos del exmandatario que vivían de cargos públicos, ha cambiado mandos militares, policiales, judiciales y hospitalarios, y no le ha pasado nada.
Los nuevos aires del Gobierno angoleño también han llegado al Parlamento de la nación. Antes de las elecciones de agosto, el presidente de la Cámara había aprobado una partida de 70 millones de euros para comprarle a cada diputado un coche de lujo, concretamente se había elegido un Lexus modelo 570, a diferencia de otras legislaturas cuando se optó por BMW.
En septiembre juraron sus cargos los nuevos diputados, y el presidente del Parlamento optó por paralizar la compra de los coches para los 220 miembros de la Cámara. La crisis que azota al país desde 2015, cuando el precio del petróleo —95% de sus exportaciones— cayó a la mitad, se ha cebado en la población más pobre; en ese Estado, al parecer, a alguien se le ha ocurrido que igual no era buena idea pasear con un Lexus por calles de Luanda, calles que ni siquiera están asfaltadas.
Es cierto que los diputados llevan más de un año sin recibir dietas por los viajes ni subvenciones por la gasolina de sus coches ni por las facturas de sus móviles; pero lo del Lexus, aún así, parecía excesivo y varios diputados han solicitado que les será más útil un coche menos ostentoso, y, sobre todo, un todoterreno, para solventar los caminos del país, sin asfaltar la mayoría.
En el nuevo concurso tampoco se van a contemplar los modelos híbridos, entre otras cosas, porque la electricidad no es un servicio muy común en el país, ni siquiera en barrios de la lujosa capital. Y también habrá que considerar la refrigeración de los coches, pues tampoco la canalización del servicio de agua potable está garantizada en los barrios de la capital.
El presidente Lourenço ha prometido acabar con los monopolios y mejorar la vida de los angoleños, la mayoría de los cuales nunca han visto un solo beneficio del abundante manantial petrolífero del que goza la nación. La inflación alcanza el 35% anual y mientras la capital es una de las ciudades más caras del mundo, donde una simple Coca-cola es artículo de lujo (cuesta 10 euros), sus ciudadanos malviven con menos de dos dólares diarios. Un país rico de 25 millones de habitantes, de los que 20 millones son pobres.
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