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Juncker propone que los Veintisiete estén en el euro y Schengen en 2019

El presidente de la Comisión centrará su agenda en tres asuntos: comercio, inmigración y economía

Claudi Pérez
El presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker.
El presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker.Olivier Hoslet (EFE)

Ni dos velocidades ni geometrías variables ni otros ingenios de la narrativa europea. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, propondrá hoy al Parlamento Europeo en su discurso sobre el estado de la Unión que Europa deje de ser una especie de menú a la carta: quiere que los 27 países —una vez Reino Unido salga del club— formen parte de la eurozona, de Schengen (la libre circulación por las fronteras interiores) y de la unión bancaria en 2019.

Las épocas felices son páginas en blanco en los libros de historia. Aunque los 10 últimos años no han sido precisamente felices para Europa: la crisis existencial de los últimos tiempos hará las delicias de los historiadores, pero la UE apenas sale hoy de un cúmulo de calamidades —muchas de ellas autoinfligidas— en las que se entremezclan al menos cinco crisis (financiera, económica, social, migratoria y política), por dejar todos esos vientos huracanados reducidos a un repóquer de miserias. El euro estuvo a un paso de partirse por Grecia, la Unión ha sufrido su primera ruptura —el Brexit— y las brechas Este-Oeste y Norte-Sur siguen a flor de piel. Los más rabiosamente optimistas se agarran al crecimiento económico (un 2%, el mayor en una década) y al fracaso de los populismos, que amenazaron con sacar viejos demonios del armario en Holanda y Francia, para dar por superado ese decenio oscuro y anunciar una especie de primavera europea. Pero las grandes crisis tienen siete vidas.

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El jefe de la Comisión, Jean-Claude Juncker, tomará hoy el pulso de ese nuevo rapto de entusiasmo en el arranque del curso político. Juncker tiene sobradas razones para ser positivo: hace solo un año, ese mismo discurso estaba marcado a fuego por el Brexit, la dialéctica antieuropea de Donald Trump y la pujanza de la ultraderecha. Europa sale reforzada, por el momento, de esos embates: los europeos han visto de cerca el abismo del populismo y han dicho “no, gracias”. Juncker dará a conocer hoy su propuesta para no volver a poner en peligro el proyecto europeo en la próxima crisis. Y el resumen sucinto es “todos en todo”: el luxemburgués propondrá que, tras la salida de Reino Unido, los 27 Estados miembros dejen de picotear a la carta y se alisten a los grandes proyectos para 2019: el euro, Schengen y la unión bancaria.

Un nuevo Fondo Monetario Europeo

Bruselas aboga por convertir el Mecanismo de ayuda (Mede) en un Fondo Monetario Europeo (FME) con todas las de la ley antes del fin de 2018. Y apuesta por un presupuesto para países en crisis de alrededor del 1,5% del PIB, por completar la unión bancaria (fondo de garantía de depósitos común y respaldo fiscal del fondo de resolución para el cierre de bancos) y por un eurobono light, sin mutualización de deuda, aunque también iniciará los trabajos para diseñar la versión más ambiciosa de los eurobonos.

La pujanza de Macron ha desbloqueado, en parte, la posición alemana. Pero las medidas más ambiciosas, como el FME y el presupuesto del euro, se toparán con la cruda realidad política de Europa. Las fracturas Este-Oeste y Norte-Sur reducen el margen de maniobra. Las reformas del euro medirán el estado de forma del revivido eje franco-alemán: Merkel puede acceder a parte de las demandas francesas, pero pretende que el FME supervise la política fiscal (en detrimento de Bruselas) y pujará por vincular el presupuesto del euro con las reformas: un régimen de flexiausteridad en toda regla.

Nada de eso es sencillo. La eurozona está formada por 19 países, algunos de los que están fuera podrían tener dificultades para ingresar en el euro e incluso hay un país, Dinamarca, que votó en referéndum que prefiere quedarse al margen. Bruselas ha puesto ya en marcha un esquema para acompañar a esos países en las reformas que necesitan. Juncker propondrá también hoy una línea presupuestaria de ayudas a la adhesión a la eurozona. En el caso de Schengen, habría que promover la entrada de Bulgaria, Rumania, Chipre, Irlanda y Croacia.

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Juncker, según las fuentes consultadas, centrará su agenda en tres grandes asuntos: comercial, migratorio y económico. “Será un discurso político: le quedan menos de dos años y es casi la última oportunidad de decir qué Europa quiere”, dice uno de sus colaboradores. “La constelación política le beneficia porque el idilio Merkel-Macron permite abordar agendas complicadas”, añade.

En su discurso, Juncker tampoco evitará las dificultades. Las mayores son quizá el Brexit y la deriva de Polonia, convertida en una suerte de caballo de Troya contra los valores europeos. Las complejidades de Turquía y el activismo de Rusia, que desplegará en apenas unos días entre 100.000 y 120.000 soldados en unas maniobras militares en la vecindad norte, no le van a la zaga.

En la agenda comercial, Juncker quiere ganar para Europa el espacio que EE UU está dejando atrás con su retórica proteccionista. Pero a la vez activará un movimiento de repliegue: Bruselas quiere que si China puede comprar industrias estratégicas en Europa, la UE pueda hacer lo mismo en China. Juncker lleva meses declarando que los europeos “están a favor de los acuerdos comerciales internacionales, pero no de un libre comercio naíf”.

Migración

El luxemburgués quiere una rápida reforma del sistema de asilo “basada en el equilibrio entre responsabilidad y solidaridad”, una frase que se repite también para todo el paquete económico. Subrayará que hay que seguir con las recolocaciones, una de sus propuestas fallidas por la falta de colaboración de las cancillerías. Pero Bruselas pretende un nuevo paquete de gestión de la migración, en el que cobrará más protagonismo la dimensión exterior de la UE (con ayudas a la vecindad sur y este para reducir los flujos de llegadas), en el que tendrá un papel fundamental la devolución de los denominados “migrantes económicos”, que no tienen derecho a solicitar asilo.

El mandato de Juncker termina en 2019: eso da a este discurso una densidad política especial. Tras varios años difíciles, el proyecto europeo tiene ahora “más viento en las velas”, según las fuentes consultadas. La UE presenta ahora cifras de crecimiento en todos los países. El paro se reduce, aunque hay aún un ejército de en torno a 20 millones de desempleados. El Brexit y Trump “irónicamente ayudan a los europeos: han sido el pegamento que necesitaban”, asegura desde Harvard el profesor Peter Hall. “Europa tiene que sacar partido de esa ventaja y hacer reformas en 2018: la crisis ha cedido, pero volverá”, añade Charles Kupchan, del Center of Foreign Relations.

Juncker propuso a los socios cinco escenarios en el Libro Blanco presentado la pasada primavera: su discurso sobre el estado de la Unión será un sexto escenario, el escenario Juncker, con las recetas de Bruselas antes de que Alemania y Francia dominen la escena. El discurso sobre el estado de la Unión es quizá su última oportunidad para ser recordado como presidente de la Comisión por algo más que el Brexit. Pero también es una puerta abierta a dejar claras las ideas del socialcristiano sobre el divorcio británico.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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