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Columna
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Francisco, por una cura colectiva

Colombia enfrenta el peor de los deterioros éticos y morales en la Justicia y en el Congreso

Diana Calderón

¿Será posible esperar una cura o catarsis colectiva con la llegada de Francisco a Colombia? El país que encuentra el Papa de los católicos, que son más del 72 por ciento, aproximadamente 32 millones, enfrenta, como ocurrió en las décadas del narcoterrorismo, el peor de los deterioros éticos y morales en el sector en que reposa precisamente, la Justicia, y en el Congreso, escenario natural de la democracia.

Magistrados, congresistas y empresarios involucrados en coimas y sobornos para impedir fallos, llevados por la ambición desmedida, grabados por la DEA en Estados Unidos en conversaciones poco menos que mafiosas, en la que un abogado le dice a un exmandatario regional cómo es el modus operandi de la red que tejieron por años en la Corte Suprema de Justicia de Colombia para extorsionar a congresistas, que pagaron por la honestidad que no fueron capaces de conservar.

¿Podrá Francisco sanar la peor de las enfermedades del alma? ¿Lograr alguna reparación que nos permita recuperar la confianza? Según la encuesta Gallup, que se realiza cada dos meses, el estado de desánimo de los colombianos ronda el 70 por ciento, cifra que también se registró durante el Gobierno de Ernesto Samper, con un máximo de 78, y con Andrés Pastrana, con 84%, cuando les preguntan a los ciudadanos si creen que las cosas están mejorando o empeorando.

La relación de esa desesperanza está íntimamente relacionada con la corrupción, que aparece como el principal problema del país por encima del poder adquisitivo, que es la obvia preocupación de las familias en cualquier lugar del mundo.

Deseable que Francisco repita a los colombianos sus palabras a los obispos sobre corrupción el pasado 8 de mayo: “Veo rostros de personas que desde muy temprano y hasta bien entrada la noche salen a ganarse la vida. Y lo hacen con la inseguridad de no saber cuál será el resultado. Y lo que más duele es ver que —casi de ordinario— salen a enfrentar la inclemencia generada por uno de los pecados más graves que azota hoy a nuestro continente: la corrupción, esa corrupción que arrasa con vidas sumergiéndolas en la más extrema pobreza. Corrupción que destruye poblaciones enteras sometiéndolas a la precariedad. Corrupción que, como un cáncer, va carcomiendo la vida cotidiana de nuestro pueblo. Y ahí están tantos hermanos nuestros que, de manera admirable, salen a pelear y a enfrentar los ‘desbordes’ de muchos...”.

El Gobierno propone nuevamente las fallidas, pero necesarias reformas a la política y a la justicia, pero con la llegada de Francisco valdría la pena hacer una reflexión individual, una reforma íntima sobre los comportamientos con los cuales los hombres dañan las instituciones, sobre todo cuando arranca una nueva campaña electoral.

Francisco encontrará a una Colombia en el inicio de un proceso electoral y en la recta final del Gobierno que le apostó a poner fin a 50 años de guerra con las FARC y que, al tiempo que logró desarmar a la guerrilla y colocarla en el escenario del debate de las ideas, provocó la radicalización de las posiciones, al punto de presenciarse cada día una verdadera lucha verbal y un mundo de traiciones donde los medios de comunicación y los periodistas debemos hoy más que nunca defender nuestra independencia con el coraje que implica enfrentar amenazas y chantajes.

Este Gobierno y el que viene tendrán que seguir luchando para recuperar territorios que, no de hoy y tampoco porque las FARC hayan salido de ahí, siguen siendo mundos de la delincuencia y el tráfico de drogas, con la complicidad de las autoridades y la indolencia de los mandatarios que se hacen elegir cada período con la promesa de recuperar la institucionalidad.

El Papa lo podrá ver claramente en los días en que estará dando sus pasos en Colombia. Verá las ciudades y sabrá de los territorios reciclados en sus guerras, ahora más profundas porque al narcotráfico se le suma la minería ilegal. Verá cómo la pobreza en Cartagena, en contraposición con la belleza y la riqueza, convive sin vergüenza para los responsables. Verá cómo los mandatarios se eligen para luego robarse los alimentos escolares y la salud del enfermo, porque el delito no ha sido castigado.

El Papa Francisco deberá ser enterado de que nuestra sociedad es también responsable por su alejamiento de lo ético y la laxitud con la que asume los comportamientos de sus dirigentes y de su propia comunidad.

¿Logrará Francisco que todos esos políticos que se venden año tras año como los salvadores no traicionen a sus electores? ¿Logrará que los ciudadanos recuperen el respeto por sí mismo y valoren su capacidad para castigar al corrupto? En los últimos viajes del Papa a Egipto, Portugal, a África y previamente a Cuba y a Estados Unidos, no parece haber logrado ningún cambio visible, pero al menos sí logró por unos días concentrar algo de asepsia, de discernimiento, de alegría, para pensar en otra de sus frases más profundas: “No tengamos miedo del fango de la historia con tal de rescatar y renovar la esperanza”.

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