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Tribuna
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La última función (Armero, Tolima)

'Amazona' dirá a los espectadores del mundo que los padres no dejan de ser hijos, pero también que Colombia no ha cedido a la derrota a fuerza de narrarse

Ricardo Silva Romero

Hoy es la última función de Amazona. Y el amoroso, terapéutico, estupendo documental de Clare Weiskopf, que retrata pero también revisa y recrea la relación de la directora con su madre, es una prueba de que –luego de quince años de aquella ley que ha permitido a una generación entera ensayar todos los géneros y todas las voces– se ha vuelto posible hacer aquí en Colombia un cine personalísimo que no le tema a la mirada de sus auditorios. Amazona está cumpliendo años de ganarse a los públicos entrenados de los festivales, pero en los siete días que acaban de pasar, en su primera y última semana de exhibición en las salas comerciales del país, ha puesto a hablar sobre las muchas caras de la maternidad a 10.000 espectadores de una sociedad en guerra acostumbrada al fantasma del “padre ausente” y a la figura de la “madre coraje”.

Clare Weiskopf documenta a su madre, la inglesa Valerie Meikle, como una mujer libre que ha sido lo que su vida le ha ido pidiendo en un mundo que no deja en paz sino a unos pocos: desde sus años de esposa entaconada de manual, en Armero, Tolima, hasta su viaje al corazón de las tinieblas de la Amazonía, la Meikle de la película, Val, ha vivido según su propio dios. Tuvo dos hijas con un abogado colombiano. Se casó luego y tuvo un hijo y una hija más –Clare– con un hippie inglés al que se trajo a Cundinamarca. Pero desde el 13 de noviembre de 1985, cuando perdió a su hija mayor en aquella avalancha de Armero que sepultó a veinte mil personas y sigue siendo una tragedia, su búsqueda se volvió también una soledad. Se fue por el río Putumayo sin sus tres hijos. Siguió siendo una madre, pero a su manera.

Y como la suerte de los hijos está atada a la suerte de los padres, como puede a uno írsele la vida repartiendo culpas como un huérfano, Clare convierte su relación con Valerie en una historia de amor mientras espera que su propia hija nazca.

Amazona, que se dispone a seguir su camino en los cine clubes y los canales de televisión, recrea de manera brillante pero simple –en el mejor sentido de la palabra– a una generación de protagonistas que engendró personajes secundarios: muestra a una madre de los sesenta “más grande que la vida” poniendo en práctica la teoría y presenta a una hija de los ochenta haciendo los paces con la abrumadora figura materna y descubriendo que su experiencia en la vida no ha sido prosaica. Pero además sucede en un país, Colombia, en donde ha sido lo común vararse en la Historia, confundir extranjeros con extraterrestres, dejarse llevar por un curioso antagonismo “porque sí” que nos ha hecho propensos a volcar nuestras frustraciones sobre los demás, que nos ha hecho creer que existir es prevalecer, que ser otro es un fracaso.

Amazona tiene un plano final de gran película: Clare Weiskopf tiene a su bebé recién nacida sobre el pecho, feliz e iluminada, pero sólo se acuerda de sonreír cuando su marido –el productor y el camarógrafo del documental: Nicolás van Hemelryck– le susurra “sonríe…”. Es escalofriante porque es verdad. Es esperanzador porque insinúa una nueva clase de padre de familia capaz de ser consueta, apuntador, en la trama de su esposa. Amazona no se deja llevar por la teoría una sola escena. No habla de “la mujer” ni de “la mujer en Colombia”, sino de un par de mujeres llenas de su propio amor por el mundo que consiguen ponerse a bailar porque eso es lo que importa. Pero no por nada sucede en el país de las madres solas, las avalanchas y las guerras que en esta década han dejado un millón de mujeres víctimas de violencia sexual: un millón.

Amazona dirá a los espectadores del mundo que los padres no dejan de ser hijos, pero también que Colombia no ha cedido a la derrota a fuerza de narrarse.

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