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Muere Dom Franzoni, el abad de la basílica de San Pablo Extramuros castigado por el Vaticano

Participó con 36 años en el Vaticano II y sostuvo que fue Pablo VI quien primero “congeló” aquel concilio

Giovani Franzoni en Madrid en 2011.
Giovani Franzoni en Madrid en 2011. Álvaro García

Conocido como Dom Franzoni (dom, del latín dominus, es un honor que solo se atribuye a los monjes benedictinos), a Giovanni Battista Franzoni lo calificaba este viernes el periódico La Repubblica, de Roma, con motivo de su muerte el pasado día 13, como un “católico marginado pero coherente”. Lo fue en grado extremo. Había sido casi todo —y pudo ser mucho más si hubiera querido— en la Iglesia romana de la mano de Pablo VI, su amigo del alma cuando eran jóvenes. Pero un día decidió dar un portazo e irse a uno de los arrabales de Roma a fundar una comunidad de base que se haría famosa. Antes, había participado por derecho propio en el Concilio Vaticano II con apenas 36 años (el más joven de los conciliares italianos) porque Dom Franzoni era en los años 60 del siglo pasado nada menos que el abad de la basílica de San Pablo Extramuros del Vaticano, casi tan grande como la de San Pedro, que ya es decir. La tradición dice que allí está enterrado Pablo de Tarso, el auténtico secretario de organización del primer cristianismo, por encima del pescador Pedro. Por eso, a pesar de no ser obispo, como abad de esa basílica tenía derecho Franzoni a participar con voz y voto en el Vaticano II.

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"No es que nosotros, viejos y a menudo enfermos, poseamos la verdad o seamos indispensables, mas algo interesante podremos decir como testigos del contexto (humores, esperanzas, temores, desilusiones, indignaciones) en que se discutieron y redactaron documentos. Ningún discurso o crónica, y menos aún los mismos documentos, pueden presentar mejor el contexto de aquel acontecimiento que cambió el catolicismo moderno durante décadas, metido en conserva más tarde por los últimos Papas”, dijo en 2011 a los congresistas de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, reunidos en el paraninfo del sindicato Comisiones Obreras en Madrid. El Dom fue aquel primer fin de semana de septiembre la figura estelar del congreso.

Sus problemas empezaron cuando Pablo VI ordenó congelar algunas de las reformas que los conciliares más avanzados habían creído irrenunciables. El todavía abad alzó la voz y fue la primera víctima. En realidad, al concilio llegó como la inmensa mayoría de los prelados: sin saber las intenciones del pontífice convocante, Juan XXIII, que ya entonces se había rodeado de lo más granado y avanzado de la teología europea, entre otros Joseph Ratzinger y Hans Küng. Recordaba Franzoni en 2011, en declaraciones a EL PAÍS: "Yo había entrado en el Vaticano II como un moderado, pero para muchos, italianos en gran parte, era progresista y en ese camino fui despertado por la presencia e intervenciones de cardenales como el belga Leo Suenens, arzobispo de Malinas-Bruselas, o de Giacomo Lercaro, arzobispo de Bolonia, o de patriarcas como el griego melquita Maximos IV".

Las traiciones al concilio empezaron con Pablo VI. En muchas partes se afirma que fueron Juan Pablo II y después el cardenal Joseph Ratzinger —a partir de 2005 Benedicto XVI— los que pusieron un freno a los fermentos post-conciliares. Franzoni no está de acuerdo. Según él, fue el mismo Pablo VI quien puso las premisas para que el Concilio pudiera ser, al menos en parte, domesticado, y el post-concilio enfriado. El punto principal lo refería a la autoridad papal y la consiguiente papolatría reinante y creciente. También lamentaba cómo Pablo VI enfrió e, incluso, evitó el debate sobre el celibato sacerdotal. Desde entonces, la cuestión ha provocado infinitas disputas y mucho sufrimiento, con decenas de miles de sacerdotes (solo en España, más de 6.000) que abandonaron para casarse y, también, con decenas de miles de parroquias y millones de fieles sin sacerdotes que les atiendan al menos los domingos y demás fiestas de guardar.

Franzoni también puso el grito en el cielo por la prohibición de la píldora anticonceptiva. Cuando se discutió sobre los métodos moralmente legítimos para controlar la natalidad, numerosos prelados sostuvieron que a los cónyuges se les debía otorgar libertad de conciencia, tesis contradicha por otros menos numerosos pero más combativos. Los progresistas confirmaron —se había descubierto la píldora poco tiempo antes— que no era sabio oponerse a la ciencia y emitir sentencias en campos tan opinables. Pareció claro que la gran mayoría del Concilio era favorable a la tesis abierta. Intervino entonces Pablo VI reservándose la determinación de los medios moralmente lícitos para regular la natalidad. Lo hizo con la encíclica Humanae vitae.

Franzoni también puso el grito en el cielo por la prohibición de la píldora anticonceptiva

Se quejó, además, del endurecimiento de la falible autoridad papal, que castigaba a cientos de teólogo acabando sin miramiento con la teología de la liberación en favor de una Iglesia de los pobres. Él mismo fue una de las víctimas cuando en Italia, en mayo 1974, se programó un referéndum para decir si se derogaba la ley sobre el divorcio. Se trataba de discutir sobre una ley civil, no sobre un sacramento, pero la Conferencia Episcopal italiana intentó imponer, moralmente, y no solo a los católicos, sino a todos los ciudadanos, el votar sí a la abrogación. Franzoni se opuso públicamente. Fue suspendido a divinis. Los días 12 y 13 de mayo de 1974 aquella Italia —que según el Vaticano era católica al 98%— votó no, en un 60%, a la cancelación de la ley del divorcio. Fue un gran golpe para el Papa y los obispos.

Alejado de todos los cargos y acosado por las jerarquías —“su concepción de la Iglesia es incompatible con la doctrina católica”, dijo finalmente una nota oficial del Vicario General de Roma—, pero jaleado por los medios de comunicación, Franzoni resistió más de lo debido, reconoció más tarde. Nunca quiso romper su amistad con Pablo VI, que le confesó haber aguantado cuanto pudo las presiones de la curia. Tenía otra culpa a sus espaldas. "Muchas veces, recibí a personas a las que el aparato del Vaticano cerraba el despacho del Papa. Si el Papa dice y hace una cosa en San Pedro, tú no puedes decir o hacer algo distinto en San Pablo, me decían”. La presión fue tan grande que un día caminó hasta el Vaticano y presentó la dimisión. Se le aceptó meses después, en septiembre de 1973, coincidiendo con el golpe criminal de Pinochet en Chile.

Nacido en 1928 en Varna (Bulgaria), a donde sus padres fueron en busca de trabajo y comida, Franzoni pasó su adolescencia en Florencia. Fue ordenado sacerdote en 1955 y enseñó filosofía en la Universidad benedictina de Farfa. Ha fallecido en Canneto Sabino, una aldea de 568 habitantes de la ciudad italiana de Fara en Sabina (en la provincia de Rieti). Se había casado en 1991 con Yukiko Ueno, una periodista japonesa atea. La boda se celebró en la Embajada de Italia en Tokio. Prolífico escritor, entre su treintena de libros en solitario o colectivos cabe destacar los más polémicos, como Las sombras Wojtyla (1999); Hasta el cielo es de Dios. El crédito para los pobres, (2000); Autobiografía de un católico marginal(2014) y La mujer y el círculo roto.

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