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Reportaje:

La historia contada a través de los santos

Los jubileos de la Iglesia católica forman parte de la saga de glorias y tragedias, de misticismo y miserias de la vida de los hombres

Juan Arias

El 25 de marzo pasado comenzó un nuevo año santo en la Iglesia católica por voluntad del papa Juan Pablo II. Según la tradición, este acontecimiento tiene que celebrarse cada veinticinco años, y el próximo sería en el año 2000. El último fue en 975, bajo el pontificado de Pablo VI. Como habían hecho otros Papas en la historia de la Iglesia para poder celebrar un año santo fuera del tiempo tradicional, también el papa Wojtyla ha tenido que buscar un motivo especial, y ha sido que en este año se cumple el 1.950º aniversario de la muerte y resurrección de Cristo, o, como él ha dicho, de la redención. Por primera vez, el año santo durará trece meses, ya que empezó el 25 de marzo pasado y se clausurará el 21 de abril de 1984, fiesta de Pentecostés.

Con los jalones marcados por los años santos de la Iglesia Católica y con todo lo que se fue cociendo en ellos podría construirse una historia universal. Podría escribirse también la historia de los más grandes papas de la Iglesia, ya que en realidad ningún Papa importante se resignó a no celebrar su año santo.Se explica así el hecho de que, al principio, el jubileo se celebraba cada cien años; después, cada cincuenta; luego, se pasó a un plazo, de 33 años, y al final, cada veinticinco. Ahora, Juan Pablo II ha vuelto a proclamar un nuevo año santo a sólo ocho años del último de Pablo VI.

Unidos a los grandes jubileos aparecen los personajes más conocidos de la historia: desde Dante a Petrarca, desde Lutero a san Francisco de Asís o san Ignacio de Loyola, Voltaire, Giotto, Bernini, Miguel Angel o Napoleón. Y es también la historia de los cismas de la reforma protestante, de los antipapas, de los destierros, de las guerras de sucesión.

Con los años santos nace hasta el concepto de historia moderna. Fue un Papa español, tristemente conocido por la ligereza de su vida privada, llamado el adúltero y concubino, padre de cuatro hijos, Alejandro VI, quien instituyó el rito de abrir y cerrar la puerta santa. Después de haber recitado una oración compuesta por él mismo se puso un delantal blanco de albañil, cogió de un plato de plata un martillo y golpeó la puerta diciendo: "Abridme las puertas de la justicia". El muro no cayó y debió golpear hasta tres veces. .

Todos los pecados, perdonados

El primer año santo no fue proclamado por un Papa, sino por el pueblo o, mejor dicho, fueron los romanos los que esparcieron la voz en 1299 de que en el año 1300 se iba a celebrar el año jubilar en que se perdonarían todos los pecados. Y así, el 25 de diciembre, fecha en la que en aquel tiempo se celebraba también el - año nuevo, una muchedumbre de peregrinos invadió literalmente la basílica de San Pedro, lanzándose sobre la tumba del apóstol con el presentimiento de que de aquella tumba saldría para ellos la gran indulgencia plenaria. Y desde aquel momento toda Roma hablaba de que iba a empezar el año santo. Sorprendidos el Papa y los cardenales, consultaron frenéticos los archivos para ver si en el año 1200 había huellas de haberse celebrado un jubileo. Pero no se encontraron ni atisbos.

Pero ya no se podía desilusionar a aquella muchedumbre "casi enfurecida". Y, al parecer, para justificar la proclamación del año santo nacido de la vox populi, ser creó una leyenda: la de un peregrino de más de cien años llegado desde Beauvais para confesarle al Papa que se acordaba que hacía cien años había llegado con su padre a Roma para ganar el jubileo, y que le había dicho: "No dejes de volver, si estás vivo, dentro de cien años, para el próximo jubileo".

Así nació el primer año santo de la historia de la Iglesia católica bajo el pontificado de Bonifacio VIII.

Sin embargo, el año santo que ha celebrado desde entonces la Iglesia (este del papa Wojtyla hace el número veintisiete) tenía ya su origen en el Antiguo Testamento. Fue, en realidad, Moisés quien inventó el primer jubileo, llamado el jubileo de los hebreos. Entonces tenía un carácter social y tan revolucionario que hoy sería imposible llevarlo a cabo ni siquiera entre los católicos más fervorosos.

¿En qué consistía? Muy sencillo: cada cincuenta años se proclamaba un año llamado santo. Y, según el libro de los Levitas, en dicho año. santo "cada uno recuperaba sus propiedades". El principio era que la tierra (que era la mayor riqueza de entonces) no podía recibirse como propiedad "para siempre". Como tampoco nadie podía ser esclavo de otro para toda la vida, porque una persona, como hijo de Dios, no podía pertenecer a otro como propiedad, y la tierra tiene un solo propietario, es Dios.

Jubileo en clave social

El recuerdo de esta historia primitiva del jubileo hebraico fue objeto de una dura polémica en Roma durante el último año santo, proclamado por Pablo VI, en 1975. En aquel año era abad de la basílica de San Pablo de Roma (una de las cuatro famosas basílicas que los peregrinos tenían que visitar para ganar la indulgencia plenaria del año santo) el famoso benedictino e intelectual Giovanni Franzoni. Era un fraile progresista que había tenido mucho influjo durante el Concilio. Al llegar el año santo recordó, en uno de sus famosos sermones en la basílica, abarrotada de gente, más que en el mismo San Pedro, lo que antiguamente significaba el jubileo en clave social. Y pidió al Papa que pidiera por lo menos a los religiosos y a las religiosas del mundo que dieran ejemplo, y que con motivo del año santo renunciaran a todas sus propiedades y las entregaran a los pobres. Lo escribió en una carta pastoral revolucionaria que llevaba como título las palabras de la Biblia que dicen: La tierra es de Dios. En ella hacía un análisis muy detallado, por ejemplo, de las hectáreas de terreno destinadas a parques y jardines que en Roma poseen las casas generalicias de religiosos y religiosas y de las propiellades del Vaticano. Y pedía que se pusieran a disposición de los niños que no tienen un metro cuadrado de verde para jugar.

La polémica fue tan dura que el abad Franzoni se vio obligado a dejar la basílica, y fundó lo que hoy se llama la Comunidad de San Pablo, una de las primeras comunidades cristianas de base nacidas en Italia. Sus fieles empezaron a reunirse en un garaje y a actuar directamente en los problemas más reales y más urgentes de la ciudad. Y han sido desde entonces un elemento crítico a la base del cristianismo. Franzoni acabó recibiendo la prohibición de celebrar misa. Pero él y los suyos creyeron siempre que habían sido ellos quienes habían celebrado el auténtico jubileo bíblico al lado de los pobres.

Denuncia de corrupciones

Lo cierto es que, poco a poco, en muchas épocas de la historia de la Iglesia, el concepto originario de jubileo como remisión de las deudas y como desprendimiento de las propiedades se cambió en el contrario de negocio. Y no sólo por el escándalo de la compra venta de las indulgencias, que fue la causa de la ruptura de Lutero con la Iglesia de Roma, sino por que el año santo fue en muchas ocasiones un motivo para que mucha gente, y el mismo Vaticano, se enriquecieran.

Ya en el primer año santo, 1300, escribe Giovanni Villani que "se trajeron muchos tesoros a la Iglesia, y los romanos se hicieron todos ricos". Hasta el punto de que en 1343, cuando el Papa estaba en el destierro de Avignon, se le presentó una delegación de dieciocho romanos pidiendo a Clemente VI que, en vez de esperar hasta el año 1400 para el nuevo año santo, proclamara otro en 1350, es decir, cada cincuenta años, como, lo había establecido Moisés. Sólo que Moisés lo había hecho para que los ricos se hicieran pobres, y la delegación romana lo hacía para que los ciudadanos de Roma volvieran a enriquecerse con un nuevo jubileo. Y así fue. Y los curas romanos "traficaron con las indulgencias". También el año santo de 1450 sirvió de modo egregio para "hacer dinero", hasta el punto de que, a aquel jubileo, Bargellini lo ha apellidado como el año santo de oro. Era papa Nicolás V, el papa humanista, enamorado de los libros. Concedió a Cosimo, de los Médicis, la exclusiva para la tesorería del año santo. Cosinio, que era un buen banquero, hizo acuñar una moneda especial que se llamó jubileo. Los peregrinos la compraban, pero no la gastaban. Se la llevaban como recuerdo y reliquia. Nació entonces también la venta de objetos' sagrados, empezando por la imagen del santo rostro, que fue el primer objeto de culto de los peregrinos llegados a Roma aun antes de existir los años santos. Según cuentan las crónicas de aquel año, el banco de los Medicis

ganó con la Iglesia más de 100.000 florines de oro.Nacieron también entonces lo que hoy son las famosas trattorie romanas, es decir, pequeñas tabernas donde se podía comer. Se construían para los peregrinos en el campo, en la afueras de la ciudad. Llegaron a estar abiertas durante aquel año santo 1.022 con nombre y muchas más anónimas. Y en las calles, alrededor de las basílicas, se vendía de todo, desde cirios a abanicos de palmera.

Año santo del españolismo

Fue, sin embargo, también aquel un año santo en el que desfilaron como peregrinos personajes de primera plana de la santidad de la Iglesia, empezando por santa Rita de Casia, san Bernardino de Siena, san Diego de Alcalá, etcétera, hasta el punto que fue apellidado el año santo de los santos. Y los peregrinos eran tantos que las calles "estaban llenas como los hormigueros", dice un cronista.

Y, junto al deseo de ganar dinero, hubo también los años santos de la vanidad. Sintomático fue el llamado año santo del españolismo. Eran los tiempos del débil Inocencio X, manejado por Olimpia Maidalchini, esposa de Pamfilio. Aquel año santo fue el triunfo de la vanidad de donna Olimpia y del escultor Algardi, que esculpió para el jubileo la famosa escena de León Magno que detiene a Atila. El primer escándalo fue que al abrir el muro de la puerta santa no se encontró el cofre con las medallas de oro que por tradición se encerraban dentro del muro de un año santo a otro, como un valioso tesoro. En seguida se dijo que se había tratado de una brujería de donna Olimpia. Toda Roma se horrorizó del sacrilegio, y Pasquino recogió la historia en uno de sus versos más maliciosos, que empieza así: "Quien dice mujer dice daño". Pero fue también el año en el que el gran pintor español Diego Rodríguez de Silva y Velázquez hizo el retrato mejor que existe en un Papa, el de Inocencio X, el cual, con la familia Pamfilia, concedió en aquel año santo todos los honores a España.

Baste pensar que el cortejo que acompañó al duque Infante, embajador de Felipe IV, por las calles de Roma estaba formado por trescientas carrozas, escoltadas por servidores moros y acompañadas por graciosos jorobados que hacían fiesta bajo el tintineo de las campanillas de plata que colgaban de las carrozas.

Durante aquel año santo, en la. Pascua de Resurrección, una confradía española transformó la bellísima plaza Navona de Bernini en un importante altar, y la iglesia nacional de Santiago fue iluminada como un ascua con miles de luces que desprendían "un fulgor dé paraíso", dice un historiador.

Después del Vaticano II

Papa que se planteó el problema de si el año santo, después del Concilio Vaticano II, puede seguir teniendo un valor y un significado para el hombre moderno fue Pablo VI, quien llegó a la conclusión de que el antiguo jubileo puede tener aún sentido hoy si se sabe captar su espíritu de "conversión interior". Dijo que podía ser un momento especial de reflexión hacia la "reconciliación", porque .nuestra vida está turbada por. demasiadas rupturas, demasiadas desarmonías, demasiados desórdenes, para poder gozar de los dones de la vida personal y colectiva, según sus finalidades ideales". Y aquel año santo fue el jubileo de los grandes momentos ecuménicos, un paso realmente importante en el encuentro entre católicos y protestantes, y entre católicos y ortodoxos.

¿Y el año santo que va a empezar a sólo ocho años de distancia del de Pablo VI? No son pocos los que aún no entienden cuál ha sido la verdadera razón por la cual Juan Pablo II no ha querido esperar al año 2000 para el nuevo año santo. No han faltado hasta las malignidades, hubo quien escribió en seguida que se podría llamar el año santo ambrosiano, refiriéndose al escándalo del Banco Ambrosiano del suicidado Roberto Calvi, en el que haquedado implicados también el banco del Papa y su presidente, el arzobispo Paul Marcinkus. Se quiso ver una especie de ocasión buena para una colecta mundial que pueda resarcir al Vaticano de los millones que tendrá que pagar por la quiebra del Ambrosiano, del que era el mayor accionista. Otros pensaron que al Papa tampoco se le había escapado que es el año del aniversario del nacimiento de Martin Lutero, el gran enemigo de las indulgencias que son la base del año santo.

Sin embargo, el Papa ha explicado que deberá ser un año jubilar como preparación al gran jubileo que deberá celebrarse en el año 2000, al cual el papa Wojtyla le da toda una serie de simbolismos milenaristas. Quiere que sea un año de reconciliación en un momento en el que se hace cada vez más amenazador el peligro de la ruptura de los grandes equilibrios mundiales, bajo la cual aparece, sombrío, el peligro atómico.

Para desmentir las finalidades económicas, ha decidido que se pueda ganar el jubileo sin venir a Roma, y para salir al encuentro de las críticas por celebrarse el año santo en el centenario del nacimiento de Lutero, el Papa ha subrayado que este jubileo extraordinario estará empapado de espíritu "ecuménico". Y no se excluye que el Papa aproveche la ocasión para quitar al rebelde monje agus-, tino la famosa excomunión que pesé sobre su conciencia.

Y, por supuesto, se hablará más de penitencia y de conversión que de indulgencias, aunque los peregrinos llegarán a Roma en avión o en autobuses con aire acondicionado.

Este año santo extraordinario del primer Papa polaco de la historia puede hacerse célebre por uno de los actos más importantes y significativos. Juan Pablo II lo va a celebrar en junio precisamente en su patria, en Polonia, ante los pies de la Virgen Negra de Czestochowa, ante un pueblo que pide la liberación de muchas cadenas. ¿Qué les dirá el Papa a los polacos? Y desde allí, ¿cuál será el mensaje de reconciliación que mandará a un mundo que no renuncia a cargarse de misiles atómicos mientras aún no ha vencido el hambre?

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