Ayer se cumplieron diez años de la "encíclica contra la píldora"
Mientras el consumo y uso de métodos anticonceptivos aumenta en todo el mundo y algunos países superpoblados han puesto en marcha medidas de control de la natalidad desde los propios Gobiernos, la Igleisa continúa condenando, en nombre de la ética, la moral y la doctrina divina, los métodos reguladores de los nacimientos. Algunas voces de la jerarquía eclesiástica y teólogos se han levantado para recordar, entre otras cosas, que la encíclica Humanae Vitae, que ayer cumplió diez años, no es dogma de fe. Pero el Vaticano sigue relacionando sexualidad con reproducción y negando a la primera valor en sí misma. Juan Arias informa desde Roma.
Ayer se celebró el décimo aniversario de una de las encíclicas más discutidas de Pablo VI: la Humanae Vitae, llamada popularmente la encíclica de la píldora. El Papa había reunido una comisión de expertos de todo el mundo, para que estudiaran el delicado problema de la ética de los anticonceptivos. La comisión se mostró a favor de la limitación de la natalidad a través de medios artificiales, declarando que esto no era contra la moral católica. Pero Pablo VI, «escuchando sólo a su conciencia», decidió lo contrario. Alguien dijo que había sido un gran científico ruso, ateo, quien le había convencido, después de una noche entera de diálogo, durante la cual le había demostrado que la naturaleza, cada vez que se actúa contra ella, acaba vengándose duramente.En aquella ocasión obispos de varios países demostraron su perplejidad ante esta encíclica y recordaron a los católicos que no era dogma de fe y que en cada caso particular todo católico tenía derecho a seguir el dictado de su conciencia, porque esta es una norma fundamental de la moral católica contra la cual la encíclica no podía legislar.
¿Qué piensan en Roma diez años después de la encíclica? En varias ocasiones el Papa ha recordado últimamente que no ha cambiado la doctrina de la Iglesia en esta materia, y anteayer Radio Vaticano declaró que la tentativa de controlar la natalidad a través de métodos artificiales se ha demostrado como, un fallo en todo el mundo. Pero hoy los teólogos son mucho más abiertos en este campo. Incluso aquí, en Italia, donde el influjo de la sombra de la cúpula de San Pedro les obliga a ser más prudentes para no perder la enseñanza en las diversas universidades católicas.
Teólogos discrepantes
Algunos de estos; teólogos., como Enrico Chiavacci, recuerdan en estos días que el Concilio puso un principio nuevo, no en relación con la Biblia, pero sí con la tradición. Es decir, que «la relación conyugal tiene un valor positivo que no se funda ni deriva de la finalidad procreativa». Es una página nueva, porque desde San Agustín hasta el Derecho Canónico el fin primario de la sexualidad era la procreación.Una vez admitido que la sexualidad es un «modo de comunicación interior» entre los cónyuges, se abren nuevas perspectivas, incluso teológicas. La actividad sexual, dicen estos teólogos, es una forma de demostrar el amor, que es la esencia de la unión del hombre y la mujer. Pero en este caso la procreación no siempre es un acto de amor, como la no procreación no siempre es un acto de egoísmo. Lo importante es saber si se trata de una elección de amor o no. «Existirán -dice Chiavacci-situaciones inevitables en las cuales será necesario mantener la relación de pareja, el amor y sus manifestaciones, sin poder procrear. El problema de los métodos viene después, porque es más grave procrear sin amor que evitar la procreación.» Y añade que la encíclica de Pablo VI había distinguido entre métodos naturales y métodos «contra la naturaleza», pero a diez años de distancia, el teólogo italiano, y con él muchos otros, piensa que si es cierto que los métodos artificiales suponen uña manipulación de la naturaleza no lo es menos que «motivos de caridad pueden convertir esta manipulación no sólo en lícita, sino también en un deber». Lo mismo sucede en la naturaleza: existe una manipulación condenable, que es la de la contaminación del ambiente, y existe una manipulación generosa, como el trasplante de un riñón.
El teólogo Chiavacci piensa, sin embargo, que quizá haya sido un bien que el Papa no haya declarado lícitos, en todas las circunstancias, los métodos artificiales de la contracepción, porque existe el peligro de que en algunos países pobres del Tercer Mundo algunos Gobiernos desaprensivos y autoritarios pudieran servirse de esta decisión de la Iglesia para imponer por ley a los católicos la prohibición de procrear, una libertad que, según la doctrina más genuina de la Iglesia, ningún poder deberá nunca y por ningún motivo impedir al hombre.
En definitiva, Pablo VI y los círculos más recalcitrantes del Vaticano siguen relacionando sexualidad con reproducción y negando todo valor a la primera como manifestación interpersonal en sí misma. Además, parece que la cúpula de San Pedro es bastante poco permeable a las voces de quienes discrepan de sus teorías, incluso desde altas posiciones dentro de la jerarquía eclesiástica. Al fin y al cabo, el Papa se siente respaldado por su conciencia de la inspiración divina. En este sentido hay que entender el mensaje de Radio Vaticano en la reafirmación que hizo anteayer de la validez de la Humanae Vitae, ,que terminaba diciendo que los que hace diez años «se divirtieron ridiculizando el contenido de la encíclica, reduciéndola a un no a la píldora, reflexionan ahora y empiezan a ver que ésta no era la imposición arbitraria y discutible de una tesis personal, sino la interpretación auténtica y feliz de una norma divina».
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