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Tribuna
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Qué día los van a matar (Malambo, Atlántico)

Los líderes sociales de ciertas regiones colombianas se despiertan hoy con la seguridad de que un día de estos es su asesinato

Ricardo Silva Romero

Es como fue: los líderes sociales de ciertas regiones colombianas se despiertan hoy, diecisiete años adentro del siglo XXI, con la seguridad de que un día de estos es su turno, un día de estos es su asesinato. Hubo en la Colombia, de los setenta a los noventa del siglo pasado, una generación de políticos de izquierda que se entregaron a su carrera –a su lucha– como a una viacrucis: vivieron reclamándole justicia social a un país confesional de señores feudales, y estos dueños de todo no sólo supieron valerse de los actos despiadados e inclementes de la guerrilla para hacerles creer a millones de incautos que ser de izquierda era ilegal e inmoral e imperdonable, sino que permitieron la aniquilación de miles de personas que se atrevieron a hablar en voz alta de los derechos humanos. Hoy, increíblemente, es igual. Pero además sucede en vivo y en directo: “está amenazado”, “lo van a matar”, “fue anoche”.

Como si aquí hacer memoria fuera convertir el horror en rito, “pero no olvide usted que esto es Colombia…”, han sido asesinados 36 líderes sociales desde que comenzó la implementación de los acuerdos de paz. Bernardo Cuero Bravo, reconocido líder de los afrodescendientes desplazados, fue asesinado el miércoles 7 de junio en Malambo, Atlántico, luego de salvarse en los ochenta del exterminio de la izquierda a manos de las llamadas “fuerzas oscuras” y de escapar de los paramilitares de Tumaco en 1999, y luego de cuatro años de discutir con la Unidad Nacional de Protección si enfrentaba conflictos personales o serias amenazas de muerte, y luego de dos meses de escuchar que él era el siguiente e insistir en que iban a matarlo. Y no puede ser que ser colombiano sea ser un espectador aterrado de Colombia.

La Defensoría del Pueblo ha estado diciendo que lo dijo. La Procuraduría General ha declarado “no habrá tolerancia ni impunidad para crímenes de líderes sociales” y ha afinado los mecanismos de protección. Los portales verdadabierta.com y pacifista.co han llevado la cuenta –y han contado la exasperante tragedia colombiana– de los promotores de la paz en estos meses de paz: Cuero, Tenorio, Calle, Chantre, Rodríguez, Acosta, Sánchez, Buitrago, Rosero, Oteca, Anzola, Anzola, Rivera, López, Cuetía, Gómez, Cerón, Olarte, Cantillo, Jaramillo, Bernal, Agames, Manyoma, Cartagena, Mosquera, Calvache, Parra, Pito, Álvarez, Veldaño, Mangones, Salas, Hoyos, López, Tenorio y Borrego. Y se ha lanzado una plataforma tecnológica, el Proyecto Salvavidas, para crearles una red civil de protección a los líderes expuestos.

Y sin embargo es como si sucediera detrás de una pantalla, como si fuera una película que ya fue y va a seguir siendo, y no se pudiera tocar.

Cómo puede superar la impotencia un pueblo que se ha acostumbrado a las guerras civiles y se ha desarrollado en sus ciudades a pesar de todo. Qué más, aparte del desangre, tiene que sucedernos para que matar sea un tabú, para que estos ejércitos pacificadores que fingen patriotismos e ideologías dejen de creerse que “justicia” es lo suyo: la implementación de los acuerdos de paz tendría que probarles a los fundamentalistas de ambos lados que aquello de “todas las formas de lucha” no es sino violencia; tendría que llevar, ya sin la excusa de las Farc, a sustituir venganza por justicia; tendría que lograr que el Estado se dé por fin en tantos lugares sitiados: tendría que conseguir que ya no se mate porque sí, porque la impunidad es la regla; tendría que probar que los políticos que sacan provecho de un atentado como el del sábado en Bogotá son villanos, y ya.

“Tendría” no es suficiente. Colombia puede seguir siendo muchas Colombias, pero su poema nacional tiene que dejar de ser la crónica de una muerte anunciada.

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