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Trump cede el control de Afganistán a los halcones militares

La decisión abre las puertas a un fuerte aumento del contingente estadounidense y aleja la retirada final

Jan Martínez Ahrens
Miembros de la Guardia Vieja portan el féretro del sargento William Bay, muerto en Nargarhar, Afganistán, por un soldado afgano presuntamente miembro de los talibanes.
Miembros de la Guardia Vieja portan el féretro del sargento William Bay, muerto en Nargarhar, Afganistán, por un soldado afgano presuntamente miembro de los talibanes.EFE

La balanza se inclina por el bando de las armas en Afganistán. El presidente Donald Trump ha cedido a las exigencias del sector militar y ha reforzado la autoridad del Pentágono en el país. La decisión abre las puertas a un fuerte aumento del contingente estadounidense (de 3.000 a 5.000 soldados más), y sitúa en un futuro incierto la retirada final que tanto persiguió Barack Obama. Después de 15 años de destrucción, la guerra más larga de Estados Unidos se resiste a morir.

El análisis del alto mando sobre Afganistán es pesimista. El comandante de las fuerzas americanas en la zona, el general John W. Nicholson, ha declarado que Estados Unidos y sus aliados se han estancado. El secretario de Defensa, el antiguo teniente general James Mattis, ha ido más lejos. “En 2016 los talibanes tuvieron un buen año y lo están intentando otra vez. Ahora mismo, no estamos ganando y el enemigo está creciendo”, afirmó ante el Senado.

Pertrechados con este argumento, los militares han apostado por hacerse con el control operativo de Afganistán y liberarse de los filtros políticos que Barack Obama había impuesto y que le permitían tener bajo su total control la guerra. La maniobra ha sido un éxito.

Trump, un admirador declarado del estamento castrense, se ha rendido a sus generales y ha otorgado al Pentágono la autoridad para determinar la cuantía y naturaleza del contingente en la zona. Una concesión que permitirá, si se confirman los planes de Mattis, el envío de 3.000 a 5.000 soldados, que se sumarían a los 8.900 que hay sobre el terreno (entre un 33% y un 56% más).

“Dar el poder a Mattis es una buena decisión porque entiende Afganistán mejor que Trump y posiblemente que nadie en la Administración. Pero también es una mala opción en tanto que concede al Pentágono el control del país y eso puede llevar a infravalorar los elementos políticos y diplomáticos necesarios en la estrategia. Enviar unos miles de soldados más no acabará con el conflicto, lo esencial es empezar un proceso de paz entre el Gobierno afgano y los talibanes”, señala el analista Michael Kugelman, del Woodrow Wilson Center.

La decisión del presidente ha supuesto una derrota para el estratega jefe, Steve Bannon. Ardiente defensor del repliegue de Estados Unidos, el muñidor de la doctrina del patriotismo económico ha visto cómo sus argumentos caían frente a Mattis y el consejero de Seguridad Nacional, el exteniente general Herbert R. McMaster. En época de recortes, Bannon sostenía que el envío de nuevas tropas suponía un intolerable incremento del gasto para un despliegue que ya cuesta al año 23.000 millones de dólares. También insistió en que difícilmente se iba a lograr cerrar el conflicto cuando en épocas anteriores, con 100.000 soldados desplegados, no se pudo. Su postura coincidía con la mantenida por el propio Trump cuando, antes de ser candidato, apoyaba la retirada. “Es tiempo de salir de Afganistán. Construimos carreteras y escuelas para gente que nos odia. No favorece nuestro interés nacional”, tuiteó el multimillonario en 2012.

Frente al aislacionismo de Bannon, tanto Mattis como McMaster han argumentado que se requiere una actuación rápida para frenar el deterioro. Ambos sirvieron en Afganistán y son conscientes, según fuentes oficiales, de que el envío de los refuerzos no dará un vuelco, pero sí confían en que servirá para estabilizar los frentes y evitar que los talibanes ganen espacios a las tropas gubernamentales. “Terreno que pierdes, terreno que gana el enemigo. No se pueden dejar vacíos, como lo están haciendo en Afganistán”, señala a este periódico un ex ministro de Defensa occidental.

El triunfo del sector militar y el posible envío de nuevas tropas no cierra el capítulo afgano. El propio Mattis ha admitido que se trata de una solución de coyuntura. La estrategia final aún no está concluida. La Casa Blanca ha señalado que espera tenerla lista a mediados de julio.

“El Departamento de Estado ha perdido peso en la era Trump. El resultado es que la estrategia no pondrá el foco en la reconciliación y en las vías civiles para terminar la guerra, sino que se centrará en los niveles de militarización, el apoyo a las tropas afganas y cuestiones de seguridad como los santuarios talibanes en Paquistán. Posiblemente veamos aumentar los ataques con drones, incluyendo a los líderes talibanes”, indica Kugelman.

Los últimos movimiento de Trump apuntan a que volverá a apostar por las armas. No sólo ha delegado en el sector militar parte de su poder sino que los generales, con el aplauso del presidente, han elevado estos meses su belicosidad, como demostró el lanzamiento en abril del GBU-43, la mayor arma no nuclear de Estados Unidos. La devastadora bomba destruyó un refugio subterráneo de los talibanes y dejó claro al mundo el camino que el Pentágono quiere seguir en esta guerra sin fin.

Pánico al triunfo talibán

El Pentágono tiene un miedo. Que los talibanes se hagan con el poder en Afganistán. Que se revivan en Kabul viejas y terribles escenas como el apresamiento, tortura y ejecución del expresidente Mohammad Najibulá en 1996. Esa es la pesadilla que les ha servido para frenar el calendario de salida diseñado por Barack Obama. Con ese plan, ya anticuado, el contingente debería haberse reducido para estas fechas a 5.500 soldados. Pero aún quedan 8.900 y en breve serán enviados entre 3.000 y 5.000 más.

La base de los temores estadounidenses es la excesiva debilidad del Ejército afgano. Tras 15 años de guerra y 70.000 millones de dólares invertidos en su musculación, Washington no ha logrado dotar a las fuerzas locales de autonomía suficiente. Sólo controlan el 57% del territorio y los talibanes no dejan de ganarles batalla tras batalla.

Ante este deterioro, el objetivo de los futuros refuerzos, sin menoscabo de las tareas de entrenamiento de la OTAN, es mejorar el rendimiento de las tropas afganas. En este punto, el Pentágono quiere que las unidades afganas incorporen asesores estadounidenses en los combates. Con capacidad para recabar el apoyo de la artillería y la fuerza aérea, la idea es que estos empotrados aumenten la efectividad local. Es sólo un paso, pero indicativo de la estrategia de mayor implicación que el Pentágono desea.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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