Abu Bakr al Bagdadi, de califa del ISIS a fugitivo
Rusia analiza si el líder del Estado Islámico murió en un bombardeo de su aviación a finales de mayo
El mundo tuvo noticia de Abu Bakr al Bagdadi el 29 de junio de 2014 cuando éste proclamó el Califato desde el púlpito de la gran mezquita de Al Nuri de Mosul. En pocos meses, un ejército que aunaba a suníes alienados por los Gobiernos de Bagdad y Damasco, y combatientes extranjeros, iba a hacerse con el control de un tercio de Irak y otro tanto de Siria. Bajo la bandera de su autodenominado Estado Islámico (ISIS), el nuevo califa instauró un régimen brutal y alentó los ataques terroristas en el resto del mundo. Ahora Rusia analiza si le ha matado en un reciente bombardeo cerca la ciudad siria de Raqa.
¿Quién era aquel hombre de turbante y hábito negros que revivía conceptos religiosos medievales y prometía extender su férula allí donde hubiera musulmanes? ¿Un fundamentalista? ¿Un iluminado? ¿Un cruel oportunista político? ¿Un supremacista suní? Tal vez una mezcla de todo ello.
Ibrahim Awwad Ibrahim al Badri, el nombre con el que fue inscrito al nacer en la ciudad iraquí de Samarra en 1971, creció en una familia religiosa durante el régimen de Saddam Husein. Antes de que fuera a estudiar Teología islámica a la Universidad de Bagdad, sus compañeros de instituto le apodaban “el creyente” porque pasaba su tiempo libre leyendo el Corán. Cuando se produjo la invasión estadounidense de Irak, aquel joven taciturno y reservado se había convertido en imam de una mezquita en el barrio de Tobji, al noroeste de la capital iraquí, cuyos vecinos han revelado que le gustaba jugar al fútbol.
El que para entonces ya era conocido como jeque Ibrahim al Samarrai (el de Samarra) se unió a la insurgencia, fue detenido en 2004 y liberado un año más tarde por considerar que no resultaba peligroso. Sólo que durante su detención en Camp Bucca, Abu Duaa, el alias que adoptó en la clandestinidad, se codeó con los cabecillas de Al Qaeda y, como ha explicado el investigador iraquí Hisham al Hashemi, “absorbió la ideología yihadista y se hizo un nombre entre ellos”.
Al Qaeda le envió a Siria para ocuparse de la propaganda del grupo, lo que no le impidió acabar su tesis y doctorarse en Sharia en 2007. Esa formación, su linaje tribal (pertenece a la estirpe de los Qurayshi, que los puristas consideran indispensable para ser califa) y las muertes de sucesivos dirigentes de Al Qaeda en Irak, le llevaron a liderar esa franquicia, ya rebautizada Estado Islámico por sus predecesores y cuya fidelidad a la casa madre abandonó en 2013, en preparación de su golpe de efecto del año siguiente en Mosul.
Al Bagdadi impuso una versión extremista de la ley islámica y persiguió a todo aquel que no comulgaba con su ortodoxia, en especial a las minorías étnicas y religiosas. Esa brutalidad y su desafío a la legalidad internacional, ayudaron a forjar una coalición internacional que ha reducido su califato a un puñado de enclaves cada vez más pequeños y que sólo resisten por el uso que hace de los civiles como escudos humanos.
El Ministerio de Defensa ruso informó este viernes de que está investigando la posible muerte del líder del Estado Islámico. El suceso habría ocurrido el curso de un bombardeo lanzado por aviones rusos la noche del 27 al 28 de mayo pasado, en el que perecieron altos dirigentes de ese grupo terrorista y más de 300 militantes.
“No podemos confirmar su muerte”, indican a EL PAÍS fuentes militares estadounidenses. Pero sin territorio sobre el que gobernar, no hay califa, tal como recuerda Al Hashemi. Eso le convierte en un fugitivo. No podrá serlo para siempre.
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