La utopía del califato salafista eclipsa a Al Qaeda
La red de Bin Laden se ha diluido en una sopa de letras de grupos extremistas
Después de una década en la que no logramos pronunciar correctamente su nombre, Al Qaeda se diluye en la sopa de letras de los nuevos grupos extremistas islámicos que proliferan en Oriente Próximo. Al menos en esta región, el recientemente renombrado como Estado Islámico (EI) ha eclipsado la capacidad de proyectar terror que La Base (eso es lo que significa Al Qaeda en árabe) logró con sus matanzas del 11-S en EE UU, el 11-M en España y el 7-J en el Reino Unido.
El cambio es sobre todo obra de un hombre, Ibrahim al Badri, más conocido como Abu Bakr al Baghdadi, y su capacidad para organizar, seducir y lograr financiación para su causa. Pero también de las circunstancias. Ideológicamente todos beben de la misma fuente, el salafismo, una lectura idealizada y anacrónica de los primeros tiempos del islam que intentan revivir por la fuerza.
Al Bagdadi asumió el control de la rama iraquí de Al Qaeda, el Estado Islámico en Irak (EII), en mayo de 2010, poco después de que un ataque estadounidense matara a su predecesor. Para llegar hasta allí, este clérigo nacido en 1971 en Samarra se había hecho un nombre luchando contra las tropas de EEUU, que incluso llegaron a detenerle al principio de la ocupación.
Un año después, el contagio de la primavera árabe a Siria iba a crear una oportunidad para los ambiciosos planes del clérigo de Samarra. Tal como ha documentado Rania Abouzeid en The Jihad Next Door (La yihad de al lado), los dirigentes de Al Qaeda encargaron al líder del EII que formara un grupo similar en Siria. Fue así como surgió el Al Nusra, cuyo éxito combatiendo al régimen de Bachar el Asad y atrayendo a reclutas de todo el mundo terminó produciendo una fractura en el frente yihadista.
Cuando la central de Al Qaeda pidió a Al Baghdadi que dejara Siria y se concentrara en Irak, éste respondió creando, en abril de 2013, el Estado Islámico en Irak y el Levante (EIIL) y adoptó una línea aún más dura que la de sus mentores. En cierta medida, ese desafío fue posible porque dos años antes un comando de marines estadounidenses había matado en Pakistán a Osama Bin Laden, el fundador y líder carismático de Al Qaeda. Su sucesor, Ayman al Zawahiri, carece de su autoridad.
Al Nusra se dividió. Parte de sus combatientes, sobre todo los extranjeros, optaron por seguir a Al Baghdadi. ¿Cuál era la diferencia? Mientras que aquel grupo se concentraba en combatir a Al Asad, el clérigo de Samarra hablaba de crear un califato, un territorio independiente que permitiera hacer realidad la utopía de un estado islámico. Entre tanto, la desafección de los suníes iraquíes permitió que el EIIL lograra el apoyo, al otro lado de la frontera, de grupos afines, sectores tribales y antiguos baazistas.
Tan pronto sus huestes fueron capaces de derribar algunos mojones que delimitaban la linde entre Irak y Siria, su líder renombró el grupo como Estado Islámico y proclamo el califato, del que se erigió en emir. La brutalidad de su proceder allí donde izan la bandera negra con la que se identifican, no necesita comentario. El propio grupo, extremadamente hábil en el uso de Internet y las redes sociales, se ha encargado de difundir sus atrocidades: decapitaciones, secuestros, lapidaciones, velo integral para las mujeres…
Esa fama les precede. Así que el pavor que provocan hace que la mayoría de la gente salga huyendo en cuanto oye que se aproximan a sus pueblos. Incluso soldados iraquíes y tropas kurdas han abandonado sus puestos ante las últimas ofensivas. Pero a diferencia de la casa madre de la que renegó, el EI (aún) no ha realizado ataques en Occidente.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.