Ardor guerrero para tapar lo doméstico
Los conflictos bélicos en el exterior han sacado de apuros a algunos políticos en su casa. A Bill Clinton le ocurrió en el caso Lewinsky
El mismo día que Bill Clinton ordenó bombardear instalaciones terroristas en Afganistán y Sudán, el 20 de agosto de 1998, Monica Lewinsky tenía que testificar por segunda vez sobre su relación con el presidente estadounidense cuando era una becaria en la Casa Blanca. El affaire entre Clinton y una becaria de 22 años había puesto al demócrata en una situación crítica y le iba a llevar, meses después, a ser procesado por la Cámara de Representantes para una destitución por perjurio.
El ataque se ordenó como represalia por unos atentados contra embajadas americanas en África oriental de los que responsabilizaba a Osama bin Laden. La acción —aunque después se supo que erró en el objetivo sudanés— recibió un amplio respaldo, incluido el de prominentes republicanos (Newt Gingrich, Trent Lott) que le asediaban con el escándalo sexual. Cuando llegó la votación del impeachment, en diciembre de aquel año, Clinton ordenó bombardear Irak dentro de la Operación Zorro del Desierto y el caso se tuvo que aplazar. Arreciaron las acusaciones de que el ataque se decidió justo entonces como “cortina de humo” y el presidente defendió que el ataque se había adelantado por el Ramadán.
Clinton recuperó, en efecto, cierta popularidad y en febrero de 1999 salió absuelto del impeachment. Y aquellos conflictos exteriores estaban ya abiertos antes de los problemas políticos del presidente.
Hay un trecho entre constatar que una acción militar puede mejorar la percepción de un político en su país y determinar que un bombardeo se ha decidido en clave doméstica. También la muerte de Bin Laden, en 2011, disparó la popularidad de Obama: una encuesta de The New York Times y la CBS señaló que su aprobación había escalado del 46% al 57% en un momento en el que su gestión de la economía estaba en entredicho.
Aún no se sabe cómo se va a traducir en las encuestas el bombardeo de Donald Trump sobre instalaciones militares en Siria, ordenado tras un ataque con armas químicas contra la población civil del que se responsabiliza al régimen de Bachar el Asad. Pero las fotos de niños agonizantes han acongojado al mundo y Trump ha recibido el espaldarazo no solo de los aliados tradicionales de Estados Unidos, que no tienen demasiada sintonía con el empresario, sino también de los demócratas y de algunos conservadores tradicionales que hasta ahora han sido azote de este republicano heterodoxo.
Trump, en 80 días de presidencia, es un jefe de Gobierno muy impopular. Sus fracasos con promesas estrella como la supresión de la reforma sanitaria de Obama —frenada en el Congreso pese a la mayoría republicana— y sus decretos migratorios —suspendidos por los tribunales— han empeorados las cosas. La última encuesta de Gallup, dos días antes del bombardeo, le concede un nuevo mínimo de aprobación, el 36%.
La acción en Siria puede darle algo de oxígeno, pero las guerras, en general, no ayudan. Fivethirtyeight, un portal de referencia en análisis de voto, citaba el sábado un estudio de 2001 según el cual, de todas las intervenciones militares de Estados Unidos entre 1933 y 1993, solo el 39% mejoraron la opinión sobre el presidente en sus encuestas. Trump, además, conquistó a muchos votantes gracias a un discurso que prometía evitar conflictos que no les atañían y centrarse en los intereses puramente americanos.
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