Mujeres de todo el mundo se movilizan por el 8 de marzo
Organizaciones de 50 países se movilizan contra la violencia de género y por la igualdad en el Día de la Mujer
Por la igualdad. Contra la violencia de género. Por el derecho a decidir libremente su maternidad. Contra la brecha salarial. Para frenar la discriminación. Miles de mujeres de todo el mundo han participado este miércoles 8 de marzo en el Paro Internacional convocado por el día internacional de la mujer. En España, Bélgica, Polonia, Ucrania, Turquía, Japón, han cesado de trabajar, de consumir, de participar en los cuidados domésticos durante un buen rato y han salido a la calle para mostrar qué ocurriría si se parara la mitad de la humanidad. Si se paran las mujeres, se para el mundo.
Con el lema #YoParo #nosotrasparamos #womenstrike #8MParo o #mujeresenhuelga organizaciones de 50 países han programado estos paros y han convocado a manifestarse, con especial fuerza en América Latina, un continente con graves problemas de violencia contra las mujeres y donde a raíz del movimiento Ni una menos, la lucha por la igualdad ha cobrado fuerza. "Paramos porque no se puede discriminar a la mitad de la humanidad y que no ocurra nada. Nos movilizamos porque no queremos ser invisibles, porque podemos salir a la calle y reivindicar nuestro papel en el mundo", reclama Gloria García. Vestida de negro, como cientos de mujeres a su alrededor, esta funcionaria de 52 años (de 12 a 12.30) ha salido del trabajo y ha bajado a la calle en la Plaza de Cibeles de Madrid. Allí, durante media hora se han concentrado cientos de mujeres, entre ellas la alcaldesa Manuela Carmena, y algunos hombres.
Junto a su compañera Rosalía Ordovás, de 48 años, también de luto, aunque animado con un brazalete de color morado (histórico símbolo de la lucha feminista), también participará en la manifestación de este 8 de marzo. El movimiento feminista quiere teñir España de negro y violeta para reivindicar la igualdad de género. En Madrid hay convocada una marcha a las 19 horas en Cibeles. En Barcelona, a la misma hora en Plaza Universitat.
Razones para salir a la calle no faltan. Ni usted ni yo —ni nuestros hijos— vefán un mundo en el que los hombres y las mujeres son iguales. Al ritmo actual faltan 169 años para alcanzar la igualdad económica, según los datos del Foro Económico Mundial. Y en pleno 2017, una radiografía de la situación todavía muestra un mundo abrumadoramente desequilibrado; un planeta que discrimina a la mitad de sus habitantes y en el que ellas son mucho más vulnerables. En el que cada 10 minutos una mujer es asesinada a manos de su pareja o expareja, donde una de cada tres ha sufrido una agresión sexual, ellas cobran menos que sus compañeros varones por un trabajo de igual valor, y donde todavía hay países que impiden a las casadas tener un pasaporte propio.
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"Ya está bien de bromas, del discurso del simulacro. Hay que concienciar del trabajo que hacen las mujeres. Hay que visibilizar qué si paramos nosotras se para todo, parece que tenemos un papel subsidiario en la sociedad, pero somos la mitad del mundo. Sin nosotras esto no funciona. Es un hecho indiscutible", dice Laura Nuño, directora de la Cátedra de Género de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.
El 8 de marzo hay poco que celebrar y mucho por lo que luchar, Malgorzata Jonczy Adamska, psicóloga y pedagoga de origen polaco que vive en Noruega y que, como muchas de sus compañeras, va a secundar el paro. “Cada mujer y niña debe tener derecho a la educación, a una vida sin violencia, acceso a anticonceptivos seguros y baratos y al aborto seguro”, insiste. Esta reclamación, que debería sonar a antigua no lo es. Sobre la mesa, la cifra de los asesinatos machistas, el indicativo más extremo de la desigualdad de género. En España, 16 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas en lo que va de año. En Argentina asesinan a una mujer cada 30 horas. En Alemania, son más de 300 los crímenes machistas al año.
Y pese a que se han producido avances, todavía hay países que carecen de una legislación específica sobre violencia contra la mujer. O que, como Rusia, han dado un paso atrás y han despenalizado parte de este tipo de agresiones; todo ello pese a que la violencia machista es allí un gravísimo problema. “Tenemos derecho a vivir tranquilas, sin preocuparnos por nuestra ropa ni nuestras costumbres, y me niego a aceptar ningún tipo de maltrato machista”, reclama la activista rusa Tatiana Sukharev, una de las organizadoras de paro en su país.
El paro convocado no es algo inédito. Tiene su antecedente histórico en la Islandia de 1975, cuando las mujeres dejaron de trabajar, de llevar a los niños al colegio, de ir a la compra o hacer la comida. Ese viernes de octubre, el 90% de ellas salieron a la calle para manifestarse por la igualdad. El país se paralizó. Por completo. Un día histórico que hoy se conoce como el 'día libre de las mujeres'. Y tuvo su efecto: en un país donde sólo el 5% de los escaños parlamentarios estaban ocupados por mujeres, cinco años después se elegía a una presidenta.
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En Polonia, en 2016, se imitó la huelga de mujeres. Miles de polacas cesaron de trabajar y salieron a la calle contra la intención del Gobierno de endurecer la ya de por sí restrictiva ley del aborto. Vestidas de colores oscuros conmemoraron así, de luto, el Lunes negro. Y lograron que el Ejecutivo diese marcha atrás y no tocase la ley. Una semanas después fueron las mujeres en Argentina —y también muchos hombres— quienes se movilizaron en el Miércoles negro contra la violencia de género y su expresión más extrema, los feminicidios. Su lema #NiUnaMenos se ha convertido en todo un símbolo.
En pleno siglo XXI, las paquistaníes casadas no pueden registrar un negocio sin permiso de su esposo. Tampoco las congoleñas, que como las nigerinas además no pueden abrir una cuenta del banco sin la firma de su cónyuge; la misma discriminación que afrontaban las mujeres españolas durante el franquismo. En Afganistán, Malasia, Omán, Arabia Saudí, Yemen y otros 12 países las mujeres no pueden salir del país sin permiso de sus maridos. En 32 países, las mujeres casadas ni siquiera pueden tener pasaporte propio (Malí, Jordania, Irak, entre otros). En Bolivia, Camerún o Guinea existen leyes que marcan que las mujeres casadas necesitan el permiso de sus esposos para firmar un contrato de trabajo, según el análisis que hace de las legislaciones el Banco Mundial. En lugares como Líbano no pueden traspasar su nacionalidad a los hijos.
La radiografía suma y sigue. Más de 50 millones de niñas no van al colegio en el mundo —la mayoría de ellas en países de África, según datos de Unicef—, un derecho fundamental sin el que su futuro estará gravemente limitado. Y aunque en algunos países el acceso ha mejorado y se están derribando barreras, otros interponen duros escollos en ese camino hacia la igualdad. Como Sierra Leona o Guinea Ecuatorial, donde una ley prohíbe a las chicas embarazadas ir al colegio por si “contagian” a sus compañeras. En ese último país, incluso, obligan a las menores a someterse a un test de embarazo para poder matricularse. En otros Estados, estas barreras no son legales, pero las menores embarazadas son tan gravemente estigmatizadas que terminan por abandonar la escuela. Y la inmensa mayoría nunca vuelve.
Un doble castigo en un mundo en el que más de 220 millones de mujeres en edad reproductiva y que conviven con sus parejas no tienen acceso a métodos contraceptivos modernos, pese a que no desean quedarse embarazadas, según datos de la Agencia de la ONU para la Población y Desarrollo (UNFPA). El aborto está todavía prohibido en más de una decena de países (cinco de ellos en América Latina) y los ataques al derecho de la mujer a decidir sobre su maternidad no sólo no cesan, sino que se han recrudecido.
Los datos no engañan. La pobreza se ceba con las mujeres. Multitud de informes —como el último del Instituto Europeo de Igualdad de Género (EIGE)— A nivel mundial, las mujeres sólo ganan 77 céntimos por cada dólar que ganan los hombres por un trabajo de igual valor, según datos de la ONU. Algo que es, según apunta esta organización, la causa fundamental de desigualdad en términos de ingresos a lo largo de toda la vida. También de la brecha de las pensiones. La desigualdad, la discriminación, pervive hasta el último momento.
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