Las protestas siguen a Trump hasta su mansión
Miles de personas se manifiestan contra el presidente ante su residencia de Florida
Las protestas por las políticas del presidente Donald Trump contra la inmigración no bajan el pistón y este sábado miles de ciudadanos (3.000 según la policía local) salieron a la calle en West Palm Beach (Florida) para recorrer la ciudad hasta las puertas de Mar-a-Lago, la mansión del mandatario. Trump pasa su primer fin de semana fuera de Washigton desde que ocupa la Casa Blanca.
Mar-a-Lago, una construcción de estilo hispano-morisco con más de cien habitaciones y en primera línea de costa, funciona como club privado, y como residencia particular cuando acude la familia Trump, ahora con su equipo de trabajo presidencial. Se estima que el operativo de viaje del mandatario a su paraíso particular de Florida ha supuesto un gasto público de más de tres millones de dólares, una cifra similar a otros viajes hechos por la familia del presidente Barack Obama. Trump, en su día, se cebaba en críticas a su sucesor por el coste de sus desplazamientos para tomar un descanso de la capital.
La manifestación fue un ejemplo de civilidad. Una larguísima fila recorrió el borde marítimo de la ciudad sin salirse de la acera, disciplinada, portando pancartas caseras con mensajes diversos centrados en la defensa de las libertades civiles y la tradición de acogida al extranjero de Estados Unidos.
“Resistamos al odio”. “Orgullosos de ser un país de inmigrantes”. “Paremos el racismo, paremos el sexismo, paremos a Trump”. “Jesús fue un refugiado”. “¿Dónde está la Humanidad?”. “Estoy tan enojado que me he puesto a hacer una pancarta”. “Impeachment a Trump”. “Libertad y Justicia para todos”. “No nos dividirá”. “Construid un muro: yo lo pago”. “¡Sal de mi útero!”. “No al muro, no al veto a los inmigrantes”. “Si no estás cabreado es que no estás prestando suficiente atención”. “Saca tus manos de mis derechos”. “La Constitución tiene más de 140 caracteres [por el gusto de Trump por los breves mensajes en la red social Twitter]”. “El cambio climático es real. Lo que no es real es el bronceado de Trump”. “Lady Libertad está llorando”. Y muchos más por el estilo.
La protesta llegó a la residencia sobre las ocho de la tarde. Allí esperaba un puñado de seguidores del presidente. Mary Skelly se declaraba su “fan” y afirmaba que el nuevo mandatario es para ella una garantía para la “seguridad nacional”. Richard Hartigan, que se definió como “paleoconservador”, relativizaba la tensión política despertada por la irrupción de Trump y opinaba que Estados Unidos siempre ha sido “una nación de gente apasionada".
La nicaragüense Rosa Castillo contaba que apoyaba la construcción del muro en la frontera con México para cortar con el negocio mafioso del tráfico de inmigrantes, del que se dijo víctima: “Yo fui traficada de niña a EE UU y estuve años encerrada y siendo violada por varones", aseguró.
En uno de los coches de los pro-Trump sonaba una canción con versos de orgullo patriótico. “¡Esto es música americana!”, gritó una mujer arrebatada.
Cuando llegó la masa anti-trumpista, los miles de un bando y los contados del otro mantuvieron la situación en calma, sin mayores crispaciones.
Dentro de la mansión –valorada en unos 100 millones de dólares y con una cuota de inscripción para socios de 200.000 dólares, el doble desde enero, ventajas comerciales de la presidencia– se encontraba Trump con algunos hombres de su círculo de confianza. Después de un día de embestidas por Twitter contra el juez federal ("pseudojuez", le llamó) que ha paralizado su veto a los migrantes de siete países de mayoría musulmana, el presidente asistió al baile de Cruz Roja Internacional, que se celebra en Mar-a-Lago desde 1957, cuando la propietaria era la multimillonaria Marjorie Meriweather Post. Trump la compró en 1985.
Los manifestantes recorrieron cuatro kilómetros desde el complejo de edificios Trump Plaza hasta la residencia, que ya es conocida como "la Casa Blanca de invierno". Marcela Ramos, estadounidense de padres mexicanos, definió la nueva fase presidencial como algo "horrible". "Este hombre, porque me niego a llamarle presidente, se comporta como un mocoso, se cree que tiene el poder absoluto".
Dos mujeres caminaban con sendas antorchas luminosas de plástico, emulando a la Estatua de la Libertad. "Yo creo que no vivíamos un momento civil como este desde la guerra de Vietnam", opinó una de ellas, Jane Clore, de 60 años. "Si no paramos esto ahora, tal vez luego sea indetenible, tal vez sea tarde".
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