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Columna
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¿Una muralla para Río de Janeiro?

El nuevo alcalde, Marcelo Crivella, propone separar la parte rica de la pobre de la ciudad

Juan Arias
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Amurallar Rio como se hacía en las ciudades de la Edad Media. Esa es la idea del recientemente elegido alcalde de la ciudad, el evangélico Marcelo Crivella tras su reciente visita a Israel. Crivella querría ver a Río abrazado por una muralla, como la de Jerusalén, "para que no entren en ella armas ni drogas", como confió, a la vuelta de su viaje, a líderes judíos y evangélicos, según publicó la columna Radar y que ha vuelto a repetir estos días.

El elegido alcalde no es un novato en política, por la que transita desde hace más de 20 años. Debería saber que Río no necesita ser amurallada para impedir que los que facilitan drogas y armas a los traficantes puedan entrar en ella. Esos ya están dentro.

Los responsables últimos de la entrada de las drogas y armas, los cómplices de los narcotraficantes, los que les abren a ellos las puertas de la ciudad y de la cárcel, no viven en las favelas. Son esos personajes invisibles, muchos de ellos dentro a veces de la política, que gozan de impunidad y se pasean blindados y seguros. Para luchar contra el tráfico de drogas y armas, Río no necesita levantar muros. Necesita desenmascarar a los que alimentan ese comercio internacional y a los amigos de las facciones criminales que actúan dentro de las cárceles.

Esos sueños a la Trump de amurallar a Río, (y por qué no a todo Brasil), suena a provocación, en este momento de crisis mundial. Todo muro evoca miedo a la libertad, voluntad de cerrar las puertas a los diferentes vistos como malhechores. Las murallas son el símbolo de la irracionalidad. Se levantan muros físicos cuando perdemos la razón. Y la razón no puede estar recluida ni secuestrada.

El miedo a los otros nos lleva a levantar también muros ideológicos y políticos. Y cuantos más muros erguimos, más inseguros nos sentimos. La libertad es la que salva. El miedo mata.

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La peregrina idea de amurallar a Río me trae a la memoria la experiencia desagradable que viví cuando atravesé el Muro de Berlín, y la felicidad al verlo desmoronarse seis meses después. Recuerdo que era el aniversario de mi hija Maya. Lo festejamos doblemente. En verdad, Río no necesita ser amurallada. Ya lo está. Existe un muro entre la ciudad rica y la pobre, la de esas cerca de 1.000 favelas con casi dos millones de habitantes que son la otra Río.

Esa ciudad que, desde decenios, sufre violencia y muerte. La suerte de la Río rica es que, quienes viven y sufren detrás de ese muro de las favelas no bajan a la ciudad, o bajan sólo para realizar trabajos humildes. Es casi su escudo. Son gente buena, trabajadora, sufrida, víctimas del pecado de los otros.

Si lo hiciera, si ese muro se derribara, la otra ciudad, la de los hoteles de lujo y de las playas famosas, la que alberga a los responsables últimos del tráfico de drogas y armas, perdería su alegría y algo más. Río es una ciudad lúdica e iconoclasta, con vocación de libertad. Cualquier muralla la asfixiaría física y moralmente. La "ciudad maravillosa" no necesita más muros que los de las cárceles para albergar a los corruptos y a los responsables de la violencia y de la muerte de inocentes.

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