La arraigada fe en las armas
Las victorias electorales demócratas elevan las ventas de armas de fuego en Estados Unidos
La tensión electoral es buena para vender armas. “Si ganan los demócratas es mejor para el negocio”, dice Scott Larson, de la tienda Texas Gun Connection. Larson tenía un puesto la semana pasada en una feria de armas en Belton, Texas. Los datos demuestran una correlación entre las victorias electorales demócratas y un aumento de la venta de armas. “Si sale Hillary Clinton hará todo lo que pueda para evitar que tengas un arma”, dice convencido Aubrey Sanders, dueño de The Real Texas Gun Show, y organizador de esta feria. “Los precios fluctúan con el ambiente político”, decía Sanders, que lleva un Colt 45 19-11 al cinto. Cuando Donald Trump dijo que “los de la segunda enmienda” a lo mejor podían “hacer algo” contra Hillary Clinton, se refería a un público como el de Belton.
El derecho a llevar armas está enraizado en la historia y la cultura de Estados Unidos como la libertad de expresión. De hecho, están protegidos al mismo nivel en la primera y la segunda enmienda de la Constitución. El Gobierno calcula, porque no hay forma de saberlo exactamente, que hay más de 300 millones de armas en el país, casi tantas como habitantes. Están en manos de solo un tercio de las familias. Según la organización Gun Violence Archive, este año van 47.000 incidentes con armas, con más de 12.000 muertos y 25.000 heridos. La media de la última década son unos 11.000 homicidios al año con armas de fuego.
El problema es tan diverso como el país: en California o Nueva York la tasa de muertos por arma de fuego está por debajo de 8 por 100.000 habitantes. En Texas, la cifra es 10. En Luisiana o Alaska, casi 20 por cada 100.000.
“Entiendo y respeto la tradición de poseer armas, que data de la fundación de nuestro país”, dijo Hillary Clinton en el último debate presidencial. “Pero también creo que puede y debe haber una regulación razonable”. Clinton propone que se hagan controles sistemáticos de antecedentes en la compra de armas y que se crucen con bases de datos de terrorismo. Donald Trump, por su parte, presumió de apoyo del lobby de la Asociación Nacional del Rifle (NRA) y aseguró que como presidente nombraría jueces para el Tribunal Supremo que defendieran las armas.
Clinton mencionó, concretamente, “el agujero de las ferias de armas”, como algo que hay que arreglar. La feria de Belton es una de esas que Clinton dice que hay que regular. Es como un mercadillo, pero de armas. Puestos de tiendas legítimas, que están obligadas a comprobar antecedentes para vender y pagan impuestos, como la de Scott Larson, conviven con vendedores particulares, que no tienen por qué. Terry, un hombre de 66 años de la zona que no quería dar su apellido, tenía un par de mesas con docenas de armas largas que había acumulado durante décadas y quería deshacerse de ellas. “No te dejan llevarlas al asilo”, bromeaba.
Terry reconocía que podía vender un arma solo con que le enseñaran un documento de identidad de Texas. El nombre del comprador solo queda apuntado para su registro personal. Nada más. ¿Cómo sabe que no se lo está vendiendo a un terrorista? “Cuando estás hablando con una persona te haces una idea de cómo es”, contestaba. Terry no quiere oír hablar de leyes. “La ley está bien como está. Si lo restringes mucho, no podemos defendernos”.
“Si un republicano no quiere un arma, no se la compra. Si un demócrata no quiere un arma, no deja que tú te la compres. Les gusta meterse en la vida de la gente”, decía.
Alto precio político
El periodista Dan Baum llamó la atención hace unos años con el libro Gun Guys y una recomendación a los demócratas: que dejen de hablar de las armas. Baum, que se considera un amante de las armas de izquierdas, decía que el precio político es demasiado alto para un asunto en declive. “La cultura de las armas está muriendo”, decía. Las cifras de homicidios, siendo muy superiores a cualquier país europeo, están en niveles bajos. Todo el que quiere un arma ya la tiene. Son siempre los mismos los que compran. Además, expresiones como “sentido común” vienen a decir que los demás no tienen sentido común. Ese tercio del país al que le gustan las armas se siente ofendido, tratado como loco. La posesión de armas es una cultura hipersensible que se repliega sobre sí misma cada vez que se la toca.
Solo se puede regular a las bravas, como a través de las supermayorías demócratas de California, donde este año se ha aprobado una legislación contra los rifles de gran capacidad y se va a votar dentro de una semana una ley para exigir el chequeo de antecedentes para comprar munición. Ofensivas como esta refuerzan el argumento contra la regulación, y no quitan una sola arma de las calles.
Según Baum, la única forma de regular ese mundo es dejar de amenazarlo con leyes y tender la mano para que se adopten medidas de seguridad que reduzcan los accidentes. “Ellos, y solo ellos, tienen el poder de hacer a este país más seguro en cuestión de armas”, escribía Baum, que fue llamado a la Casa Blanca para asesorar al vicepresidente, Joe Biden, sobre este asunto. El presidente, Barack Obama, lo intentó una vez, después de la matanza de Sandy Hook, y no lo volvió a intentar. En cada tiroteo muestra al país su frustración.
En la feria de Belton, Rhonda Esakov representaba a la NRA, el poderoso lobby que presiona a políticos de los dos partidos a todos los niveles para bloquear cualquier legislación. “Nos ven como unos fanáticos”, reconocía Esakov. “Si me llaman eso, me parece bien, me gusta defender mis derechos”. En su casa, la elección es complicada porque su hijo es muy demócrata. Por hacer la prueba del argumento de Baum, surge la pregunta de qué pasaría si Clinton dijera que no piensa tocar la regulación de las armas. “Si dijera eso, ganaba de largo”, contestó Esakov.
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